In memoriam. Los lectores ordenan: Poemas de Armando Rojas Guardia.

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NOCHE DE CONDENA

La lámpara custodia desde el techo.
Rotonda de la luz, mi cuarto quema.
El acecho es total, ¿pues quién escapa
a los ojos secretos de los muebles?
Bajo el lúcido foco del insomnio
se revelan inútiles las drogas:
en la mesa —hacinados y risibles—
tres montones de libros enmudecen.
Después están los ruidos perceptibles
del castillo en que yazgo como reo:
el roce minucioso de mi lápiz,
la madera crujiente, desgonzada,
los zumbidos del sueño inaccesible,
este cuerpo aherrojado que respira.
No hay salida posible, la mazmorra
tiene siempre mis mismas proporciones:
la sentencia es idéntica a la culpa.
Distingo muchedumbres allá afuera
pero, en plena conciencia arrinconado,
hasta el aire de encierro me vigila.
 
 

Selección de Aleyda Quevedo Rojas, poeta ecuatoriana
 
 
 


 
 
 

3

Lezama, hoy voy a orar contigo:
todo es metáfora de todo.
Las cosas, mirándose las unas en las otras,
son espejos en el reino de la imagen.
Por ejemplo, aquella acacia sola,
como si en verdad me adivinara,
enseña ahora, bajo el silencio cóncavo del cielo,
el tiritante,
el retorcido,
el exacto crucifijo de dos ramas
que ya no ampara el follaje.
Pero un poco más allá, un eje calmo
en la corriente clara del arroyo
me revela de pronto la naturaleza
del tiempo (y la resurrección):
no arrastra a la piedra el agua ávida,
¡solo la pule!
 
 

Selección de Javier Alvarado, poeta panameño.

 
 
 


 
 
 

21

… sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a
los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos

Lucas 14, 21

¿Y si fuera verdad que la poesía
debe partir su pan especialmente
con el último invitado inoportuno,
bostezador profesional, mártir del sueño,
el que arrastra los pies, el eructante
el que tira la lata en la avenida,
el que acaba tal vez de masturbarse,
el gordo, el ruin, el feo, el tartamudo,
aquel Pérez escueto sin un nombre
o ese simple Juan sin apellido
que llora estornudando en el zaguán
su carta en la hoja de cuaderno,
su solicitud de empleo, su estampilla,
su foto de domingo junto al árbol
donde un adolescente con acné
dibujó un corazón a navajazos?
¿y si ese corazón fuera la síntesis
de lo que quiero decir con estos versos
escritos por cualquiera, un poeta solo
silbando su poema, como todos?

(A Rafael Castillo Zapata)
 
 

Selección de Leonardo Padrón, poeta, venezolano

 
 
 


 
 
 

PATRIA

Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza.
La voz del padre enronquecía
al evocar calabozos, muchedumbres,
hombres desnudos vadeando el pantano,
llanto de mujer, un hijo
y más arriba (¿dónde arriba?)
el trapo contumaz de una bandera.
Supimos, lenta y vagamente,
que lo imposible te buscaba
extraviándote los pies
—aquellos pies de Hilda obsesionaron
a mis ojos de niño: su corteza
terrosa, vegetal, desconcertada
sobre la pulitura del granito.
Tal vez una tarde, entre los campos,
la música te deletreó de pronto
al lado de algún bosque, una colina,
un lago triste que se te parece:
la misma terquedad al revelarte
ávida no precisamente de nosotros
(los efímeros, los quizá, los transeúntes)
sino de tu pátina absurda de grandeza
—esos sueños opulentos de la historia
que son más bien su horror, su pesadilla.
Ahora que te conoces vil, prostibularia,
porque tanta voluntad ecuestre
se apeó bajo el sol a regatear
y el héroe mercadeó con su bronce
y el oro solemne del sarcófago
adornó dentaduras, fijó réditos,
y no hay toga ni charretera ni sotana
que te oculten cuadrúpeda, obsequiosa
por treinta monedas ancestrales,
yo me atrevo a cubrir tu desnudez.
No es verdad que te vendiste. Tú anhelabas
dilapidarte brusca, totalmente:
un lujoso imposible.
Lo sabías
siempre lo has sabido y como siempre
aras en el mar. Te concibieron
con vocación precisa de fracaso.
Cómo afirmar, pasito, que hoy te quedas
en la dificultad de sonreírte
levantando los hombros, desganado,
y diciéndote con sorna, con ternura,
mañana sí tal vez. Quizá mañana…
 
 

Selección de Leonardo Padrón, poeta venezolano
 
 
 


 
 
 

