Tengo
esta absurda forma de buscarte
insistente representación
de arrebatar tu mano en una plaza
donde te instituyo cada mañana.
Encontrarte perdida entre carpetas
entre hojas
entre cajones olorosos a polillas
que debieron morir y siguen vivas.
Combino tus olores
sonrío al pensar que me sonríes
que, tal vez, por error
te tropezaste con mi pensamiento
me creo así el invento del apego
y juego a que me juegas,
a que también, de pronto,
sin excusas,
eres cálidamente ilógica.
Hemos dormido toda la noche sobre la almohada de libros.
Estos versos erinios gritan agujereando
nos abren el cráneo para vivir aquí.
Cesan.
Pero nosotras volvemos a buscarlos
porque nos sabemos repetidas en ellos.
Tomaremos la catedral de los tiempos perdidos.
Simples nos estrecharemos
hasta quedarnos dormidas
calladas recorreremos otra vez
las calles huecas
llenas de saltamontes negros
quietas esperaremos la llegada del día secreto
para espiarnos.
Mirar tu sonrisa en pisos de oraciones
y ritos de agua.
Adivinaré tus ciclos
te dejaré adivinar los míos.
Entre los dedos escurrimos
lo poco que queda de las horas.
A Carmen Rosa
Tu hombro desnudo
es el universo abierto
la ciencia aplicada al conocimiento de tu piel.
Tu hombro desnudo
pasa a ser caricia
sentido con textura de leche,
entrada abstracta de la luz al vacío
la constelación inexistente
construida a fuerza de pecas y lunares.
Tu hombro es mi repetición
dulce café de la mañana
principio curvo de la vida,
en tu hombro, yo.
Mira cómo sobre la tumba está descansando,
letras de cal le graban la mejilla.
Se va desembocando la neblina,
camina, vuelve.
Detrás de los párpados un espiral
estremecidas
las orugas de canela nadando se incineran.
Debajo están siendo soñadas.
En mi lugar de origen
las tormentas son tan ecuánimes
los rayos confesiones enviadas por la noche.
Se impone disfrazarme
paso por mujer pública que mira los días con anteojos de
la nada.
Vistiendo trajes confusos
recurro a estratagemas torpes.
Me carcomen con precisión las estaciones
lo que me viene mejor,
porque vuelvo adonde nací.
Va comiendo tus piernas un río
desciende raíz
asciende salpicando vino tinto
fluye abriendo piedras
tu franja delicada amputa
arena creciendo detrás de mí.
Y entra la mar
como una garrafa rajada en un puerto
te visto de macizo y monte
permaneces
dentro de una esmeralda
ni la canela oscura
cortada por los sacrílegos detiene
tu humedad durmiente.
Sellado el juicio
volcánica espada serpiente,
avanzas con la peste.
En su mano me mira,
siembra en mi boca el aborto de una higuera
de cada semilla nace una virgen fracturada
las veo jadeando
crecen, las piso
tus manos al tocarme
hacen en mí quemaduras
canta tu acero, mis heridas ascienden tras la arista de sus dagas
quedo abierta como el durazno maduro.
María Ramírez Delgado.
(Los Teques, Venezuela, 1974). Poeta, narradora, dramaturga, orfebre,
diseñadora de joyas. Ha publicado Éramos malos y otros
textos agrios. Narrativa (2002), En el barro de Lesbos.
Haikus (2002) y Quemaduras. Poemas (2004). Los textos que aquí
se presentan están tomados de este último libro.
fotografía:
María Ramírez Delgado el día de la presentación
del poemario Quemaduras en el marco de la Semana Internacional
de la Poesía de Caracas 2004
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