|
||
Cervantes y El Quijote: la herencia perdurable del idioma
|
||
Moraima Guanipa |
||
"Este que veís aquí de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa, y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no hace veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos, ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ellos mal acondicionados, y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies". La descripción se le atribuye a Miguel de Cervantes Saavedra, en cuya memoria más de veinte naciones unidas por el denominador común del idioma, celebran la vigencia y buena salud de la lengua española. La comunidad hispanoamericana conmemora el Día del Idioma y del Libro cada 23 de abril, con un recuerdo a Cervantes, fallecido el 23 de abril de 1616, y su Don Quijote, en una celebración que nos devuelve el orgullo de esta lengua que somos. Bien lo ha hecho notar el poeta colombiano Juan Gustavo Cobo-Borda: "¿Cómo imaginar la lengua? ¿Cómo hacer que se convierta en imagen? Apelando a aquellos que la han encarnado. Que la han hecho visible. Y quién mejor que Don Quijote, invención de Cervantes". El Quijote forma parte de la memoria colectiva hispanoamericana y universal. El caballero de la triste figura persiste en su centenario oficio de habitar en nuestra imaginación, para recordarnos la lozanía de un idioma, el español, y el vigor de un género literario: la novela. Lo infinito acompaña a El Quijote. Que lo diga el ingenio de Jorge Luis Borges y su personaje, Pierre Menard, también autor de El Quijote. Que lo digan los cuarenta autores hispanoamericanos que a comienzos de los años 90, coincidieron -por invitación del escritor y crítico peruano Julio Ortega- en la construcción de "un mapa festivo de la lectura actual del Quijote" y que dio lugar a la publicación de La Cervantiada (Fundarte, Caracas, 1993). Con este libro se reafirma lo dicho entonces por Ortega: "escribir es reescribir El Quijote". La obra de Cervantes es una invención que a su vez lo inventa incesantemente y nos inventa a nosotros como lectores. El mismo parece un personaje novelesco. Nacido en Alcalá de Henares en 1547, su origen hidalgo estuvo acompañado por una lucha incesante contra la pobreza y una aspiración de ascenso social nunca alcanzado. Se hizo soldado, padeció el cautiverio durante cinco años en Argel y su familia reunió a duras penas la cantidad suficiente para el pago que por él se pedía. Los cargos oficiales que ocupó, como comisario de la Armada y recaudador de impuestos atrasados, también lo llevaron a la cárcel, al no poder rendir cuentas en el ejercicio de su cargo y la última vez, al verse envuelto en un asesinato. Cervantes se dibujó a sí mismo: "Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las dificultades. Perdió en la batalla Naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los porfiados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos Quinto de feliz memoria"... Ni siquiera la popularidad adquirida con la aparición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, escrito cuando pasaba los 60 años de edad, le reportó a Cervantes tranquilidad económica ni relevancia literaria en su tiempo. En 1614, un año después de iniciarse la publicación de la segunda parte de El Quijote, circuló uno apócrifo compuesto por Alonso Fernández de Avellaneda. Uno de los más grandes poetas del Siglo de Oro español, Lope de Vega, se refería al autor de La Galatea y Novelas ejemplares en términos peyorativos: "ninguno tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote".