MANDALA

Deseo parecerme a un jardín rectangular
hecho solo de piedras y guijarros,
intacto en su seca desnudez.
El silencio mineral es siempre sólido,
compacto frente a cualquier alteración sonora
y por eso metáfora visible
del completo callar que está buscándome
aun en las palabras del poema.
La piedra, lo sabemos, centraliza
un símbolo antiquísimo. Pero
si hoy quiero asemejarme a la estructura
de su inmovilidad total se debe
a que me hallo en la vorágine de mi propio movimiento,
atraído hacia la multiplicación
de los deseos y no focalizado
por la simplicidad sedante de uno solo
a cuyo objeto lo ciña una permanente duración.
La piedra permanece durando para siempre.
El brillo implacable del sol sobre este duro
grosor de materia acumulada,
me recuerda que ansío para mí
un idéntico fulgor dejándome,
rotundo, a la intemperie,
en luminosa aridez desprotegida
por la sombra falaz, encubridora.
El jardín geometriza la quietud.
Ella brota de él como evidencia
repartida en cada forma elemental
del suelo, en los rocosos, simétricos dibujos
que resuelven la totalidad de aquel rectángulo.
Mi paz debe ser a su imagen,
asegurada dentro del exacto marco
construido por una matemática mental:
espacio donde confluyan lo interior y lo exterior
conformando una armonía tangible.
A este orden de piedras que imagino
le falta únicamente esto: soledad,
no cerrada, ni excluyente,
sino hospitalaria ante el paseante súbito
—amigo o eventual desconocido—
quien entra un rato, contempla,
se apacigua y sale luego,
pasajera presencia momentánea
acogida y despedida por la piedra
con la misma unicidad imperturbable.
 
 

Selección de Miguel Gomes, narrador, crítico y académico venezolano.
 
 
 


 
 
 

LA DESNUDEZ DEL LOCO

 
4
Pero esa desnudez libérrima conoce
la paradoja de ser también la otra,
la propia desnudez ya percibida
como maldición al ser examinada
por los ojos de los otros, por la pupila del Otro
frente a la cual nos desprotege
ese mismo estar desnudos, observados
por la visión ajena que se llaga
en la conciencia de sí, hasta su médula.
Y el desnudo al que ya no le importaba
el cómodo ropaje de la sujeción
busca ahora, desesperadamente,
ser vestido por la aprobación de esa mirada
que lo escarba, esclavizándolo.
Las dos desnudeces se entrelazan
dentro del cuerpo único del loco.
Y me pregunto si acaso la salud,
la sola curación posible y deseable
que no aportan ni aprontan sanatorios
con sus multitudinarios baños de agua fría
y calabozos para el deseo disidente
(¿Pensé, estando allí, en Auschwitz, en Dachau?)
consiste en romper la trama inextricable
que confunde la una con la otra:
la libertad desnuda de Adán en el Jardín
y esa misma desnudez ya avergonzada.
 
 

para leer el poema completo, haz click aquí http://elcautivo.net/archivo/090131/V3/Pag_V3.htm

Selección de María Clara Salas, poeta venezolana.
 
 
 


 
 
 

DOMINGO

Cuánta vida
dulce
el cielo el mar el puerto
las gaviotas
luz
en el asfalto a trechos una sombra
fresca.
País sonoro
la mujer que pasa caminando
el aire el ritmo
calle plomo y sol todo caliente
trepando la colina sobre casas
blanquísimas y cielo puro cielo
que quema que arde que se pierde
y luego baja:
mar
Costaba
arrancamos la plata pegadiza
del océano, el temblor fláccido
del agua y las plumas brillantes
hundidas y calientes
Sol
y voces frescas, frutos tibios:
todo en vasto azul, maduro y esplendente,
como espalda de cielo a mediodía
 
 

Selección de Marlo Ovalles, fundador de Team Poetero y Presidente de La Poeteca
 
 
 


 
 
 

LAS COSAS

Si dejáramos ser
a las cosas, las sencillas,
que nos cercan y acompañan
desde su centro silencioso,
ofreciéndonos ayudas, aliviándonos
con su sedante rutina, su costumbre,
si no las estorbáramos afeándolas
por ese manoseo que les pesa,
les quita liviandad, fasto espontáneo,
si decretáramos quedar
prendidos a su sueño milenario,
su mudez terapéutica, su olvido
de que nosotros existimos,
si las rozáramos solo para asir
una pacífica, lenta, arqueología:
el universo puntual que nos reúne
sin jerárquicos mandos, sin señores;
si no fuéramos sus amos, ni tampoco sus esclavos
sino con ellas un Todo redondo, palpitante,
donde cupiera hasta el vibrátil
goce de la mosca que hoy zumba junto a mí
y me fastidia,
yo sé que inauguraríamos el mundo
el resplandor orgánico el cosmos,
frutal antes de morderlo.
Mientras tanto nos queda la utopía
inscrita en esa santidad
constantemente maculada
de la amnesia fragante de las cosas.
 
 

Selección de Marlo Ovalles, fundador de Team Poetero y Presidente de La Poeteca
 
 
 
 

Armando Rojas Guardia. (Caracas, 1949-2020). Poeta y ensayista, individuo de número de la Real Academia de la Lengua Venezolana. Realizó estudios de Filosofía en Caracas, Bogotá y Friburgo. Dirige talleres sobre poesía, ensayo, mitología y filosofía de la religión. Formó parte del Taller Calicanto dirigido por la escritora Antonia Palacios y del Grupo Tráfico de Caracas. Entre su obra poética destacan Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), La nada vigilante (1994), El esplendor y la espera (2000), Patria y otros poemas (2008), Mapa del desalojo (2014). El esplendor y la espera. [Obra poética 1979 – 2017] (Cuenca, Ecuador, 2018). En ensayo, El Dios de la intemperie (1985 y con varias ediciones), El calidoscopio de Hermes (1989), El principio de incertidumbre (1994), Crónica de la memoria (1999). También ha cultivado el género del diario, Diario merideño (1991), El deseo y el infinito (2017). Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela, en 1986 y 1996, Premio de Ensayo de la Bienal «Mariano Picón Salas», en 1997.
 
 
 
fotografía: Vasco Szinetar
 
 

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