Dos poemas de Josu Landa:

 

INDECIBLE

Para habitar la muerte se necesita
haber visto la nieve en el ojo del venado exánime
y colmar el caudal implícito del verbo
sin alcanzar la profundidad
con la profundidad de que habla por sí sola
la raíz en su mudez.

Hay aquí un estado de gracia
como templar las alas
en el borde fantasma de las llamas
antes de disolverse en el aire
sorbiendo un ardor hermano
con la lejana suavidad de la nube.

Y otra cosa:
no insistir en forzar la mirada
en el rumbo que sea,
no intentar señuelos o carnadas
a menos que se trate de heredar
un reguero de sal en forma de estatuas
debajo de esta tabla demasiado blanca para ser de ley
o sudario de cenizas
de una tinta en el fondo árida.


SED
No se pierde nada
con cerrar los ojos
para dar el ósculo:
artimaña para estampar adentro
el único flujo verdadero:
la avidez de pasar y traspasar
de piel en piel
como río que sigue la huella de sus aguas:
lo que está escrito
desde el oscuro memorial del primer grito:
cuando la luz y la tiniebla
se encuentran en un vano rotundo:
el círculo ciertamente perfecto:
el que se contrae y abraza y alumbra y sorbe.

Todo lo que somos pasa
por esa puerta
o sus emblemas,
en un rumbo y en otro:
para lanzarnos al seno transparente del día,
para deshacernos en el cuerpo turbio del humus:
el viático de la discreta leche de los árboles
que nos devolverá en son de fruto y sombra.

Que otros se queden
con este par de ojos y su irisación moruna,
que otros respiren por ahí
la tenue irradiación de esta osamenta:
¿alguien necesita ser?
¿alguien quiere un óbolo de tiempo en efectivo?:
aquí tiene todo un testamento de heridas:
signos para sellar la muerte.

De Estros, 2003

 

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