La continuidad
humana de Ida donde mejor se puede reconocer es en su obra. A partir
del Umbral, el primer premio que recibió cuando
tenía trece años, tú puedes ver su proceso de penetración
en el lenguaje. No hay ruptura. Hay cambios, pero rupturas no las hay.
Yo no lo creo en el poeta que te dice una cosa y después actúa
de otra manera, ni creo tampoco que el poeta deba escoger un estilo,
una escuela. Ida tenía esa actitud de buscar en su lenguaje
una verdad suya. Ella en eso era intachable. En la obra de
Ida encuentras desde lo femenino, hasta el tema de los cementerios judíos.
“La forma singular es la infinita”, es la más grande
definición de Ida Gramcko como poeta. “¿Existo?
No. Vivo”. ¿Por qué te dice ella eso ? ¿
Y qué es el poema sino poner el tiempo como una permanencia?
En los últimos años ocultó
su ternura, pero yo también comprendo que se hizo dura
porque era frágil. Esa fue su defensa para resistir
al medio que la asediaba. Fue muy maltratada después de su enfermedad.
Ella sí vivió una etapa de angustia muy fuerte de allí
empezó a transformarse, pero sin dejar de ser Ida. Ida
vivió su vida a su manera, pero la vivió.
Esa falta de ética para juzgar a alguien fue lo que a ella la
hirió. Eso hizo que muchos poetas se alejaran de ella, y lo que
a mí me duele es que los seres humanos a veces seamos indiferentes
ante los problemas de los otros. Porque yo no creo que ser poeta sea
nada más que urgar dentro de sí.
Elizabeth Schön
Si tuviera que ubicar la originalidad de
Ida Gramcko -y ella ha sido original desde sus poemas precoces—
diría que es la creadora de un nuevo barroco (sólo suyo)
en la poesía latinoamericana:
Barroco
que tiene firme raigambre en el Siglo de Oro y atmósfera donde
se transmuta el copioso material de nuestra geografía, -forma muy
rigurosa que siempre ha rehuido todo paisajismo, todo recurso descriptivo,
toda justificación anecdótica.
Esta orfebre, esta artesano exuberante,
este arquitecto del lenguaje, esta tejedora agilísima trenza y
destrenza, entreteje conceptos, pensamientos, sentencias, definiciones
primigenias, imágenes, metáforas, símbolos, integrando
discursos insólitamente ritmados, construcciones únicas
dentro del panorama de nuestra más alta poesía.
Ritmo y plástica imbricados. El poder
de lo visual es también excepcional en esta obra poética.
(Un poema como CANTEJONDO, para dar nada más que un ejemplo sólo
sería comparable a GUERNICA de Picasso —y ello, sin que medie
ninguna semejanza).
Y habría que señalar también la concisión
en la riqueza, en la abundancia y en el zumo de la cornucopia: el Barroco
no excluye, muy por lo contrario, necesita la síntesis para su
catedral o su joya.
La serie de poemas titulada EL MISMO YO,
MAS CARACOL, muestra paradigmáticamente las huellas, las facetas
imantadas, resultado del cincel de la síntesis en la forma barroca.
A veces Ida nos da la impresión de que
el torbellino de las palabras la arrastra, la domina en esa métrica
embriaguez de consonancias, de asonancias, de aliteraciones, —rima
y medida que se han tornado su segunda naturaleza, su respiración,
su latido.
Pero, en todo caso, el poema no deja de
envolvernos en su triunfo, en su cadena de sorpresas, en su bloque de
hechizo y lucidez, en su autenticidad rotunda, en su resplandor interior.
La poesía de Ida Gramcko supone, fiel a su fundamentación
conceptual, una violencia sobre la realidad, sobre las apariencias: irrupción
abrupta, sacudimiento de lo real, ensanchamiento de mundos...
Alfredo Silva Estrada
Ida Gramcko,
nacida en 1924, estudiosa de la filosofía de Platón, pero
también, de Soren Kierkegard y de Henri Bergson, de Nietzche y
de Williams James, lecturas que proporcionarán a su espíritu
fuego, color y estímulo en el trazo de un itinerario lleno de un
tejido de metáforas yuxtapuestas, espejeante, que nos coloca frente
a la primera experiencia alucinante en nuestra poesía, lo cual
se observa no sólo en sus versos, sino en sus crónicas y
ensayos profundos sobre las artes visuales, sobre la poesía, en
sus piezas teatrales. Tal como sucede en algunos de sus versos, aborda,
en la escritura dramática, el tema mítico. Permite entonces
al lector el goce de un esplendor verbal nunca antes experimentado en
nuestra poesía.
La imagen se transforma, frente a nosotros, se hace, se deshace para dejamos,
(…) la experiencia del goce del esplendor verbal. Pero, también,
una experiencia mística, trasmitida en sensualidad frenética,
no exenta de angustia y dolor.
José Napoleón Oropeza
|