Entrevista con Javier Sicilia:

          El reflejo del espíritu

Ricardo Venegas

 

El poeta Javier Sicilia nació en la ciudad de México en 1956 y radica en Cuernavaca desde hace varios años. En esta entrevista nos habla de una poética que, más allá de las estructuras formales en las que se conjugan la sensibilidad y el intelecto, se consagra al espíritu del hombre, que es su eje central. El autor de los libros de poesía Permanencia en los puertos (1982), La presencia desierta (1986), Oro (1990), Trinidad (1992), Vigilias (1994), de la novela El reflejo de lo oscuro (1997) y Poesía y espíritu (1998, ensayo) entre otros, revela la necesidad de ejercer una defensa de aquella poesía a la que no hemos regresado.

- Iniciemos con una pregunta fundamental, ¿qué lugar ocupa en México la poesía religiosa?

Creo que es una poesía que sólo hasta recientes fechas se ha empezado a valorar en su verdadera dimensión. México es un país que ha tenido grandes poetas religiosos. Curiosamente, como una ironía del espíritu, nuestro poeta nacional es un católico que escribió en muchos momentos una muy alta poesía religiosa, una poesía que nació de su drama interior: la ascesis y el erotismo. Otros grandes poetas religiosos son Carlos Pellicer, el Gorostiza de Muerte sin fin y Gilberto Owen. Lamentablemente, nuestra crítica no ha analizado con profundidad estos aspectos, contentándose con ver sólo el lado sagrado que hay en toda poesía.

El problema se ha complicado cuando los poetas manifiestan una expresión relacionada abiertamente con el catolicismo. Estos poetas han sido marginados y sólo, como te he dicho, hasta recientes fechas, han comenzado a ser valorados. El caso más claro es el de Concha Urquiza que los Méndez Plancarte rescataron, pero que después pasó al olvido hasta que Ricardo Garibay, por un lado, y el poeta José Vicente Anaya, por otro, realizaron un trabajo minucioso al respecto. Éste último hizo aproximadamente hace diez años una reedición de El corazón preso y trabajó en una biografía de Concha. Garibay le dedicó hace tres años varias ediciones de radio.
El trabajo de Francisco Alday había permanecido casi inédito hasta que Alberto Paredes publicó en 1987 una antología de su poesía, con prólogo de Manuel Ponce, recientemente fallecido, y había tenido una suerte parecida, ya que publicó siempre de manera marginal, particularmente en la editorial JUS, que en ese entonces tenía un prestigio reaccionario. El poeta Marco Antonio Campos tuvo el acierto de reunir su obra completa para la UNAM en 1988. Otro caso es el del padre Alfredo Plascencia, del que gracias al Cenca pudimos ver, creo que en 1989, una reedición de El libro de Dios; hay poetas religiosos que permanecen en el olvido y confío irán saliendo poco a poco a la luz.
Como ves, es sólo hasta recientes fechas que el sentido religioso, como una realidad profundamente espiritual, comienza a ser valorado. De hecho, mi generación tiene grandes poetas que, aunque no son católicos, tienen una profunda preocupación religiosa: Elsa Cross, Tomás Calvillo, Alberto Blanco, Luis Cortés Bargalló, Jorge González de León, por nombrar sólo algunos.

-¿A qué se ha debido esta marginación?

A muchos factores. Te hablaré sólo de algunos. En primer lugar al terrible jacobinismo que ha imperado en nuestra nación y que sospecha de todo lo que huele a religión, particularmente si es católica. Ese jacobinismo, que ha sido prestigiado, ha obligado a muchos católicos a tener una visión vergonzante de su catolicidad. En segundo lugar, a que la jerarquía de la Iglesia Católica Mexicana es muy inculta y ha visto siempre con desdén al arte. Ha olvidado que las mayores expresiones del misterio de Dios en su Iglesia, después de los santos, se encuentran en el arte. La liturgia, por ejemplo, es arte y ésta en nuestro país se ha relajado de forma penosa y alarmante. Escucha solamente los cantitos de las misas dominicales, que son una mezcla de la rondalla de Saltillo con el peor Enrique Guzmán y los jingles de Coca-cola o los santitos de yeso que pueblan el interior de los templos, por no hablar de la arquitectura religiosa. Eso puede dar una idea de la incultura que por desgracia hay en nuestra Iglesia. ¿Qué tiene que ver todo eso con la marea de fuego del espíritu que ha producido obras como las de Bach, Massacchio, del padre Ponce, cuyos poemas podrían ser adoptados por la liturgia mexicana? Lo kitch, por desgracia, se ha ido apoderando del misterio.

Hay un tercer factor, la ideología marxista que durante mucho tiempo fue un sello de distinción entre muchos intelectuales.

