Dejemos que las cosas y el yo sean

 

 

 

J. R. Guillent Pérez

 

¿Qué pasa cuando aceptamos vivir en el desengaño? ¿Qué pasa en mí cuando me doy cuenta de que ya no puedo amar a mi amada, puesto que no es ella el objeto de mi amor, sino yo proyectado en ella? ¿Qué relación nueva se entabla o puede entablarse entre mi antigua amada y yo? ¿Qué nueva vida puedo llevar con esa mujer si he aceptado renunciar a mi egolátrico yo? ¿Puede acaso el hombre vivir de otra manera que no sea egolátricamente?

El amor por una persona o el interés por algo, son un obstáculo para ver a esa persona o cosa tal cual es. Cuando el amor que sentíamos por una mujer se extingue, si no hemos quedado resentidos, sólo entonces volvemos a mirarla tal como es, con sus virtudes y defectos. Puesto que esa mujer ya no despierta ningún interés especial en mí, por eso puedo ahora tratarla y verla tal como es. ¿Qué nueva dimensión se ha abierto ahora a nuestro alcance? Al menos habremos de admitir que esta mujer de ahora es real y, en cambio, la de antes una fantasía. Cuál mujer es más verdadera, ¿esta o la otra? Una pasión nueva se apodera de mí respecto a esta mujer que ya no amo. Si antes me resultaba fascinante porque me interesaba, actualmente provoca “mi” entusiasmo porque es una realidad que se revela ante mis ojos. Esta nueva mujer es atrayente porque ahora se “me” manifiesta como una pura presencia. Ahora sus gestos son lo que ellos son. ¡Qué maravillosa es una sonrisa cuando no es sino una mera sonrisa! Todo en esta mujer nueva rezuma plena realidad; es la vida misma con todos sus misterios la que se nos da de cuerpo presente.

¿Es posible vivir fascinados por una mujer a la cual no nos une ningún afecto, ni de amor ni de odio? Una mujer con la cual estamos y que no amamos, será siempre para nosotros una realidad insólita; estaremos, entonces, desinteresadamente atentos a la sola manifestación de su vida. Ya no viviremos más encasillados en los estrechos intereses del yo; sino que estaremos presenciando la inextinguible fuente de riqueza que es una vida humana.

Si un hombre y una mujer estuvieran juntos sin haber entre ellos afecto ni interés, esa relación habría que inscribirla en una página nueva en la historia del hombre. Cualquier dolor que se dé en alguno de los dos, será vivido por el otro como tal dolor. No interferimos ya con nuestro interés en la vivencia del otro, sino que el dolor mismo que padece el otro nos impondrá la conducta a seguir. Esa conducta no es algo previsible. ¿Cómo nos comportaremos en cada caso ante el dolor ajeno? No lo sabemos, y buscar saberlo es deformar los hechos.

Solamente si dejamos que la mujer sea sin interferir, sólo entonces podremos alcanzar la plenitud de su ser. Asimismo, si nos acercamos al amigo ya curados de nuestro interés, lograremos verlo en lo que él es. Eso que él es, no tiene por qué ser lo que esperábamos de él, sino lo que él es.

Si dejamos que los demás sean y dejamos que las cosas sean, habremos logrado liberarnos de los impedimentos del yo egolátrico. El yo egolátrico, al desaparecer, deja al yo en un puro estado de ser. En este puro estado de ser nos sentimos uno y lo mismo con los demás humanos y con las demás cosas. Ya no hay nada que nos separe de los demás entes, sino que nos sentimos integrados a la totalidad y, por tanto, en condición de comprender el lenguaje de todas las cosas.

El primer paso hacia la recuperación de la vida misma, es decir, hacia la recuperación de la verdad, es darnos cuenta de que tal y como vivimos todos los días, centrados en el yo, ese estilo de vida es el error mismo. Luego, curados de ese error, quedamos en disponibilidad para que se nos revele el ente tal cual es. Finalmente, ese descubrimiento nos integra a la totalidad. Advierto que no se puede dar ninguno de los tres pasos que acabo de señalar si, previamente, no se han dado los otros dos. Si no estamos integrados a la totalidad, nos será imposible darnos cuenta del error del yo y viceversa. A su vez, para poder liberarnos del yo, hemos de dejar que las cosas sean; pero solamente podemos dejar que las cosas sean si estamos liberados del egolátrico yo. Los tres momentos son un todo unitario y en círculo cerrado.


J. R. Guillent Pérez fue filósofo y profesor universitario. Su pensamiento constituyó una influencia determinante en muchos creadores y lectores venezolanos, especialmente en la década del setenta.
El texto que aquí se presenta está tomado de Dios, el ser, el misterio (Caracas: Monte Ávila Editores, 1972).

 

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