Como
mujer de amor, entraña y justicia, busco la paz, la necesito
casi diariamente y sé que solamente a través de ella,
percibiríamos con más nitidez y comprensión los
brillos, los contrastes, las sombras de la aglomeración en las
ciudades, pueblos, bosques, aún veríamos con mayor noción
social el descalabro de un portón donde un niño tan pequeño
como una manzana, gime, patalea, grita y solamente lo escuchan los aires,
las aves, y tal vez las nubes blancas de los cielos.
¿Qué es la paz? Espero.
Nadie responde, mas las redes de las brisas siguen hacia delante como
oyendo los horizontes y en ese instante pienso que si no encuentro respuesta
alguna capaz de descifrármela, se debe y de alguna manera, a
que el pensamiento no me puede contestar debido a que al demostrarme
lo que podría significarme la palabra paz se carga de un significado
demostrativo que ciñe al pensar poético obligándole
a responder, sin pregunta alguna a su significado, arrebatándonos
entonces esa sensación de paz genuina, ínsita, que de
vez en cuando descubrimos entre las distancias que separan una cumbre
de otra cumbre. Sensación extraña no común mas
firme y rotunda, semejante a un cordón sumamente grueso que tendido
sobre los espacios se equilibra pacíficamente por sí mismo
aún si es empujado por vientos montañosos.
No puede haber paz si no hay justicia,
amor. Qué serían de ambos si no fueran los principios
fundamentales de la vida. Amor, paz, justicia, forman una cadena irrompible
para el equilibrio de los contactos humanos y es a la paz a la que debemos
de buscar y de escuchar porque ella siempre nos está diciendo
algo: paz. Si fuera de otra manera no existiría como palabra
primordial de las necesidades de los hombres. Hay que oírla,
seguirla, lo mismo que cuando vemos que el viento pasa por sobre nuestras
techumbres y después vamos al parque, a la calle, aún
al patio y al ventanal, para recoger los maduros frutos que nos dejó
en la tierra, el viento.