Anáglifo.

Francisco Cervantes

(1938-2005)


Miguel Angel Zapata

 

 

DE PRONTO
Un árbol delgado
Sale detrás de otro árbol.
Y luego otro.
Y otro,
Hasta que se organiza el bosque.



Cuando Darío hablaba de raros, no se refería sólo al reto que produce el desconocimiento de un nombre, de una figura, sino a la presentación de un decir distinto y ajeno. Francisco Cervantes es un raro en México. Primero, porque no es un poeta “popular” ni lo suficientemente comentado. Los críticos le huyen porque su cólera es el silencio, y su personalidad no tan compatible. Su poesía se aleja de las vertientes del coloquialismo y lo conversacional, no sigue a Pound ni a Eliot, como muchos poetas de su generación; en cambio prefiere confundirse entre las sombras de un pasado luminoso para mezclarse entre canciones más antiguas que las de Pound o Eliot. Cervantes aprende de lo añejo y lo revalora en una nueva lengua. A Cervantes no se le puede seguir tan fácilmente, es un río incontenible: su fraseo es de Portugal, de Fernando Pessoa, de Camilo Pessanha, de Alvaro de Campos, viene de la Edad Media. Su canto no es del vencido ni su grito del ahogado, su poesía es un canto para nadie, un sobrio vino para el espíritu del tiempo que vendrá. Y esta noche su figura vuelve desde la memoria de la calles de la ciudad de México para conversar entre una floresta de emociones, y rememorar los árboles que no vimos, los bares que encontramos y las mujeres que deseamos y que tuvimos. También están los sueños de Francisco, las pesadillas que lo persiguieron cada noche como a Borges y a Pessoa.

Lo veo en Reforma conversando y conversando, mirando el cielo y el piso mientras camina, sonreía, recordaba Portugal. No es gratuito entonces que sus sueños vengan de Pessanha y de Alvaro de Campos. Camilo Pessanha dice “Tengo sueños crueles” en el alma doliente / Siento un vago recelo prematuro. / Voy con miedo a orillas del futuro / Embebido en saudades del presente…” Y entre el sueño cruel y la pesadilla del amor, Cervantes dice: “Es el agua amiga, / El agua del insomnio/ Que larga, cansadamente se derrama. / Oyela como se levanta sobre tu alma”. El poeta mexicano recrea un discurso que se prolonga y no termina sino con el agua de la noche. En la misma veta Alvaro de Campos canta: “Duerno inquieto y vivo soñando inquieto/ De quien duerme inquieto, soñando a medias. / Me cerraron las puertas todas, abstractas y necesarias”. Los tres poetas deambulan entre el delirio de los sueños, la vigilia y la noche. Los tres en tiempos distintos y en formas disímiles vivieron, pero los une el deseo profundo de dar a conocer al mundo la bruma de la noche y la desesperación solo reconciliable con el lenguaje. Cervantes, como Pessoa despertó en la misma vida en que se había dormido, sus ejércitos soñados fueron derrotados y salieron por momentos triunfantes, y sus sueños se sintieron falsos al ser soñados, y las pesadillas fueron una tormenta en el papel y en la fatiga. Poeta preciso era Cervantes, sus poemas quedarán para siempre entre los escogidos en lengua española y en otras lenguas. Su poesía suena nítida en portugués, su acento no tiene nacionalidad. Era lusitano de corazón, amigo del mundo y de las sirenas que llevaban dentro los marineros en alta mar. Aquella noche siempre se recuerda. Así como lo recuerdo esta noche con alegría porque aquí ha dejado el caballero su poesía, sin espadas, y que su obra nos responda.

Lo veo caminar nuevamente por Reforma. A su lado Pessosa y Mutis mirándolo de reojo. Era el año de 1986 cuando fui por primera vez a Ciudad de México. En la Universidad de San Marcos de Lima, en los años ochenta, ya se sabía de Cervantes, pero éramos sólo algunos pocos curiosos los que leíamos poesía mexicana. Además Poesía en movimiento ya se leía en fotocopias que nos traían los amigos. Así, como decía, sin pensarlo demasiado llegué a México, y me hospedé en un hotelito de la calle Madero que ya no existe. Al segundo día llamé a Alvaro Mutis por teléfono, y fui a visitarlo en su casa de San Jerónimo. Después visité las antiguas oficinas del Fondo de Cultura Económica y conocí a Adolfo Castañón, quien ha escrito con inteligencia sobre Cervantes, y por ahí también a Rafael Vargas y a José Luis Rivas. Esa tarde entré a la librería del Fondo y mientras leía algunas curiosidades se acercó un personaje vestido de negro, y me dijo, eres el peruano, el joven poeta peruano que anda merodeando por aquí ¿no? De inmediato me agregó: “Yo soy Francisco Cervantes”. Mira qué curioso, acabo de comprar tu antología de poesía, le dije. Bueno. En ese mismo instante me dedicó su libro, y me recomendó varios poetas jóvenes de la época que- según él- tenía que leer. Compré más libros, y nos fuimos a caminar. Dentro de una aparente soberbia podía sentir un espíritu sencillo, y una mente brillante. Me dijo que caminar y conversar era uno de sus hábitos favoritos. Francisco, me pareció una persona cordial, a diferencia de opiniones extrañas que había escuchado sobre él, nosotros en cambio nos caímos super bien de inmediato, y no paramos de conversar y de reirnos durante horas. Mientras caminábamos por Reforma me iba contando sus pesadillas. Decía que había soñado que lo estaban matando una noche en Bogotá. Y que ya estaba muerto. La otra fue en Portugal, pero era un viaje infinito, una cábala del mar. Hablamos de los sueños y de Borges. Recordamos que Borges había dicho que cada noche tenía una pesadilla, y no paraba de escribir ni de pensar. Después de casi 19 años no he podido olvidar ese día y esa larga noche caminando por los bares de la ciudad, y algunos otros sitios escondidos que conocía Francisco. Siempre seguí su poesía. Al volver a California, donde vivía en esa época, escribí una notita sobre el libro de Francisco. Después le envié mi libro Imágenes los juegos que salió en Lima en 1987, donde publiqué un poema que le dediqué: “México 1986”. Ahora releo sus poemas, cuando parece que se ha ido a ver otros espejos embistientes, y lo escucho repetir con Pessosa, ni en la muerte espero dormir. Así es, Francisco Cervantes nunca dormirá. Aquí nos despiertan estas páginas entre el borroso reino del ser y la obra soñada. Cervantes dice:



UN LABERINTO de papeles.
Algunos hoscos garabatos,
Y el sueño en que me pierdo a ratos
Son, acaso, los retratos
Que de mí hubiera, los más fieles.

Pienso mientras estos signos trazo,
En si quedará de mí memoria alguna.
Y mientras varias obsesiones, una a una,
Me definen, un recuerdo me importuna.
Es todo lo que dejo acaso.


“Autorretrato tomado en Febrero”


fotografía: tomada de http://portal.sre.gob.mx/portugal/images/stories/fcervantes.jpg


 
 

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