Conversación en torno a Paños menores.

Jotamario Arbeláez: “Me propuse recortarme como un molde y coserme a la poesía”

María Antonieta Flores

 

Jotamario Arbeláez siempre se ha declarado vinculado al nadaísmo, movimiento que se siente hermanado al grupo El techo de la ballena en Caracas. Pero más allá de una pertenencia, siempre me ha interesado el agudo cinismo de su palabra que se cuela en sus artículos de opinión, textos en los que no renuncia a la ternura ni a lo poético como trascendencia e iluminación. Esa conjunción que exorciza el desgastado discurso de la ironía postmoderna, me da la certeza de la poesía genuina, destino del cual no se puede escapar.

Si bien uno pudiera pensar que hay una intención espirituosa y volátil en el discurso que se afilia a la propuesta nadaísta, también se percibe la permanencia producto de un rigor y una búsqueda del decir exacto en este poeta con quien conversé bajo el riesgo del filo de la palabra.

-¿Por qué una escritura poética que se vincula consciente y directamente con el nadaísmo, propuesta irreverente, también se vincula con la tradición y lo ancestral al tratar el mundo familiar, los antepasados y, especialmente, el padre?

-La estructura anunciada de la poesía nadaísta caducó en los primeros años del movimiento, pues aunque generó asombro y seguimiento entre los jóvenes lectores por su carácter experimental y disparatado, no se veía para nada trascendente en el tiempo que fuéramos a durar. Que sería mucho, habida cuenta de que la mayoría de los poetas teníamos alrededor de los 18 años al sentirnos desenfundados.

En mi caso, luego de un primer libro de abstraccionismos, chisporroteos e incongruencias -Zona de tolerancia-, y ante los consejos epistolares de Ernesto Cardenal, viré hacia una manifestación poética que, sin sacrificar el sarcasmo, la insolencia y la picaresca, tuviera un contenido humanista o social, y así encontré que podría servirme de pivote la profesión de mi padre sastre.

Ya de poemas a la madre estaba hasta el cuello, pues los maestros en la escuela pública me las hacían declamar ante el cotarro de madres de familia y yo me sentía haciendo el ridículo.

Por otra parte, había heredado el tono confesional de Whitman, Rousseau, San Agustín y Miller y con ello el uso indeclinable de la primera persona del singular. Yo Tarzán, tú Jane. Después de 50 años de aplicación de tiempo completo de 20 muchachos en la literatura moderna, hemos decidido que la vanguardia quedó atrás.

 

-Cierto, a comienzos del siglo XXI ya la vanguardia se ha incorparado a la tradición y sus rupturas se han convertido en corrientes subterráneas que transitan el arte y la poesía, pero me interesa mucho en la escritura que se cristaliza en Paños menores la huella de una tradición hispana muy bien integrada a las influencias señaladas. Basta con detenerse en una expresión como "La gran mesa de corte hase desvanecido" para delatar ese sustrato. Si bien ya has establecido el tono confesional y sus influencias, ¿qué señalarías al respecto sobre tu vinculación con la herencia hispana y, en consecuencia, con la de la poesía colombiana?

-Mis influencias poéticas iniciales, anteriores al nadaísmo, inculcadas por los anticuadísimos profesores de entonces, se limitaban a la poesía española -ya que nos regía la Academia-, que era la que se enseñaba en los claustros. Y a la mexicana, a la que también se le daba cierta importancia. A poetas que después encontraría cursis. Ejemplo, Amado Nervo y Juan de Dios Peza. Cuando llegó el profeta Gonzalo Arango a predicar su malhadado manifiesto, en las propias puertas del colegio me rompió mis poemas rellenos de esa influencia. Y me prohibió bajo sanción de burla perpetua, continuar abrevando en las fuentes de España, que de ellas se habían saciado y nos tenían hastiados generaciones anteriores como Cántico y Piedra y Cielo (remember el insoportable Carranza), que eran las que deberíamos aplastar. Me puso en las narices la gran poesía francesa, de Villon a Baudelaire, Rimbaud, Lautreamont y Artaud, pero me tiró a una alcantarilla las obras empastadas de Aleixandre que me acababa de regalar un pretendiente cacorro. Conservé algunos ecos de San Juan de la Cruz, de Góngora y de Quevedo, pero por mi madre que no me volví a acerca a la madre patria hasta la antología de los Nueve novísimos. El verso que tú señalas, podría remontarse al añejo idioma. Pero lo empleé basado en la eufonía, y en cierta gracia contextualizante. A pesar de que ya había vuelto mi poesía conversacional y casi prosaica, era huero decir en esa enumeración de la casa: "La gran mesa de corte se ha desvanecido". Aun de lo que uno termina repudiando le quedan virtuosos resabios.

