EUGENIO MONTEJO EN 35 MM
LA BREVEDAD DE UN IMPACTO
Rossana Miranda y Ernesto Campo
Una
noche, hace más de dos años, el poeta Eugenio Montejo recibió un correo
electrónico. No sabía que esa solicitud que le hacía su amigo Guillermo
Arriaga –novelista y guionista de la aclamada cinta Amores Perros–
representaba la entrada de la poesía venezolana en una producción
de Hollywood.
Aunque no alcanzó a pronunciar su nombre,
en una de las escenas románticas de 21 gramos, el actor Sean Penn
recitó uno de los versos del poemario La tierra giró para acercarnos
(1988): “La tierra giró para acercarnos/ giró sobre sí misma
y en nosotros,/ hasta juntarnos por fin en este sueño... ". El
suceso arrancó aplausos a los espectadores en algunas salas de cine
y, gracias a la petición de Arriaga de que en todas las traducciones
se colocara el nombre del autor, el poeta representante del postvanguardismo
se dio a conocer entre un público juvenil que pocas veces tiene acercamientos
a las letras. A lo sumo, el tiraje de una publicación editada en Venezuela
llega a los 10.000 ejemplares, pero a través del celuloide, las palabras
de Montejo rompieron las barreras y las cifras en su recorrido por
el mundo.
Guillermo Arriaga es mexicano y visita
Caracas desde 1978, cuando un tour lo llevó a recorrer la fábrica de
arte murano en Potrerito, la Casa del Libertador y la Plaza Bolívar.
Pero en 1995 quiso más, y desde entonces viene a recibir su inyección
anual de la ciudad, una urbe tropical que ha cambiado y a la que siente
destruida. Al igual que su amigo poeta exclama: “Qué le hicieron
a mi ciudad de los techos rojos”.
Montejo considera que el gesto de Arriaga
fue generoso y fraternal. A decir del autor con raíces valencianas,
el guionista de 21 gramos pudo haber echado mano a los versos de cualquier
otro poeta. “La iniciativa de Arriaga lleva la poesía adonde
debe estar: como compañera de todas las horas de la vida”.
Creyó que el proyecto cinematográfico
del mexicano era discreto, pero la buena acogida en Cannes y el éxito
internacional lo convencieron de lo contrario. Bastó que un verso
se colara, bastaron unos segundos en la pantalla grande, para desencadenar
lo inevitable: que lectores de todo el mundo se adentraran en su obra
y en la universalidad de su verbo.
Montejo es un autor que nunca ha apostado
por otra cosa que no sea la humildad, y sus poemas no hacen más que
reivindicar el silencio. Sin embargo, su fe en la tradición lo lleva
a auditorios repletos de estudiantes que preguntan por el origen de
su heterónimo Blas Coll o lo colocan en aprietos al preguntarle por
el sentido de la poesía, sólo por el afán de mantener el contacto
con esa gente que posibilita la continuidad de esa tradición. De allí
que el revuelo que dejó 21 gramos sea un reconocimiento justo para
un autor comprometido con su tiempo.