Epífitas
EL HILO DE LA VOZ
María Antonieta Flores
Es
indiscutible el aporte que para la difusión de y la reflexión sobre
la literatura venezolana, significa este trabajo de Ana Teresa Torres
y Yolanda Pantin que han titulado El hilo de la voz
(Caracas, Fundación Polar/Ediciones Angria, 2003). Más que una antología
crítica, este volumen de 966 páginas sigue un criterio enciclopedista
que se estructura en varias partes: una presentación denominada “Un
territorio sin cartografía”, un estudio sobre la escritura de
mujeres en el s. XX que titulan precisamente “El hilo de la
voz”, la antología de textos siguiendo un criterio cronológico
por fecha de nacimiento, un índice biobibliográfico parcial de las
autoras seleccionadas y un registro bibliográfico general de autoras
venezolanas y la siempre inevitable, necesaria bibliografía general.
Es indispensable detenerse en los estudios
que preceden a la antología propiamente dicha, pues allí se concentran
las proposiciones de las autoras acerca del tema y el camino o metodología
que marcó su reflexión. Lo primero que llama la atención del trabajo
es su carácter intergenérico y ellas lo reconocen como un aporte necesario:
“El concepto de que la voz literaria se expresa en distintos
registros, y puede dialogar en esa diversificación, es probablemente
novedoso en las recopilaciones nacionales”. Es obvio que los
distintos géneros literarios dialogan entre sí ya en sentido horizontal,
con las obras de la época, y en sentido vertical, con las que la preceden
y la seguirán.
La lectura e interpretación que hacen
del amplio corpus presentado está hecho siguiendo el culturalismo,
un criterio básicamente anglosajón para interpretar la realidad, corriente
que ha marcado los últimos veinte años a un amplio sector de la crítica
literaria. La elección del camino queda justificada cuando escriben:
“la crítica contemporánea reconoce la resemantización y desterriorialización
de la escritura que inserta nuevas sedes de creación en los cuerpos
literarios”.
Para establecer la geneología y las
relaciones entre autoras y discursos, comienzan el ensayo titulado
“El hilo de la voz” con una breve reflexión acerca del
s. XIX como anteedente. Para todos es sabido que no hay mucho que
sacar a la luz allí, pero la intención vinculante de las autoras,
las obliga a tomar como punto de partida el siglo anterior, útero
gestador de las voces femeninas que dejarán su huella en el siglo
siguiente. Entrando ya en materia, revisan por etapas cronológicas
al s. XX. La lectura que hacen registra el surgimiento de la conciencia
y el compromiso de ser escritoras en las mujeres, el reconocer que
tenían voz propia y el deseo de tenerla, desarrollarla y nombrar desde
su propia voz. Con el comienzo del siglo, luchan por conseguir un
espacio público: “la entrada en lo público resulta un gesto
bárbaro” pero manteniendo como propuesta general, según las
autoras, un “énfasis en lo menor” porque encuentran a
“lo “no importante”, como rasgo característico de
la escritura femenina”.
Condenadas al mundo privado, la expresión
escritural de las mujeres expresa el agravio que siempre ha marcado
el acto de aprehender el mundo desde lo femenino. El agravio será
una línea temática que atraviesa todo el siglo por medio de muchas
voces que lo expresan de distintas maneras
Teresa de la Parra y Enriqueta Arvelo son consideradas las voces constituyentes
del discurso femenino nacional: “De estas escritoras que hemos
considerado fundantes se inician dos tendencias mayores: el deseo
de la voz y la búsqueda de autorrepresentación. Hablar, sí, pero desde
sí mismas.”
Dentro de un proceso paulatino de apropiación,
el cuerpo es visto como propio y no en función de la existencia que
le otorgue el otro (aunque esto no se puede afirmar totalmente, porque
siempre se requiere del otro que te constante). Esta apropiación se
da por dos vías: con “la introducción del cuerpo ya no como
ofrenda ni como valor narcisístico sino, por el contrario, como campo
de batalla en que se mezcla lo cruento, lo perdido, lo dominado,”
y cuando se canta al “cuerpo como sede erótica”. Esta
tendencia que señalan alcanza un punto alto en la década de los ochenta,
gracias a los hilos que sus antecesoras trabajaron. “Esta transición
de la mujer entre su destino de ser fuente de inspiración y su autoapropiación
como poeta, es un elemento generacional importante, paralelo a la
definición como novelista, en el campo narrativo”.
Así los textos aquí reunidos dan cuenta
de dos aspectos fundamentales: “la construcción de la identidad
en el lenguaje.” y “capacidad restaurativa de la palabra”.
Pero deseo y búsqueda exigen un fuerte ejercicio que lleva a un enfrentamiento
que Torres y Pantin delimitan de alguna manera en que frente a la
“poesía de obligación metafórica” se coloca “una
poesía cuya intención es “herir” la lírica.
Para ellas, la “autorrepresentación
recoge los sufrimientos colectivos y recorre una cierta autobiografía
de la mujer escritora. No hay destino de éxito, sino la lucha por
llegar a ser una escritora; más aún, un sujeto independiente, autónomo,autodefinido.
Es, quizá, el castigo a su exilio, a su desterritorialización, a su
deseo de ser ella sola, por sí sola, como subversión del destino femenino,
la que es castigada con la muerte” y aunque tal afirmación se
refiere a la narrativa de Milagros Mata Gil, creo que se puede aplicar
a muchas de las voces aquí representadas.
Finalmente para referirse a la escritura
de las mujeres que marcan el fin del s. XX y el comienzo del XXI,
señalan “como destinos que representan lo otro, lo radicalmente
opuesto y desconocido, en un desplazamiento iniciático al significante
mujer. Estas autoras finiseculares parecieran desterriolizarse, o
más bien, estar en el proceso de construir su territorio desde códigos
propios y diversos.” Queda así abierta la puerta de una casa
construida por muchas voces que han sido receptáculos de dolores mínimos
y profundos desgarramientos, de voluntad y empeño feroz por crearse
un lugar aunque sea en el nunca definitivo pero siempre acogedor territorio
de la palabra.
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