DEL RESGUARDO
1.
Al calor de la llana y deshecha vislumbre,
en la desnudez suma del resguardo,
nos aguarda, nos acerca
lo que nunca podremos compartir.
2.
Bienguardada hasta donde no somos,
corriente que estás poseyéndolo todo
y no eres todo en el quiebre,
en el contacto, en el halo indiferente
de las formas, hartándonos.
3.
¿Qué mueve a decir que nada espera,
ni se abre
sobre la tierra tan simplemente reticente,
con su cielo rupestre,
con sus horizontes sin arraigo?
La lengua torpe, negándose
y colmada en el olvido de su sed,
dice, no obstante, desde el resguardo,
la abierta, la esperada señal.
4.
Resguardo idéntico a la firmeza habitada.
No responde. Se hace el sonido
desnúdamente material. Y las voces gravitan
en el vacío de sus signos. Sentir, a destajo,
lo impenetrable propiciando la morada íntegra.
Y no responde la vigilia de estar siendo
sobre el apoyo inescrutable.
5.
Afirmar, como respiración,
la primera y la última vez.
Mientras alguien diga, mientras alguien escuche.
Y la conjetura, entonces,
tan sólo una demora de crepúsculo,
la insoslayable quimera excedida
sobre el rastro de los desprendimientos.
De Acercamientos. Antología poética.
1952-1991
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Desde tu casa, morador
Prolongas horizontes y macizos
Brechas del día
Tubérculos del sueño
En tu desvelo y tu arrebato centras
Las escalas de arraigos y brillos sucesivos
Por ti la flora cotidiana insólita
—tan sobre y a lo largo—
Afirmada en los hilos secretos del amor
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Con fragmentos de sueños,
Ásperos, como cactus,
Livianos, como esporas
Con excesos de realidad salvada
—La mujer en la puerta
Y hacia el fondo
Consagración del pan, templos de almiares
Con fragmentos y excesos
Unos y otros entre ríos y espejos
Trizando semejanzas
Lo fragmentario, morador, padeces
Consumes la aspereza y lo esporádico
Y prodigas la luz
Cuádrante de elementos cardinales
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Nosotros que nombramos los lugares comunes
Nombrando apenas nacimientos y muertes
Desorientando abismos
Reiterando silencios
Hallamos los extremos rezumantes de voces
Y un sentido infinito en las manos abiertas
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No me dejaron ningún legajo de sombras
Viven en mí, por ellos
Ellos, los del relámpago
Los libres desvelados
(Su resurgencia tierna, constelada de ausencias)
Y entonces, por ellos mismos
Duele el canto
Me duele celebrar los brotes que amanecen
Junto a un rio cualquiera cuando alguien agoniza
Pero el poema lleva su musgo
Y en su fluencia nos lleva
Hasta donde los bordes planetarios silvestres
En la memoria se hunden con sus flores que estallan
Del poema “Los moradores”, Acercamientos. Antología
poética. 1952-1991
v
el poeta del norte canta del sur
el poeta del sur canta del norte
la canción de allá arriba
hace eco en la cruz del sur
el poema de la cruz del sur
resuena en la canción de allá arriba
los poetas mecen la tierra con su canto
despiertan a las mujeres bajo las luces de los puentes
las adormecen las acunan con la canción zodiacal
Del poema “Ofrendas”, Por los respiraderos
del día. En un momento dado. 1998.
Tan fácilmente...
Fácilmente se escapan...
Horizontes
Pero regresan
Nos regresan a este umbral olvidado
Dejarlos que se vayan con la llama
Palparlos otra vez en el cuerpo que amamos
Y verlos abismarse
En el polvo que alborotan los pájaros
O entre los aros de los juegos
Volvemos al balbuceo de una sílaba apenas
Hasta el silencio de la luz
Arrebujados en el secreto de las raíces
De pie
Sobre horizontes de comienzo
¡Cómo es bello sentir entre el aire
Que no es tan última la ceniza!
De Por los respiraderos del día. En un momento
dado. 1998.
Alfredo Silva Estrada.
(Caracas, 1933). Poeta, traductor y ensayista. Premio Nacional de Literatura
1998 y Gran Premio Internacional de Poesía de la Bienal de Lieja
(Bélgica). Entre sus poemarios publicados se pueden mencionar:
De la casa arraigada (1952), Cercos (1953), Del
Traspaso (1962), Los moradores (1975), Contra el espacio
hostil (1979), Variaciones sobre reticularias (1979), Los
quintentos del círculo (1978), De bichos exaltado (1989),
Al través (2000).
Acercamientos. Antología poética. 1952-1991.
Caracas: Monte Ávila, 1992.
Por los respiraderos del día. En un momento dado. Caracas:
Monte Ávila, 1998.
fotografía: Iván González. Cortesía Fundación
Casa de la Poesía Pérez Bonalde.
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