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Douglas Gómez Barrueta |
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Los nombres, novela escrita por el estadounidense Don DeLillo y traducida al castellano por Gian Castelli Gair, fue editada por Circe en 1992, diez años después de su publicación original en Estados Unidos. En ella, un estadounidense viaja a Atenas, pero no para visitar los sitios turísticos, sino con el fin de escribir largos y aburridos informes sobre el índice riesgo-país de Grecia. “Anotamos cuántos jóvenes se encuentran sin empleo. Si se ha duplicado recientemente el sueldo de los generales. Qué les ocurre a los disidentes. (...) ¿Qué parece probable que ocurra? ¿Quiebra, golpe de estado, nacionalización? Acaso un problema con la balanza de pagos, quizá cadáveres arrojados a las zanjas. Cualquier cosa que pueda poner en peligro una inversión.” El protagonista de esta historia, James, es un escritor frustrado y abandonado por su esposa Kathryn, quien ahora se dedica con pasión a la arqueología, y también redacta informes sobre las excavaciones. Ambos tienen un hijo de nueve años que escribe una novela llena de errores ortográficos y habla con la madre un extraño dialecto al que bautizan como Ob. La novela está dividida en cuatro partes “La isla”, “La montaña” , “El desierto” y “La pradera”. En Los nombres se describe con acierto a cineastas experimentales, a otros estadounidenses que laboran para transnacionales en países del tercer mundo, a las esposas de éstos y a griegos nacionalistas que sospechan que todos los norteamericanos son de la CIA. La narración está llena de diálogos y reflexiones sobre la crisis económica, política y social del tercer mundo, sobre todo de los países del Medio Oriente. Escrita durante la época Reagan, en la novela hay una crítica a las formas que utilizaba la diplomacia estadounidense, pero también se cuestiona a los países que esperan que le resuelvan sus problemas domésticos desde afuera. “Cuando dos países que no suministran a los norteamericanos ninguna mercancía vital se pelean, el público no es informado de ello. Pero cuando cae el dictador, cuando el petróleo se ve amenazado, basta con encender el televisor y te dirán dónde se encuentra el país en cuestión, qué idioma se habla, cómo se pronuncia el nombre de sus líderes, qué tipo de religión impera (...) El mundo entero se interesa por este peculiar estilo de autoeducación de los norteamericanos. La televisión. (...) Todos los países en los que Estados Unidos mantiene intereses hacen cola para sufrir terribles crisis de modo que los norteamericanos, al menos, los vean.” Sin embargo, esta historia no es un tratado sobre economía y política, es una novela de suspenso en la que James está tras la pista de los miembros de una secta que se autodestruye y al mismo tiempo comete asesinatos en varios países. “Las sectas tienden a ser cerradas (...) Se trata fundamentalmente de espiritualidad. Una sola mente, una sola locura. Formar parte de cierta visión unificada. Arracimada, densa.” La curiosidad de James tratará de descubrir el lenguaje cifrado que se oculta tras lo aparente, la complicada operación matemática que está allí en cada combinación de letras y sonidos de la cual forman parte las palabras, lo que ocultan los nombres. El lenguaje que es un don, en algunos casos atribuido a la divinidad, constituye para algunas sociedades una maldición de la que no se puede escapar. James comparte con otros colegas las experiencias de sus viajes. Para los analistas de riesgo, todos los países con economía inflacionaria y políticamente inestables son uno solo, no hay mayor diferencia entre ellos, más allá de algunas cifras, de algunas particularidades históricas, de los cambios en el nombre de la moneda local. “Tenía datos referentes al cambio de divisas, a la tasa de inflación, a posibilidades electorales, a exportaciones e importaciones. Le hablé de automóviles haciendo cola en espera de combustible, de los cotidianos cortes de suministro eléctrico, de la escasez de agua corriente, de las multitudes de jóvenes desempleados que holgazaneaban por las esquinas, de muchachas de quince años asesinadas a tiros por motivos políticos. No había café, no había gasóleo, no había piezas de repuesto para los aviones de combate. Le hablé de la ley marcial, del mercado negro, del Fondo Monetario Internacional, Dios es grande.” Aunque se parezca, esta no es una descripción de Caracas durante el paro petrolero, el narrador se refiere aquí a Turquía.
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