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Manuel Bermúdez |
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Cuando uno cierra definitivamente las páginas de Los siete pilares de la sabiduría de Thomas E. Lawrence o de La rebelión en el desierto, su edición condensada en 130.000 palabras, le queda la sensación de que el autor-protagonista reaparece en la vida y obra de André Malraux, del Roberto Jordán de ¿Por quién doblan las campanas? y de Rambo, el héroe cinematográfico de Hollywood. El coronel Lawrence más conocido públicamente como Lawrence de Arabia llenó casi medio siglo de historia con su figura y sus hazañas. Y en 1962, el director de cine, David Lean, lo mitifica dentro del mundo del celuloide cuando narra su vida heroica en una película interpretada por Peter 0'Toole, siguiendo las 750 páginas de Los siete pilares... que relatan el levantamiento de los árabes contra los turcos, desde 1916 hasta 1918, año en que termina la guerra y proclaman a Hussein, rey de los árabes; mientras Inglaterra, Francia y Rusia se reparten a Turquía según el acuerdo Sykes-Picot. Thomas Eward Lawrence (1888-1935) estudió en la Universidad de Oxford, donde recibió influencias del arqueólogo y filólogo orientalista R.G. Hogarth. En 1909 viaja a Siria buscando datos para su tesis de grado. Luego vuelve a Oriente en 1916, mandado por el Foreign Office como capitán de Estado Mayor en el Departamento de Información, con sede en El Cairo. La política exterior británica es de combatir a Alemania y sus aliados, entre ellos los turcos, contra quienes se enfrentan Hussein y sus hijos Abdullah, Alí y Feisal, jefes de la rebelión árabe. La primera misión de Lawrence es entrevistarse con ellos y ofrecerles la colaboración inglesa. Luego promover la rebelión. Y finalmente participar en forma activa en la guerra al lado de los árabes, donde se convierte en la figura más descollante, como estratega y soldado, con lo cual su vida y su destino cambian, hasta el punto de convertirse en una leyenda, en un mito del humanismo épico de este siglo. II El viaje de Lawrence al mundo árabe es una búsqueda y un hallazgo. A través de lo diplomático llega a lo militar. Y la convivencia de la guerra y las campañas lo van despojando de su condición de inglés, hasta el punto de identificarse con el mundo de los beduinos a quienes considera un pueblo extraño. "Si sospechan que tratamos de manejarlos, se mostraban tercos como mulas o se escapaban. Si en cambio, nos mostrábamos comprensivos eran capaces de pasar las mayores penas o trabajos para darnos el gusto". Con este particular procedimiento, Lawrence se olvida de la lógica europea y pone en práctica una moral muy personal con la que se gana la confianza de los emires y de los soldados, porque en ambos descansa la conducción de la guerra hacia el triunfo. Dentro de la compleja geografía que configura al país, Lawrence se da cuenta de que la guerra árabe era de carácter geográfico. El ejército no es más que un simple accidente; por lo tanto el objetivo fundamental consistía en buscar el eslabón más débil del enemigo para que se rompiera toda la cadena; el elemento humano que iba a dar ese golpe eran los beduinos, por el conocimiento que tenían del medio, el valor y la inteligencia. Y aunque se hallaban dispersos, esa dispersión era una fuerza dentro de un país donde predominaba la extensión y el desierto. Tampoco se le escapa el liderazgo. De los hijos de Hussein, no confía en Abdullah por lo que tiene de insincero y ambicioso. Alí le parecía demasiado sensitivo para ser un buen caudillo, a pesar de su pureza. Y la rebelión árabe necesitaba todo lo contrario de un profeta, condición que definitivamente encuentra en Feisal, el menor de los hijos de Hussein. III Con la autorización del Feisal, Lawrence inicia la tarea de unir las tribus árabes rivales para formar un frente común, y uno de los mejores aliados en este sentido es el jeque Auda que tenia fama caballeresca y figura importantísima para lograr la toma del fuerte turco Akaba. Cuando ambos emprenden el viaje atravesando el desierto, Lawrence comienza a despojarse de la educación humanista de Oxford y empieza a entender el mundo de El Houl, nombre con que los beduinos designan la llanura de la desolación, donde no se ven trabas de vida, ni rastros de animales y aves, "Nosotros mismos nos sentíamos pequeños y nuestro rápido avance a través de su inmensidad nos parecía un inútil esfuerzo". Años más tarde, en 1934, André Malraux recordaría a Lawrence, cuando partió hacia el desierto árabe y se refiere a "la familiaridad de los europeos con los confines, con las tierras situadas más allá de las