¿Cómo puede ser actual para el lector contemporáneo, negado hasta el bostezo para las lecturas lentas y atentas, un libro de un millar de páginas, escrito en el más castizo español? Este libro, que su propio autor caracterizó en el prólogo de la primera edición en 1605, como "la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo", resulta un antídoto contra estos tiempos de "best-sellers" y libros de "auto ayuda". El Quijote no ofrece verdades consumadas, lecciones de moralidad, historias heroicas, solemnidad en la escritura. Por el contrario, nos brinda el humor, la alegría seca y sin afeites de un anti-héroe que de tanto "desfacer" entuertos se eleva en su gracia de hombre esencial, colmado de fantasmas y de sueños. En las páginas de esta novela, nacida de la voluntad de sepultar a las novelas de caballerías, la realidad se funde, se transmuta en irrealidad. Ya lo dice el poema de Jorge Luis Borges: "el hidalgo fue un sueño de Cervantes / Y Don Quijote un sueño del hidalgo. El doble sueño los confunde y algo/ está pasando que pasó mucho antes". El Quijote y Cervantes nos enseñan, para decirlo con palabras de Milan Kundera, a comprender el mundo como ambigüedad y a tener como única certeza la "sabiduría de lo incierto". Curiosamente es Kundera, un escritor checoslovaco nacionalizado francés, quien rescata el espíritu de la novela, afincándose en lo que llama "la desprestigiada herencia de Cervantes". Esta herencia se ubica en sentido contrario al espíritu de nuestro tiempo, colmado de los logros de la razón, de la uniformidad y omnubilado por el culto al progreso: "El espíritu de la novela -escribe Kundera- es el espíritu de la complejidad. Cada novela dice al lector: ‘Las cosas son más complicadas de lo que tú crees’. Esas es la verdad eterna de la novela que cada vez se deja oír menos en el barullo de las respuestas simples y rápidas que preceden a la pregunta y la excluyen. (...) y parece molesta e inútil la vieja sabiduría de Cervantes que nos habla de la dificultad de saber y de la inasible verdad" (El arte de la novela, 1986). Podría decirse que El Quijote es un libro dentro de los libros. Italo Calvino comenta en Por qué leer a los clásicos (1993), que don Quijote vendría a ser el último depositario de las novelas de caballería, al ser un personaje construido a sí mismo a partir de los libros. Calvino, quien, por cierto, no lo menciona como uno sus clásicos, aunque se refiere a éste en distintas partes, afirma que El Quijote es el último ejemplar de la estirpe caballeresca, una especie sin continuadores. La novela cervantina abunda en recursos narrativos que enriquecen su trama: sueños, historias narradas por otros, lecturas de libros diversos, sonetos propios y ajenos, citas, menciones a documentos varios, van sumando en favor de la intertextualidad del relato. Cervantes va lejos en su desafío y llega a introducir a otro autor de El Quijote dentro del libro: "Cide Hamete Benegeli, historiador arábigo" (Cap. IX, primera parte). El libro inaugura la novela moderna no sólo en la complejidad de su construcción, sino también en el lugar que le otorga al lector y en los juegos que propone a su imaginación. Al incorporar otras voces narradoras la novela se llena de resonancias. Cervantes dialoga directamente con el lector, el "desocupado lector", y da paso a otros "autores", voces narrativas explícitas o implícitas a lo largo del texto. El mosaico textual de El Quijote aportó para la novela ese espacio complejo de la libertad, de lo diverso.
Carlos Fuentes ha señalado que la novela es una pregunta crítica sobre el mundo y también sobre ella misma. Cervantes lo ilustra al enfrentarnos con una realidad levantada sobre el misterio, la duda y al entregarnos una novela que pone bajo sospecha a la novela misma, sus estructuras, sus juegos retóricos, sus aparentes seguridades verbales. El Quijote somete la realidad a un juego de espejos. Y si lo cotidiano entra con toda su fuerza en esas páginas, igualmente lo hace el humor y el sentido lúdico de la narración. En su prólogo, Cervantes aspira a que con su historia ...”el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla ". Los textos abundan en juegos de tiempo, de personajes, de situaciones. En uno de los capítulos (VI, de la primera parte), aparece en boca del cura el nombre de "Miguel de Cervantes, autor de La Galatea". En un episodio don Quijote y Sancho Panza se encuentran con un personaje a quien el hidalgo manchego identifica como "aquel don Alvaro de Tarfe que anda impreso en la Segunda parte de la Historia de Don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno" (Cap. LXXII, segunda parte). A lo largo de las peripecias de El Quijote, el lector se ve obligado a dejar la comodidad de sus certidumbres. El guiño de Cervantes con su Quijote es la duda, la duda novelesca. El escritor mexicano Octavio Paz sostiene que por obra del humor, Cervantes es el Homero de la sociedad moderna: "En la obra de Cervantes hay una continua comunicación entre realidad y fantasía, locura y sentido común (...) la desarmonía entre Don Quijote y su mundo no se resuelve, como en la épica tradicional, por el triunfo de uno de los principios sino por su fusión. Esa fusión es el humor, la ironía. La ironía y el humor son la gran invención del espíritu moderno" (El arco y la lira, 1956). La herencia de Cervantes es, pues, perdurable, porque como escribió Alfredo Bryce Echenique, "desde El Quijote, la novela es un paraíso imaginario de los individuos; el territorio donde nadie es dueño de la verdad, donde nadie posee la verdad pero donde todos tienen el derecho inalienable de ser comprendidos". Las todavía lozanas páginas de El Quijote continúan abiertas a las batallas de la imaginación, esa única lanza que nos resguarda de los molinos de viento de estos tiempos. Imagen: Cervantes retrato atribuido a Juan de
Jáuregui.
|