Víctor Bravo: El orden y la paradoja: Jorge Luis Borges y el pensamiento de la modernidad
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Carlos Pacheco
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El domingo pasado estaba por concluir la última tarde de mis vacaciones frente al mar. Las huellas del paso reciente de Iván el Terrible por nuestras costas terminaban apenas de ser removidas de la playa, y después de varios días de salada zozobra, el mar recobraba esa quietud vespertina con la que suele prepararse para trascender hacia la noche más allá del crepúsculo. Entonces, inalámbrica, entró la llamada del autor para solicitarme amablemente estas palabras de presentación para su libro. Aunque en Caracas me esperaba una semana repleta de tareas aplazadas por la breve pausa, supe de inmediato al escucharlo que accedería gustoso y que escribiría con deleite estas cuartillas, de sobra merecidas por ese lector insaciable y ese crítico excepcional que es Víctor Bravo. Las razones son varias. La primera de ellas es, naturalmente, el autor mismo: desde que lo conozco, hará ya sus veinte años, el fervor, la lucidez y la dedicación con los que Víctor emprende, sostiene y lleva a buen puerto todas sus labores como docente, investigador, crítico y últimamente editor, no han dejado de sorprenderme positivamente y también de estimularme. Esa buena junta de talento, pasión, trabajo y creatividad lo ha llevado a ocupar un lugar de alto relieve en el mundo de la academia y en la cultura nacional en general, lugar que se apoya sobre una sostenida y vigorosa trayectoria de estudios, enseñanza, responsabilidades universitarias, conferencias, viajes, premios y publicaciones. Es obligatorio mencionar aunque sea algunos de sus títulos que encuentro, no por casualidad, cerca de mi mesa de trabajo: Los poderes de la ficción (1987), Magias y maravillas en el continente literario (1988), El secreto en geranio convertido (1992), Figuraciones del poder y la ironía (1997), Terrores de fin de milenio (1999). Esa voracidad lectora, esa pasión por conocer, interpretar y relacionar, esa capacidad para integrar a su discurso expositivo y argumentativo una inconcebible multiplicidad de fuentes teóricas y filosóficas, se han vuelto proverbiales. Alguien decía, para caracterizar ese rasgo suyo: “Lo que pasa es que Víctor habla con notas a pie de página”. Hace unos años, un grupo de colegas, a punto de viajar a un congreso sobre literatura venezolana en París, sorprendimos a Víctor in fraganti leyendo y subrayando en el aeropuerto ya no recuerdo si a Habermas, a Rorty o a Ricoeur. Él se excusó diciendo que llevaba consigo esa lectura “para matar el tiempo mientras nos esperaba”. Y sus alumnos, de Mérida y de Caracas, así como de diversas universidades en España, Argentina y otros países donde ha enseñado, encuentran ya natural que él se presente, al inicio de un curso de 30 horas con una “bibliografía mínima” de 25 libros teóricos y más de 80 artículos. Es imprescindible complementar lo dicho añadiendo que así como Víctor es desmedido, casi pantagruélico, en su capacidad de trabajo y producción intelectual, lo es también en su generosidad, en su fidelidad hacia los amigos y en su devoción por el diálogo. La segunda razón es el libro mismo que estamos presentando: El orden y la paradoja: Jorge Luis Borges y el pensamiento de la modernidad. En 1999, cuando el proyecto de esta investigación de Víctor estaba aún en gestación, escribió Alejandro Rossi que a estas alturas, “escribir sobre la obra de Jorge Luis Borges es resignarse a ser eco de algún comentarista escandinavo o de algún profesor norteamericano, tesonero, erudito, entusiasta…”. Esta cita, que por supuesto se encuentra debidamente consignada -entre miles de otras- en El orden y la paradoja, expresa con exactitud mi primera e insistente respuesta cuando nuestro autor se me acercó con su proyecto de tesis doctoral bajo el brazo. Me cansé de rogarle que eligiera otro tema; me cansé de insistirle en los riesgos de trabajar sobre un autor de crítica tan abrumadora y tan variada; hasta que me di cuenta de que Víctor Bravo no sólo era osado, no sólo era rebelde, tozudo y pertinaz, sino que además sí tenía en efecto una propuesta integral y novedosa sobre Borges que poner sobre la mesa. Esa propuesta suya da razón del impacto absolutamente inédito y aún no repetido del visionario ciego sobre la cultura occidental: “De la