El jardín mirado con luz infrarroja

Edda Armas

 

La luz es el primer animal visible de lo invisible, anota Lezama Lima, y citarlo me place cuando escribo sobre un jardín que ha sido mirado por el ojo fotográfico extremando las virtudes de la luz infrarroja. La transparencia de la luz sobre los verdes es el cuerpo sin pecado original que lanza nuestra memoria en juego circular con la serpiente mítica que silenciosa se desplaza entre la hojarasca en cualquier jardín: primer animal que nos tentó con la manzana roja. Mordamos.

Campus Infrarrojo es un libro que nos despierta ante la nobleza de un paisaje particular. Sobre una tierra que se hizo laborable, lejos del poblado pero cercano a la sensibilidad más substancial. Lejana, podía parecerle al estudiante o al profesor, al trabajador y hasta a su jardinero-rector, esa tierra donde anclaba la nueva universidad, pero cercana se les hizo por tocar la altura de los cielos del conocimiento, con la libertad del aire tan puro que se mece entre las nubes y la clorofila, convertida en un auténtico campus de la erudición.

La Universidad Simón Bolívar es la que aquí se retrata y es la editora de este libro. A ella refieren estas palabras en intención de homenaje, reconociéndole que ha cumplido a cabalidad su promesa de sitio “que se elige para salirle a algún desafío”. Con regocijo confirmamos que cumple, con la misma claridad rectora del inicio, con el rigor y la excelencia desde hace treinta y cinco años, conceptualmente pero también en sus prácticas académicas y editoriales, sembrando el alto saber de las ciencias básicas y las aplicadas, magníficamente rociado por las humanísticas y las sociales, en el ritual del matrimonio perfecto.

Campus infrarrojo, con jardines de la USB y poemas alusivos a esos jardines o a sus instantes de luz –coordinado por Carlos Pacheco y Gloria Urdaneta– es, sin duda, una acertada decisión editorial por las “bodas de coral” que celebra la Universidad al cumplir 35 años, y las “bodas de perlas” de la Editorial Equinoccio por tres décadas de sostenida labor. El libro, da cuerpo a la radiación del espectro luminoso más allá del rojo visible y con mayor longitud de onda, con la sabiduría del ojo fotográfico de JJ. Castro, que ofrece su visión bucólica y enamorada del jardín. Jardín al que se entra de la mano “de los días o los dioses siempre generosos” apostados a cada lado del Pórtico que el maestro, Don Ernesto Mayz Vallenilla, ha construido con la sabiduría paciente del jardinero, en el recuentro entre sus verdes y brumosos predios.

Homenaje es el libro, también, para los hombres de letras que acompañaron a ese primer rector y a sus autoridades en la fundación de la casa de estudios en el alto valle, al concebir una editorial como parte del proyecto, así como la inclusión de materias electivas del área humanística y la puesta en marcha de talleres literarios como la legendaria “Gaveta Ilustrada”, que también fue una revista (1), bajo la coordinación del poeta Juan Calzadilla. Nombrar a esos pioneros de las humanidades participantes en la primera década de la universidad es, entonces, una deuda que se cancela de inmediato: Efraín Subero, José Santos Urriola, Luisana de Toro, Graciela Pizarro, Pedro Pérez Perazzo, Alba Rosa Hernández, Fernando Fernández, Consuelo de Benotto, Francisco Belda, Jesús Mañu Iragui, Ana María de Ávila, Luis Pereira y Carmen Elena de Ávila, Guillermo Sucre, Gonzalo Rojas, entre otros.

Recrearse ante las delicadas imágenes infrarrojas de los jardines del Valle de Sartenejas que, a toda página, despliegan alas con tonos difuminados del blanco y los negros en la maestría aplicada del gris, casi plateados, compartiendo esos espacios interiores con poemas de dieciocho poetas uesebistas (2), es el regalo que se le ofrece al lector, al amante del libro de arte que siempre es recinto de luz, voces y paisajes, como éste lo es. Aquí están, entre sus páginas, abiertos todos los jardines de la Universidad Simón Bolívar, sus caminerías entre árboles de frondas altas o bajas, el lago, los puentes arqueados, las altas palmeras frente al rectorado, las esculturas y fuentes, tramando el mapa de las representaciones simbólicas que los paisajistas diseñaran como lugares sagrados para entregarnos al placer de la contemplación o la lectura; alcanzando, a nuestro juicio, el punto culminante en el laberinto cromático de los cipreses creado por el maestro Carlos Cruz Diez.

A estas alturas, el texto que escribo me interroga y se interroga a sí mismo desde los diferentes hilos del tramado: ¡Qué seductora la idea del jardín! ¡Qué seductora la idea de imaginar con cuáles ojos se mira la luz inatrapable entre las flores exóticas de un jardín. Secreta, recurrente, también nos acerca y nos aleja de las múltiples formas del paisaje. El jardín que se nos obsequia va de lo más frondoso a lo más sencillo. Los jardines pueden ser evocados una y otra vez, porque sólo ellos contienen lo que puede generar esperanza en los humanos, y por eso volvemos a ellos, una y otra vez. Un poeta amigo, nacido en un pueblo con un castillo y tres ermitas, quien cuida del olivar sembrado por sus abuelos y de vez en cuando siembra otros para el futuro, a quien comento que escribo sobre este libro y estos jardines en b/n me regala una entrañable imagen de lo vegetal: “un simple árbol evoca el jardín, a veces una simple maceta es la metáfora, la imagen, el jardín. Es inagotable y será. El hombre lleva consigo siempre la nostalgia por la naturaleza. Entidad palpitante, una promesa de cauterización de heridas, por tanto quimera de la felicidad”.

Finalmente, creo que decir jardín, en este contexto, es decir incidencia de la luz y regocijo del mirar: tiempo ganado de la creación. El resto va viniendo, de manera secundaria, con su complementariedad, y muy naturalmente en cascada, como toda naturaleza ardiente: paisaje, sombras, agua, texturas, diversidad, altruismo… y ellos, los fundadores, lo sabían.

 

 

(1) Antonio López Ortega, Gustavo Guerrero, Elvira García, Julia Marina Müller, Emilio Briceño Ramos, Alejandro Varderi, Tomás Richter, algunos de los estudiantes uesebistas de ese grupo literario.

(2) Elizabetta Balasso, Eduardo Castellanos, Ana María del Re, Rafael Fauquié, Carmen Leonor Ferro, Pausides González, Arturo Gutiérrez Plaza, Luis Miguel Isava, Luisana Itriago, Javier Lasarte, José López Rueda, Joaquín Marta Sosa, Carlos Pacheco, Iraset Páez Urdaneta, Gina Saraceni, Lourdes Sifontes, Jorge Vessel, Henry Vicente, son los 18 poetas en Campus Infrarrojo.

 

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