LOS LOBOS
El río de
los buitres en la altura
con vuelos fríos, apenas luminosos,
por sobre cantos, rezos, ceremonias mudas
contra el viento.
En la piedra una incisión, otras, pocas,
incomprensibles o claras,
cubiertas por el hollín de tus fogatas.
Enfrente, seductora
del silencio,
la ermita cerrada ante su cruz.
En los muros agotados
ninguna otra huella existe
salvo aullidos, pedruscos,
una escalera rota, vencida,
en la cueva que atempera con sus gritos
la imaginación, inmediata y muda,
y el fondo gris
de lobos que te miran.
MUESTRA DEL PINTOR
No volvimos nuestras
caras
ni los pasos nunca más,
mientras bajo las playas desoladas
y los arenales de fuego
una y otra vez batían los restos insumisos,
los que se negaban a cerrar la boca,
a no gritar aquella pérdida
o la inutilidad de su quehacer
quebradizo como las espumas,
pasajero como un faro
en la esquina del mar que relegamos,
de un recuerdo que tampoco persistió.
PARA ESTE
ADIÓS
Entiendo tus ojos
tan abiertos,
tu boca sorprendida y como triste,
figura de Vermeer
en cualquier alta madrugada
donde el adiós iniciaba sus señales.
Estos trazos de palabras,
sobresaltos,
revelaciones pocas y a destiempo,
son, nada más, lo que resta,
sé que para nadie, para nada,
pero mientras permaneció el intento
para los dos
creo que vino a ser perturbador
como la perla que en tu cuello alabo
o el turbante en su prudente azul
que decide tu corona.
Es verdad, el penar fue sordo
y levantó esta casa donde apenas dejamos
alguna habitación, cierta ventana,
escaleras dominadas donde puedes asomarte.
Me marcho sin zozobra, ahora, sin reparos.
Claro, es un decir, porque lastima
con el peso de quien pudo equivocarse
y en tus celebraciones no te honró lo suficiente.
Con dolor digo que es todo,
y que por lo demás, mientras permanece,
vuelve al polvo.
NO DEJAS DE IRTE
Sin pensarlo, y
después sin quererlo,
observas con detenimiento los vestigios,
lo que de ellos queda a tus espaldas,
todo lo que fuiste borrando, apartando,
las gavetas y archivos que vaciaste,
las fotos y carpetas, desechas, rotas,
entregadas a otro sino,
fuera de ti para siempre,
te sentara mal o bien.
Solo, te advienen
violentos apetitos,
gritos resonando en las costillas,
cigarrillos que dejaste de encender,
copas que añoras por momentos.
Vuelves a mirarte:
en contra de todo lo querido
ninguna oración sube a tu calma
a sabiendas de que ya nadie te acompaña
ni puede hacerlo ya.
A tus muelles vacíos
todos llegan tarde, incluso tú.
Joaquín
Marta Sosa.
(1940) Poeta, ensayista, profesor. Entre sus poemarios publicados destacan:
Anunciación (1964), Para la memoria del amor
(1978), Sol cotidiano (1981), Territorios Privados (1999),
Las Manos del Viento (2002), Domicilios del mar (2003),
El río solitario (2004)