Hoy que todos esos mitos han comenzado a derrumbarse y nos enfrentamos a la inanidad del consumismo y a la estúpida ramplonería del neoliberalismo, lo mejor de la humanidad sólo puede volverse a lo espiritual para recuperar su sustancia. Por ello digo que sólo hasta recientes fechas se ha comenzado a valorar la poesía religiosa. Es una respuesta, una respuesta trascendente.

-¿La poesía de elementos bíblicos puede ir hacia lo social?

Sí, pero en segunda instancia. El objetivo de toda poesía es profundamente espiritual, no sólo con elementos bíblicos, sino con elementos religiosos y espirituales, y creo que toda verdadera poesía los tiene; es, valga la redundancia, espiritual. Creo, como lo sostenía Tarkovsky, el cineasta, que la misión de todo arte es elevar la conciencia espiritual de los hombres. Si se logra, entonces la poesía adquiere también una función social. Si el hombre crece espiritualmente entonces la sociedad se mejora en sus relaciones económicas, productivas, políticas, culturales. El objetivo de la sociedad dejaría de ser mundano y se volvería trascendente. Una sociedad verdaderamente espiritualizada viviría de manera fraterna y pobre.

-¿Quiénes son los maestros de Javier Sicilia?

He tenido muchos. Entre los poetas tengo profundas deudas, en primer lugar con mi padre. Óscar Sicilia fue quien me enseñó a amar a Cristo y a la poesía, y de quien escuché los primeros versos. Él era poeta. Pronto saldrá su libro, un libro por desgracia póstumo que reúne la mayor parte de sus trabajos, se llama Bajo el árbol del drago. Después, con San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Lanza del Vasto, Eliot, Gorostiza, Cuesta, Saint-John Perse, Manuel Ponce y con mis amigos Tomás Calvillo y Fabio Morábito. Junto a ellos comencé a escribir mis primeros poemas. Entre los novelistas: Dostoievski, Bernanos, Camus y Kazantzakis. Entre los cineastas Tarkovsky.
Le debo también mucho a un hombre que quise demasiado, un novelista marginado y la antítesis de lo que soy, Salazar Mallén. De él aprendí mucho en el orden de la literatura y de la amistad. Le debo también mucho a un lingüista francés, también amigo mío, del que traduje un libro que publicó la UAM, Pierre Souyris, y a un filósofo belga que ha venido a vivir a nuestro país y con quien tengo una profunda e íntima amistad espiritual, Goerges Voet. Fundamentalmente ellos han sido mis maestros.

-¿Cuál es el compromiso de un poeta sui generis que no escribe con los temas recurrentes de otros escritores?

Nunca me he considerado un escritor sui generis. Mi compromiso, como el de cualquier artista que se respete y respete el infinito misterio del arte y de la vida, es ser sincero en mis actos y en mi obra y escribir y vivir lo mejor que puedo, en acuerdo con el universo que descubro en mí y en mi tradición. Eso es todo. Si de ahí surge algo sui generis es sólo hijo de una profunda sinceridad. Creo que nadie puede escribir algo que valga la pena si se miente a sí mismo por moda, por dinero, por estar a la vanguardia o por querer ser moderno y aceptado por sus contemporáneos. Creo que un ser humano es más original como hombre y como artista, es decir, es más él, y por lo mismo le puede dar algo a sus semejantes, no en la medida en que busca innovar, sino en la medida en que desciende al origen y busca decirlo y encarnarlo en sus actos con toda la sinceridad que le es posible. Eso es de alguna forma para mí la aventura de la vida y del arte.

-¿Qué hay de la evolución de tu obra, te referirías a ella como un proceso o como un crecimiento?

Diría más bien que es un constante descubrimiento. Creo, como Leonardo (da Vinci) decía, que lo único que un artista produce a lo largo de toda su obra es el retrato de su propia alma. En la medida en que ese retrato es más claro, más profundo, más sincero, en esa medida, porque todo lo que nos une es interior, una obra se vuelve universal, le habla a otros y les descubre algo de su propio universo. Yo, como cualquier poeta, intento construir a partir de las herramientas que me da la lengua ese retrato, tamizar mi alma a través de una forma accesible a los sentidos y al intelecto. En este sentido, cada poema, cada obra, semejante a la de cualquier artista, es una parte de mi alma vista desde ángulos diferentes.

-¿Qué nos puedes decir, en este sentido, del uso que haces de la métrica en tu obra?

Soy un poeta que no puede escribir sin métrica. No he alcanzado a conquistar la rigurosa libertad que me permite escribir eso que equivocadamente llaman “verso libre”. El verso libre, en el sentido en que lo entienden nuestros contemporáneos, como el ejercicio de un capricho, no existe. Lo más difícil es conquistar la libertad del verso libre, porque lo más difícil es ser verdaderamente libre. Para llegar a ella se necesita un rigor inmenso. La verdadera libertad es inseparable del más extremo rigor. Sólo se conquista después de una larga y dolorosa ejecución y exploración de todas nuestras posibilidades. Es decir, después de una larga y voluntaria ascesis. Los seres más libres que conozco son los santos y esa libertad sólo pudieron alcanzarla a través de la obediencia, del sometimiento de sus pasiones, de sus caprichos, de su imaginación a la voluntad.