 


-Si de virtudes e influencias hemos conversado, no puedo dejar de traer a colación el poema "El profeta en su casa", que puede ser leído, o al menos yo lo he leído como expresión de un ars poética donde enfrentas dos maneras de decir y de mirar: lo hermético y lo cotidiano. Te recuerdo dos de sus versos: "en este ambiente es imposible ser un poeta hermético, digo,/ que clase de poeta soy yo que me emociono con la vida," y a ellos los precedes con lo que se puede interpretar como un cuestionamiento de la llamada alquimia del lenguaje: "¿Cómo encontrar palabras que digan algo que no es algo?". Entonces, te pregunto, ¿es éste un poema que narra un momento de elección estética y vital de tu escritura?

-"El profeta en su casa", escrito en 1964 -y último texto del libro con el mismo título- es el primer poema (aparte de Santa Librada College) que rompe con el non-sense nadaista y sale a describir el mundo mediato con el arte poética que encuentras y señalas. Proclama la belleza destapada de la vía pública, y de la vida íntima familiar de la clase media con palabras sencillas y sugestivas, montadas en un ritmo que acaba de recibir del Paráclito en pleno dancing. Allí nazco como el que soy. Lo escribí sobre la mesa de corte de la sastrería de papá, dispuesto a romper con un posible camino mallarmeano, tan caro a otros nadaístas. Con ese poema recibí el espaldarazo de Ernesto Cardenal desde su monasterio de Cristo Sacerdote. Me decía que si seguía por allí, llegaría a ser el gran poeta de Colombia. Y seguí por allí. Paños menores es el desarrollo in extenso de ese poema.

 


-Es decir, que éste es un poema génesis de donde surge la solidez de Paños menores. Para quienes no conocen todavía el libro, la edición original va acompañada de un prólogo de Sergio Mondragón, un texto a manera de pórtico que titulas Puntadas sin dedal, un epígrafe de Miller, los poemas que son propiamente del título y unos poemas que titulas complementarios. ¿Por qué son necesarios para este libro estos poemas complementarios de ritmo diferente donde predomina la elaboración de lo interior a través de la recreación del mundo escolar?

-Como te expresé al principio, es la saga confesional .Una narración consecuente e inteligible. La baraja de los de casa. Los recuerdos aun por almacenar. Expresión lírica despojada de de giros ornamentales y de aromas exóticos más allá del jabón de tierra. Tampoco quiero decir que mi música fuera el choque de las tapas de las ollas ni el silabeo de la taza del inodoro. Utilizando la sinécdoque ma non troppo. Pensé que mientras más elemental fuera el término podría cobrar más impacto. Recordé un verso de Alfred Jarry que me conmovió: "Durante muchos años fui obrero ebanista". Y uno de Zona, de Apollinaire: "He visto esta mañana una linda calle cuyo nombre olvidé". Me dije, por allí es lo mío. Los poemas complementarios cierran el ciclo narrativo de la infancia y adolescencia. Para mí, adiós a la metáfora, que es recurso para aprendices y decoradores.

Todos estos poemas los elaboré como fichas para mi novela La casa de las agujas, que nunca tuve tiempo de acometer. Ahora, con la disponibilidad y los chavos que me han acordado estos borradores poéticos, veré al fin de redondearla. A ver si logro ganarme el premio Rómulo Gallegos de narrativa. Esto, que podría considerarse arrogancia, no es más que perseverancia.

