Música de rockola

(selección)

Adriana Bertorelli Párraga

 

Si pones un corazón al descuido,
si lo abandonas,
en una caja de cartón,
lisa, sin estampados,
en mitad de la carretera,
puedes correr
con la suerte infinita
de que un camión de frutas
que va a esa otra ciudad,
le pase por encima
y lo extienda
uniformemente
sobre el asfalto.







Recorte una parte
y colóquelo exactamente encima de la otra,
cuidando de que ninguna
sobresalga demasiado,
y recordando dejar
suficiente margen
para las costuras.
Si alguna de las partes
salta al vacío
en un intento por liberarse,
atájela y hágala reposar
en el mismo recipiente donde colocó
las aplicaciones de lentejuelas,
prometiéndole
cinco nardos y ocho moscas azules.
Si al tratar de coserlas
la aguja se rompe más de una vez,
revise bien que las dos partes del corazón
sean de un mismo material
(existen algunos que aún cuando parecen
dos partes perfectas de un todo,
no lograrán unirse por más que usted lo intente ).
En caso de querer manipular
la voluntad divina
y no seguir las instrucciones
no le podemos garantizar
que su corazón le quede
tan bonito
como el del gráfico.






Un corazón,
como una cebolla,
despojándose
sistemáticamente
de sí mismo,
deshojándose,
desvistiéndose,
buscando obstinado
su esencia
y al encontrarla,
al llegar a su centro,
morir.
No existe corazón.
Es sólo la forma
lo que lo define.






Un corazón suspendido
en un frasco de vidrio.
Flotando pequeño,
clavado por alfileres
como el corazón de una muñeca:
ausente, turbio,
sin conciencia
de su propio abismo.






Jamás confíes en un corazón
que reposa en un cubo de hielo.
Porque al sacarlo,
creerás que se mueve
y digo creerás porque sólo será
como las muecas
de la primera víctima de las películas
de terror
y que resultan ser
uno de esos movimientos espasmódicos,
involuntarios,
posteriores a la muerte
en el momento justo
en que el alma
encuentra el túnel de luz
y por allí se va.
Si ves a un corazón en una hielera,
huye:
Porque al primer descuido,
pretenderá despojarte
de esa vida
que no tiene.

 













El amante es el que da las batallas;
el amado, en cambio, pobrecito,
no es más que un ser imaginario.
Piedad Bonnett




Si es de aquellos que insiste en compartir
al ser amado con otro,
debe tener cuidado
de no perder tanto en la repartición.
También debe cuidarse
de no ser injusto con el tercero
ya que esto hablará muy mal de usted frente al amado,
definiéndolo como un ser
posesivo o egoista.
Así pues, sugerimos,
que si va a entrar en esta tormenta de pasiones,
excusas por orden alfabético,
llantos contra la almohada,
náuseas, taquicardia
y arrebatos de celos,
lo haga de la manera más digna posible.
No caiga en la tentación
de creerse original e incomprendido.
Situaciones así vienen sucediendo
desde la creación del mundo.
Le proponemos, por ejemplo,
dividir el cuerpo amado
en partes más o menos iguales
(es importante que en la división
sean tomadas en cuenta las preferencias,
así como el uso que del cuerpo amado
tengan o deseen tener las partes involucradas).
Por ejemplo:
cuadril derecho, cuadril izquierdo,
uno para mí, uno para ti.
Muslo derecho, muslo izquierdo,
uno para ti, otro para mí.
Hoyuelo en la mejilla, tuyo,
lunar en el hombro, mío.
Trate sí,
de balancear el objeto de su deseo compartido
de manera tal
que ninguno de los comensales
quede supeditado a un solo lado del cuerpo,
ya que esto podría afectar sus cualidades amatorias,
haciéndole sentir a su adorado
además de cierto grado de culpa,
un terrible desconsuelo en el lado contrario.
También tome en cuenta que,
aunque usted no lo sepa,
puede haber más personas involucradas
en esta sufrida maraña de amor.
(Porque aun cuando usted cree
que es el único con una doble vida
jugando a ocultar lo que es obvio,
tal vez su pareja original
también esté haciendo lo mismo
y, en vez del segundo del primero,
usted termine convirtiéndose
en el segundo del segundo del segundo.
o hasta en el tercero del segundo del primero
y así sucesivamente
en combinaciones infinitas.)
Pero nunca olvide, nunca,
ni en el momento más arrebatado
de este accidente sublimado del destino,
que sea en cuerpo o sea en alma,
todos los implicados terminarán
haciendo el amor
en la misma cama.







El fantasma de Miss Departamento Vargas
insiste en perseguirte
buenísima,
brutísima,
te persigue por el cuarto de hotel
mientras se quita la ropa
o él se la arranca
y ella a él,
brutísima
pero animosa
y tratas de no pensar en lo mil veces temido
de no ver
lo que nunca tendrás.
Y te imaginas la escena
con una celeridad pasmosa:
el hombre que has querido conocer
y apenas has conocido
en el sentido más bíblico
está allí,
con el ombligo perfecto
y la ilusión de luchar
por la infancia abandonada
de la buenísima brutísima
pero briosa
y lo escuchas gimiendo, pidiendo, acabando
siempre más que contigo.
Y Miss Departamento Vargas
no tiene idea
de quién es Calderón de La Barca
o tal vez le suena
aunque no lo ubica.
Y Miss Departamento Vargas
tampoco tiene idea
de quién es ese hombre
y no le importa
y a él tampoco
y están allí,
quitándote desde hace tanto
lo que no es tuyo.
Y te persiguen por el jacuzzi,
por la cama en forma de almeja
por los pliegues de satén
por cada gota de sudor y cada jadeo
y la odias con toda tu alma
y lo odias con toda tu alma
y te odias con toda tu alma
y piensas de nuevo
qué desgracia ésta
la de tener sensibilidad.






Adriana Bertorelli Párraga. (Caracas, 1968). Cursó estudios de teatro en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT) y se ha desempeñado como creativo publicitario, libretista y correctora de textos. Ha recibidos varios premios nacionales de publicidad así como algunas nominaciones de festivales en Nueva York y Londres. Ha participado en varios talleres y recitales de poesía. Algunos de sus poemas fueron recogidos en la Antología Voces Nuevas (Caracas: Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, CELARG, 2002). Música de Rockola es su primer poemario. (Tomado textualmente de la contratapa del poemario)

 


Música de Rockola. Caracas: Editorial Criteria, 2005



 

 

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