Los más altos poetas y artistas que conozco en el uso de lo que llaman verso libre pasaron por el doloroso rigor de la academia. Su ascesis fue tan inmensa como la de los santos. Para saber cómo Rimbaud llegó a producir Las iluminaciones y Una temporada en el infierno, hay que leer su poesía anterior y comprender el profundo conocimiento que tenía de los clásicos y de la poesía latina. Saint-John Perse llevó el proceso acentual del octasílabo al territorio del versículo y sus resultados son inmensos. El cubismo de Picasso es inexplicable sin su rigor académico.
No conozco algo más espantoso y caótico que una pasión y una imaginación a la deriva. Yo no he conquistado la libertad, por eso me someto a la ascesis de la métrica. Siempre he creído que para llegar a la libertad del verso hay que pasar por la mediación de la academia y de la tradición.

-¿A qué atribuyes el que la mayor parte de la poesía religiosa católica, al menos en México, se apegue a la métrica?

Es interesante esa pregunta y jamás me la había planteado. Intentaré responder a riesgo de equivocarme porque, como te digo, no es una pregunta que me haya hecho. Supongo que es una secuela arraigada en el inconsciente colectivo de los que hacemos poesía en una relación profunda con nuestra catolicidad, de los estatutos del Concilio de Trento sobre el arte. Trento fue muy brutal al respecto. Gabriel Zaid, en el prólogo que le dedica a la antología que hizo sobre Manuel Ponce y que publicó el Fondo de Cultura Económica, habla con un profundo sentido crítico de ese hecho. Trento, y yo en substancia lo sigo creyendo así, creía que el poeta estaba imitando a Dios y por lo tanto su creación debería ser perfecta. Por desgracia, o por gracia, Trento definió los cánones de perfección. Por ejemplo, una de las prohibiciones fue el uso de la sinalefa; la veían como un uso espurio, imperfecto. Esa visión de las cosas llevó a Gonzalo de Berceo a no utilizar ninguna sinalefa en sus Cántigas a la Virgen. ¿Te imaginas el rigor con el que tuvo que crear Berceo? Eso de alguna forma ayudó no sólo a Berceo, sino a otros grandes artistas a producir una obra rigurosa y profunda. El hombre (esto ya no lo entiende el hombre de hoy que cree, en nombre de la equívoca y pueril visión de la libertad que ha creado el posmodernismo, que toda ley es una sujeción a su libertad) necesita de un canon que lo remita a su libertad interior. Toda ley, cuando es buena, es en realidad una expresión exterior de lo que es nuestra libertad interna.

Lo que Trento olvidó, y esto ahora lo sabemos, es que la infinitud del espíritu tiene infinitud de leyes, y que esa imitación de Dios creador que hace el artista y que Aristóteles definió como imitación de la naturaleza, es una imitación del misterio interior con que Dios crea. Las leyes que definió Trento, y que tomó de la manera en que los artistas de la antigüedad creaban, son algo, sólo algo, de la expresión de ese misterio, algo que, en su rigor, puede llevarnos a la libertad a la que aspiramos y al descubrimiento de leyes más profundas. Sin ellas, a pesar de lo que se diga, tal vez el arte y la literatura de Occidente no hubieran evolucionado y adquirido mayor libertad.

-Te referiste a la marginación de ciertos poetas, fundamentales en la literatura contemporánea de México a causa de su temática, ¿esto quiere decir que han dejado de interesarle a la crítica?

A cierta crítica, de lo contrario no los conoceríamos. Hay que recordar que la crítica es también víctima de su tiempo y que muchos críticos sólo reseñan los libros que el mercado privilegia; una literatura anecdótica, ramplona o escandalosa. Pero hay una crítica superior y eso no ha dejado de estar presente en México. Tampoco en el mundo. Por ejemplo, el Premio Nobel que se le otorgó a Seamus Heaney es hijo de una crítica profunda. Heaney es la suma de mucho de lo que la posmodernidad y el mercado desprecian: es poeta, católico y nacionalista. Hay, en el fondo de toda la estupidez posmoderna y neoliberal, una realidad que no abandona ni a la cultura ni al espíritu.

 

 


Esta entrevista forma parte del volumen en preparación ConVersaciones (poetas mexicanos de los 50), poetas entrevistan a poetas, de próxima aparición.

 

foto: Los poetas mexicanos Javier Sicilia (izq.) y Ricardo Venegas (der.)


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