 

-Has utilizado una palabra que me fascina, pereseverancia, la misma que exige el oficio del sastre y el del poeta. Me dices que le dijiste adiós a la metáfora pero algunos pensarían que el oficio del sastre y la mesa donde se cortan y cosen trajes y se escriben poemas como lo señalas en tus poemas, son metáforas de la escritura. ¿Contra cuál tipo de metáfora te pronuncias? pues te confieso que leí tus poemas saltando gozosamente entre la palabra directa y las metáforas que propiciaban el decir desnudo. ¿Es la metáfora per se un obstáculo para el poema o es el uso que se le da?

-Te va razón, convengo en que utilicé el término metáfora en sentido figurado ¡qué pena!, para referirme por extensión a todas esas galas del lenguaje que me enseñaron en la preceptiva escolar y que yo consideraba floreros colocados en las esquinas del poema para adornarlo, pero desde niño detesté los adornos y floripondios, pues nunca en la casa vi uno. Tal vez por falta de recursos. Menos mal. Me es más bella la belleza desmaquillada de esas pompas comparativas. Si vamos al sentido preciso de 'metáfora', "usar una palabra o frase en un sentido distinto del que tiene, guardando su analogía", veo que mi lenguaje poético es de lo que está lleno. Y más aun de 'metáforas continuadas', donde las palabras llevan un sentido convencional y otro subterráneo.

Lo hice para referirme a una corriente en circulación que busca producirnos malaire y es la de los 'poetas de la imagen', en la que todo lo que expresan son chorros de comparaciones suntuarias, expresiones que parecen un postre -como si la realidad cruda y nuda no fuera comible y bella- retorno a una especie de creacionismo que muy bien le lució a Huidobro. Le tuerzo el cuello al cisne de engañoso plumaje, tal como pedía González Martínez, y después me lo como con mi sirvienta. Pero no sólo al cisne. No tuvo empacho en confesarlo Vallejo: “Me friegan los cóndores”. Al lenguaje florido prefiero el desfloripado.

Pero es verdad, así como la sastrería sobre la mesa es metáfora de la escritura, la poesía es metáfora de la vida. Trasposición verbalizada de la creación del primero. "La poesía es este día", es el verso que más me gusta de Gonzalo Arango.

-Bien han destacado el humor y la ironía en tu propuesta estética, pero ese tono revela un aspecto altamente conmovedor en ese retornar “de las islas de la memoria” y elaborarlo desde las vivencias mínimas que con el transcurrir de los años se crecen dentro de uno. ¿Volver una y otra vez, bruñir ese mundo familiar una y otra vez, no te enfrenta a la posibilidad de la repetición o del agotamiento del tema? Aunque supongo que tu pulso escritural te aleja del miedo, con esta pregunta me quiero detener en ese miedo que siente quien escribe cuando un tema se le impone y su obra se construye sobre ese tema.

-Tal vez deba decirte que mi obra no se edifica toda sobre ese tema, que es tan solo una veta para cobrar a todos los que hicieron sonrojar a mi padre por mi fracaso. Fracasé en mis estudios y por ende en mis profesiones probables pero imposibles. Como tampoco me sentía capaz de heredar la aguja y el dedal ni las tijeras voraces, me propuse recortarme como un molde y coserme a la poesía. Donde también los colegas me consideraron -hasta ayer todavía- un diletante sin futuro a pesar de mis tres premios nacionales, que tal vez me concedió el espíritu santo de puro huevo. Gran parte de mi obra es pornográfica sin caer en el erotismo, porque desde que mi primera mujer fatal me puso los cuernos, los usé para cornear a todas las percantas que se dejaran ver algo rojo, ya fueran el farol, las uñas o las pantaletas. Voy del tema sartorial al libidinoso con la misma facilidad con que pasaba de mi casa de las agujas a las casas de putas torciendo la cuadra. Y también tengo una copiosa producción referida a los hechos del nadaísmo, y otra a los santos de la iglesia, y otra a quienes desde el poder profanan la dignidad de la vida. En ninguno de estos temas me da miedo de repetirme. Al contrario, me da miedo de arrepentirme.