montañas; la aventura suprema fue el ingreso en un mundo prohibido" (Antimemorias). Este Lawrence, malrauxiano, ve la naturaleza como un objeto humano, que vale la pena recorrer y amar. Es aún el Lawrence arqueólogo que busca en la aventura la clave de un conocimiento. Y lo va a encontrar sin tener que horadar la tierra o los escombros, en la misma superficie del desierto, cuando Gasim, uno de sus soldados se pierde de la caravana y él, después de varias horas de búsqueda, logra rescatarlo de la soledad y la muerte, corriendo un riesgo que Auda después le reprochó, pero que sin embargo sirvió para que todos los árabes acompañantes lo valoraran, no sólo en lo que a solidaridad se refiere, sino en que llegaran a tenerlo como uno de los suyos. Ganados el respeto y la confianza de sus compañeros, Lawrence se convierte en abanderado de la lucha. Su cuerpo resiste, con traje de beduino, las inclemencias del sol y el calor, así como las tenazas del frío y del hambre. Su estómago soporta largos ayunos, y la sed no le doblega el cuerpo ni la voluntad, porque, como dice Malraux, "las fuerzas cósmicas sacuden en nosotros el pasado de la humanidad". IV Con la táctica de atacar sólo las partes débiles del enemigo (Churchill diría en 1943 "hay que golpear el vientre bajo de Europa que es Italia") Lawrence, secundado por Auda, realiza una serie de operaciones que lo conducen a la loma del fuerte de Akaba. Esto lo convierte en un semi-dios que sigue propinando golpes a turcos, pero escondido. Iras eminencias y recodos de caminos. Uno, dos, tres disparos de dinamita vuelan trenes de pasajeros y carga patrullados por el ejército turco, que termina poniéndole precio a su cabeza, vivo o muerto, junto con los otros agentes ingleses al servicio de los árabes. Igual que Roberto Jordán, el protagonista de ¿Por quién doblan las campanas?, Lawrence es un experto volando puentes y trenes. Pero aquél es obra de la ficción, producto del amor que Hemingway sentía por la causa republicana española en su lucha contra el fascismo internacional. Lawrence, en cambio, es carne, hueso y sangre de cazador oculto que espera con flema inglesa el momento preciso para golpear y derribar. Después viene el saqueo de los beduinos, y él no se mezcla en los oprobiosos menesteres del reparto, porque su yo ¿y por qué no el Narciso?, debe mantenerse limpio en su interior, aún cuando luzca por fuera la mugre del combate y el asalto. Como el Foreign Office y War Office cuidan a sus heroicos cachorros, Lawrence empieza a ser protegido, en su doble condición de asesor del Arab Bureau y de punta de lanza de una guerra de guerrilla que se mueve por tracción a sangre a la hora del asalto, y en rolls-royces para el desierto a la hora del descanso. Pero a medida que se magnifica el volador de trenes, Lawrence se degrada como cachorro protegido. Su guardia de corps empieza por ser un grupo de jóvenes que lo cuidan de una posible agresión. Luego el número va creciendo y la selección del personal no se limita a la capacidad defensiva, sino al nivel de agresividad que tengan los aspirantes a edecanes. La historia de Abdullah, por ejemplo, es digna de ser contada. Y el propio Lawrence refiere muchos de sus antecedentes; y llega a envanecerse cuando comenta que a su "guardia de corps" la llaman "los degolladores". Desde esta perspectiva la proyección del héroe sale disparada como un cohete que se convierte en Rambo I, que no es inglés, pero entiende el lenguaje de Lawrence; y lo habla sin su grandeza espiritual, porque no ha pasado por Oxford, ni leído a Clausewitz, ni a Foch, y mucho menos a Jenofontes, pero sí ha probado lo dulce y amargo del triunfo y el poder bélico. Y si a Rambo lo persigue y apabulla un vulgar sheriff de pueblo, a Lawrence lo va a decepcionar un simple acuerdo diplomático, que a la hora de la derrota de Turquía en 1918, se la reparten Inglaterra, Francia y Rusia y se conoce con el oscuro nombre de Sykes-Picot. V Cuando Victoria Ocampo emprendió la traducción al castellano de Los siete pilares de la sabiduría, consideró la tarea como hazaña comparable con la traducción al francés del Ulises de Joyce y del Don Segundo Sombra de Güiraldes. No pensaron lo mismo, desde el punto de vista bélico, los ingleses que produjeron la guerra de las Malvinas y los norteamericanos que promueven La guerra de las galaxias. En cambio David Lean, cuando filmó su grandiosa superproducción Lawrence de Arabia se propuso un doble objetivo; "narrar una epopeya moderna dentro de un marco grandioso: el desierto; y revelar el secreto de un personaje casi mítico, atractivo y contradictorio".
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