filosofía a la teoría literaria, de la teoría de la cultura a la ciencia (y ahora soy yo quien estoy citando a Víctor) la obra borgiana parece haberse convertido en el espejo más fiel de las inflexiones y hallazgos del saber en la época moderna. ¿Por qué esta fenomenal concurrencia hacia la obra de un autor periférico que escribió en géneros híbridos y breves? ¿Por qué estos textos, acaso inexistentes, se han convertido en el ´azogue´ de una época?” La respuesta a estas inmensas preguntas, que está sólo de manera parcial y dispersa en toda la crítica borgesiana anterior, es hilvanada con todo rigor y detalle en las casi 400 páginas de este libro que Víctor terminó escribiendo sólo para llevarme la contraria. En sólo veinte palabras: Borges prefigura y señala, promueve y encarna -como nadie y desde muy temprano- la insomne interrogante moderna y posmoderna sobre la insustancialidad de lo real. La tercera razón es la relación de intercambio fecundo que fue posible durante la investigación y la escritura de este libro que ahora alcanza la fortuna de una segunda edición nada menos que en las prestigiosas prensas de Beatriz Viterbo. Se desarrolló como tesis doctoral en la Universidad Simón Bolívar. Sin embargo, dada la madurez y el calibre intelectual del doctorando, nuestra mesa de trabajo (en muchas ocasiones virtual, gracias a la mágica inmediatez de la comunicación electrónica) se hizo no solo redonda sino giratoria, pues los roles de maestro y discípulo no cesaron de rotarse en un diálogo difícil de describir. Nunca agradeceré lo suficiente lo que aprendí en aquellas sesiones. Antes de emprender este proceso, yo creía conocer bastante bien a Borges, pues como tantos otros y por un buen tiempo en mis ya lejanos veintipocos, la lectura de su obra entera llegó a ser para mí apasionada y cotidiana. Pero ese intercambio de varios años me llevó a descubrir con frecuencia vertientes y facetas inéditas y a confirmar esa nítida intuición que con frecuencia acosa a los lectores de Borges: la del carácter inexhaustible de su obra, la de que sus páginas, como los libros de la Biblioteca de Babel, son en realidad infinitas; la de que cada nueva lectura que hagamos de ellas, como nos certificaría Pierre Menard, será siempre nueva y siempre la primera. Una tercera y última razón es la venganza. A partir de lo que acabo de decir con respecto a nuestro concertado intercambio de puestos durante el trueque de ideas, lecturas, interpretaciones y valoraciones en torno a Borges, necesito devolverle a Víctor el apelativo que me asesta como un capirotazo en el prólogo del libro cuando, sin anestesia, me denomina “hiperlector del manuscrito”. ¡Más hiperlector del manuscrito será usted, doctor Bravo! No puedo dejar de señalar con satisfacción tres felices confluencias que toman corporeidad en este evento de hoy donde además del libro de Víctor Bravo, se presenta también el de Luz Marina Rivas, La novela intrahistórica. La primera de estas confluencia es que las casas responsables de su publicación son –a mucha honra- dos editoriales privadas “de provincia”: Beatriz Viterbo Editora, de Rosario, Argentina, y El otro El mismo, de Mérida, el invento más reciente de Víctor Bravo. Estas dos editoriales (nótese, por cierto, que ambas llevan nombres borgesianos) nos prueban y confirman con llamativa frecuencia que la alta calidad de un fondo editorial no es exclusiva de las grandes empresas ni de aquellas ubicadas en las capitales de nuestros países. La segunda confluencia es que en ambos casos se trata de segundas ediciones, lo que ya es un evento inusual para libros que son producto de la investigación académica. La tercera es que ambas obras fueron originalmente presentadas y aprobadas como meritorias tesis en el Doctorado en Letras de la USB. Y la última, que para gran fortuna, provecho y disfrute mío tuve el privilegio de actuar como tutor tanto de Víctor como de Luz Marina. No voy a resistir la tentación de concluir estas palabras, como ya lo hiciera en Mérida al presentar otro de los libros de Víctor, con el juego etimológico y semántico que nos permiten las resonancias épicas de su nombre de vencedor (Víctor) valeroso (Bravo) sobre todos los obstáculos que velan el conocimiento. Así que por este libro y los que fueron y los que serán, hay que decir: ¡Bravo, Víctor! Palabras de presentación
foto: Alirio Villarreal. 1997
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