LA
VENUS Y LA CIUDAD |
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Rossana Miranda |
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La
primera vez que vi a Milagros Socorro no sabía que era ella. Estaba
inmersa en el panel de un foro sobre periodismo literario pero yo sólo
reconocía el tono de sus letras, no su rostro. La buscaba entre
los asistentes con la certeza de que su verbo me iba a hacer señas,
con los brazos extendidos, para decirme que era ella, pero no fue así.
Sin embargo, cuando la ponencia comenzó el discurso fue contundente.
Bastaron dos descripciones sobre las inquietudes que le proporcionaba
su rostro reflejado en el espejo para saber que la tenía frente
a mí, haciendo alarde de su palabrería para cautivar al
público. Tenía un peinado que evidenciaba al menos dos horas
y media de intenso trabajo, las uñas esmaltadas de rojo y unas
piernas cubiertas por medias pantis que terminaban en tacones dignos de
equilibrista. El perfecto antónimo de mi imagen de una escritora
enraizada con las voces de la calle.
Recordé de inmediato a “La Venus del Cafetal”. Una crónica que le valió a Milagros Socorro el premio del concurso de Crónica Urbana de El Diario de Caracas en 1994, dotado de 50 mil monedas. A galope rápido pero nunca atropellado, moldeó con su verbo un mito de hechura deportiva a la vez que sensual. De pocos y apretados atuendos, lycra y franelita, la chica in de la década pasada se erigía entre las vías a las seis de cada mañana como una diosa desarraigada y disciplinada, con sabor a yogurt en la lengua y sudor perfumado. Avenidas de ilustres personajes olvidados, nomenclatura de señalizaciones, edificios, mercados y verduras, el enmarañado tráfico que genera la superpoblación de Los Samanes en la avenida principal de El Cafetal –que en realidad se llama Raúl Leoni- e inútiles fiscales de tránsito que se rinden ante el reto de poner orden, recrean la ciudad que se levanta activa y libre con el amanecer, igual que la Venus, en una practica de inevitable nexo con el espacio público. Para la Venus no existe punto de comparación entre la rutina de un asfixiante gimnasio y el ritual de dominar con su trote la avenida del ex presidente. Pero como la realidad se impone en su afán de plagar al arte, y la crónica es “la verbalización de la mirada desde una perspectiva individual”, en boca de la propia Milagros Socorro, rasgos de la actualidad venezolana se asoman en el texto para saludar al lector en un ejercicio de catarsis. La indiferencia de los gobernantes para con los ciudadanos y de los ciudadanos para con su entorno, el quiebre financiero de varios bancos y esta vaina que nos han echado, son algunos de los pícaros guiños en “La Venus del Cafetal”. Para esta periodista egresada de LUZ, que se negó a vivir aferrada a una olla mondonguera en algún confín de la Sierra de Perijá, la mirada en la crónica es la que actualiza los hechos y les da pertinencia, lejos, muy lejos, del discurso irrestricto y almidonado del periodismo informativo. Por eso la linda muchacha que corre por las calles no es sólo la que Milagros Socorro observa desde el balcón de su casa, es muchas muchachas, es un poco de todos los que vivimos custodiados por El Ávila. La segunda vez que vi a Milagros Socorro me reconcilié con ella. Esta vez Mili –como la llaman los suyos- me otorgaba una entrevista en su casa y se había desprendido del traje de diva para sortear la palabra frente a su computador, en los últimos toques que le daba a un reportaje para la revista Exceso. Tenía el cabello recogido con desenfado en cola de caballo, zapatos deportivos y una franela pasada de uso. Me aseguró que nada en la crónica es inventado. Todo es cierto. A la Venus la ve a diario, los nombres de los edificios que vigilantes la observan desde la acera, así como también el listado de las calles, los anotó en su libreta, como siempre hace en su empeño de recrear la realidad e inyectarle vida a sus textos sin fronteras de géneros. Porque Milagros, Venus del lenguaje, poseedora de un rostro que mezcla señas de las Antillas y otros trazos de la Guajira, no le pone barreras a la creación y a su irrefrenable pasión por la palabra. “La Venus del Cafetal” es de lenguaje fresco, prosa ágil y altiva. La narradora envuelve con una voz personal que no titubea sino que grita, sin reservas, lo que ve desde su esquina. Vuelve a su tema recurrente del feminismo y la femineidad pero también vislumbra la batalla y las costumbres consumistas de la clase media cuando nos cuenta que una sucursal de Quinta Leonor desplazó al Cine Caurimare. Sin nombre propio, la Venus es el símbolo de la modernidad de una ciudad que continuó creciendo a pesar de no progresar. Y es que Milagros Socorro no sólo captura la figura y la idea de un personaje que piensa, duda y trota, que se refugia en la urbe para no sucumbir a la desesperanza, sino que también retrata con fino trazo los rasgos y el palpitar de la Caracas de los noventa. ___________ Socorro, Milagros. “La venus del Cafetal”, Criaturas Verbales. Caracas: Ediciones Angria, 2000
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