Restituciones
Pretendo que todo lo perdido se convierta en poema.
Las heridas como los huracanes tienen nombre. Y aunque ignoro por
qué a mi alrededor nacen los abismos, desde el origen fui mancillado
por la felicidad, por su cima inclemente.
Las invasoras restas del recuerdo. La pugna de la raíz. La
antigüedad del silencio...
No pongo flores en el cementerio del sueño, pero continúo
a pesar de todas las arenas movedizas del espíritu.
La culpa que no te deja partir es el amor.
Y ahora la niebla, la lluvia, la ausencia...
El desequilibrio llamado belleza, la terrible orfandad de lo sagrado,
la rosa ígnea que me guía en la desesperación...
Sé que el camino terminará por encontrarme.
Como todo lo que se hace visible para morir.
Génesis
Para sobrevivir nos arriesgamos a la memoria, nos entregamos al vacío.
Ya conocimos el ave de rapiña del viento y la serpiente del
agua. El silencio jamás volverá a separarnos.
Regresamos al sílex, escuchamos la oración del fuego.
Emprendemos el numinoso sobresalto. Vivimos la voracidad de los hallazgos
y el juego espectral del deseo.
El único fruto del árbol al que no podemos renunciar
es a su sombra. Sufrimos la persecución de la primavera –y
fue allí donde la palabra se hizo verde.
Lo que más dura es el instante, lo que más oculta es
la luz.
Cuando se interrumpe el tiempo alguien decide nacer.
Las palabras perdidas
Alguien descifra la escritura de la lluvia y sin embargo no puede
escapar.
Un alud de imágenes nos extravía la palabra; acudimos
al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, pero sabemos que
necesitamos de la guerra para ser inocentes.
Todo lo ha ofrendado la ceniza.
Desde que desterramos a la noche desaparecieron las más profundas
alianzas y nuestros perseguidores pueden encontrarnos.
Una herida siempre recuerda la vida, todo nacimiento procede de su
túnel. Un árbol arde en nuestros ojos de agua.
La verdad –es decir lo prohibido–, impone su reino de
terror... y hemos decidido habitarlo con las manos entrelazadas.
Creímos que la poesía nos enseñaría a
morir...
Persistimos... Con frecuencia hacemos la extraña sonrisa del
miedo. Si huimos, la soledad convertirá a alguien en víctima.
Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada
invisible.
A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento.
Y cuando todos duermen escribimos... Pero un poema es el fósil
de un sueño, el cadáver de un dios...
¿Aún podremos salvarnos?
En nombre del grito
Crees tanto en la sed: en la vida... En lo invisible. Duermes de cara
al oriente. Te purificas en el peligro. En los libros delatas al tiempo
como a un pájaro disecado.
En el bosque una encina te sigue. La luz te nombra. Cuando eliges
el rumbo del dolor alguien te da un sorbo de agua.
Deseas: esperas siempre equivocarte. Asumes la tiranía del
ojo llamada viaje y a veces con un rostro logras curar tu frío.
Sabes de un paraíso que nunca será memoria.
Asistes a la mascarada de la sobrevivencia aunque un ecuador lejano
y voraz atraiga tu vuelo. Así logras persistir.
Tus palabras caen como puñados de tierra sobre un cuerpo desnudo.
Aquí comienza el instante. ¿Quién clama? ¿Quién
responde entre la sangre? ¿Quién descubre su sombra
incandescente?
¡Que el grito siempre pueda detener la herida..!
¡Que el lenguaje alcance para no morir!
Oficio de olvido
Una mujer se besa en el espejo, se oculta con su alma, el agua es
su soledad.
Un niño escondido en un armario intenta morir.
Las lágrimas de un hombre caen en su taza de café.
Una adolescente con el índice detiene la manecilla del reloj
y se estremece.
En el viento hay un mensaje que no comprenderemos.
Tu sombra se rebela.
Nos preparamos para huir de todo lo que amamos.
Quien no parta será olvidado.
El viento dialoga con el fuego.
Espero mi voz.
Viajar también es lo contrario a la muerte.
Mientras la semilla engañe al pájaro no estaremos perdidos.
Nos amaremos en otros rostros.
Nadie se oculta en la memoria.
¿Vendrá alguien a enterrar nuestros nombres?
Gonzalo Márquez Cristo.
(Bogotá, Colombia, 1963). Ha publicado dos ediciones del poemario
Apocalipsis de la rosa (1988, 1990), la novela Ritual
de títeres (1992, ganadora de Beca Colcultura en 1990),
El Tempestario y otros relatos (1998), La palabra liberada
(2001 y segunda edición, 2005), la antología Liberación
del origen (2003) y Oscuro Nacimiento (2005, Primera
Mención concurso nacional José Manuel Arango). En 1989
participó en la fundación de la revista cultural Común
Presencia (reconocida con Beca Colcultura a mejor publicación
cultural del país, 1992), de la cual es su director. Creador
y coordinador de la colección internacional de literatura Los
Conjurados, varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al
inglés, francés, italiano y portugués. Actualmente
prepara un libro de reportajes sobre grandes escritores y artistas
contemporáneos.
comunpresencia@yahoo.com
fotografía: Indira Restrepo