-Jotamario, esa naturalidad con la que pasas de la casa de las agujas a la casa de las putas me parece un reflejo de la convivencia que observa uno en Paños menores del triunfador celebratorio -que los hay pesimistas- con la confesión del vencido. Si bien los opuestos viven en movimientos complementarios, reconoces un origen conflictivo, que nos es común, en “Antepasados” y en “El retorno del profeta”, poema que me hizo recordar la visión de Rafael Cadenas siendo ustedes poetas con propuestas estéticas tan distantes, culminas con “más famoso que nunca, fracasado como ninguno”, pero esto ya nos lo anuncias en tus “Puntadas sin dedal” cuando escribes “mi credencial de reprobado triunfante”, dime ¿es la poesía un oficio de vencidos?

-Desde luego que en la poesía es más noble asumir la posición de vencido que la de triunfador. La mayor parte de los nadaístas, muertos y vivos, habrían asumido que ese cambio del mundo que vislumbramos no se dio y antes el mundo hizo un cambio para peor. Pero que yo recuerde nunca nos presentamos como salvadores sino como anunciadores apocalípticos, así se nos considerara loquitos místicos. Se habla más de la poesía nadaísta que de sus poetas, suponiéndose más significativo el disparo que el detonante. Sólo Jaime Jaramillo Escobar, a pesar de su posición tan discreta respecto de la promoción de su obra, ha suscitado una actitud prácticamente unánime respecto de su importancia. Es tal vez el mejor poeta actual de Latinoamérica pero no es el único en el nadaísmo y eso es bueno dejarlo claro. Desde muy jóvenes alcanzamos la fama así no tuviéramos con qué comprar las revistas que nos daban amplio despliegue. Después de 50 años, a la par con los besos con que se nos corona seguimos provocando rabietas en energúmenos. Te manifiesto esta convicción: Nos propusimos fracasar y fracasamos en el intento.

 

-Dejemos al margen tu arraigo en el nadaísmo aún después de cincuenta años y detengámonos en Jan Arb, iluminado y “poeta alquímico cuyo metal se demora”, que muy de pasada mencionas en “Puntadas sin dedal” y que puede considerarse un guiño y, a la vez, un doble del Jotamario nadaísta. Se estaría ante el poeta que se protege y blinda mediante el humor, la ironía, la palabra afilada, y se dedica con rigor a la escritura, con una disciplina que no evade la vida y lo festivo. Apunto esto, primero porque no me da la gana de quedarme con una interpretación irónica de Jan Arb y porque cuando uno lee Paños menores, percibe la exactitud de la palabra, de la imagen y un orden donde nada sobra ni falta para construir el mundo confesional de lo familiar y de la infancia. Son poemas donde el dominio poético es tal que penetran naturalmente y no se largan. Un desprevenido pensaría en lo fácil que es escribir cuando lo difícil es hacerlo parecer fácil. ¿Forma esto parte de una propuesta estética consciente y vinculada al nadaísmo o es producto de la perfección que logra el trazo zen de tanto repetirse u ocurre aquello de que “El diablo mientras más viejo…”?

-De los poetas nadaístas, y aun no se sabe si Jan Arb lo sea, por cuanto casi siempre permaneció en casa o en la calle ayudando a bien morir a los moribundos, podría decir que es el caso más raro por cuanto desde muy joven retornó a Cristo, es más, andaba con túnica y sandalias por las colinas de Cali y con una bandera de cinco metros que decía “castidad”, pienso que haciéndome un llamado hasta Bogotá para prevenirme de los desórdenes eróticos de mi vida publicitaria. Fue siempre mi doble pero al contrario; aunque escribía incluso con mi misma letra, me oponía su conducta moral buscando ganarme para su causa. Y lo peor es que creo que lo está logrando. Si he podido llegar a cierto dominio con la palabra, tal vez mediante el verbo llegaré a Cristo. Estoy en mis últimos arreglos con este asunto. Por lo menos un pacto de no agresión firmaremos. Y no es por salvar mi alma. Lo que quiero es sentirla reverberar.

Si el diablo sabe más por viejo que por diablo, imagínate lo que sabrá Dios, que es mucho más viejo.

 

fotografía: Jotamario Arbeláez y María Antonieta Flores. Bogotá, 2008.

 
 

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