Veteranía oscura,
vinculado exterminio,
tanto se ha padecido que ya es mío el asedio
del trastorno en oleadas. El dolor se hace ritmo.
No se impone. Se asume. Desde un temple o un sesgo
las pérdidas se tornan mis hábitos de abismo.
Alcances abisales. Opaco privilegio.
El duelo es un umbroso derecho que me asigno,
y ante lo que sonríe sin conciencia defiendo
mi dignidad de sombra. Tales fueron el risco
de lo pétreo y punzante que sin ti, sin tu pecho
donde esconder los ojos, pendí en el laberinto
hasta que en lo escarpado se produjo un encuentro:
descubrir que lo estriado también era un oficio,
que se vive ejerciendo lo magro y lo deshecho,
y entonces, ducha en labios tomándose residuo,
y en manos estalladas, lo ríspido sostengo.
Pauta en lo exasperado. Vocación en lo exiguo.
En lo vacío espeso brota un húmedo verbo:
conjugar, y conjugo profundo precipicio.
Es como hallar un llanto no menor sino egregio.
Congnoscentes tizones, quemaduras con ígneo
reverberar de raros horizontes. Pretendo
que una lágrima sea no raudal sino signo,
serial de que se activan el dédalo y el diezmo.
Flautas en el escombro semeja el equilibrio.
Se sufre más si es hondo y enérgico el destierro.
El duelo no es insano tropel sino ejercicio,
un ave, sólo un ave pero viva en el viento.
Sin estridentes triunfos, tu polvo está preciso
pues a su gris abrupto no lo acato, lo acendro.
Parece que en mis manos crece un tórrido lirio.
Sólo un copo que cae, sin pausa, en el incendio.
La pureza no ha sido jamás tumulto níveo.
Ha sido un poco de alma ciñendo lo disperso.
Primitiva enseñanza del mar o del granizo.
Si sabemos del agua, no hay sollozo realengo.
Lloro, entonces, transida, mas no mártir del sismo.
El llanto se desata como un lúcido engendro,
y potenciado, agudo, surtiendo el orificio
mana míticamente, como un dios, el recuerdo.
¿Qué es recordar? ¿Limarse la sed, lo desprovisto?
¿No es algo más? ¿La imagen superando lo incierto?
¿Promesa inesperada y audaz de lo continuo?
Pues ¿por qué se recuerdan un ámbito o un gesto
y no hay global memoria? ¿Por qué el rico mutismo
o el silencio cargado que trasciende al silencio?
No se lastima dentro lo diáfano indiviso.
Añorar es la terca voluta sin tropiezo.
Solicitud: memoria, remembranza: servicio
socorriendo lo intacto y anulando el invierno.
Ademanes irrumpen como aroma conciso.
El gnomo, y no el terruño, sabe más del enebro.
Lo roído es cruzado por un rasgo imprevisto.
¿Cuántas resurrecciones trafican en lo interno?
No se generaliza cuando es ávido y limpio
rememorar, y cruzas la añoranza asintiendo
los ojos como halos, las manos como un nimbo
en gestual nebulosa o en enfático incienso.
Y me pregunto entonces, ya sin párpado estricto,
ya humareda del hombro, ya neblina del belfo,
ya en espirales densas de nuez o de narciso,
en intento o en trazo tozudo de lo eterno,
reacia a todo consuelo trivial, a todo alivio
que no sea altanero, sin dolor indefenso,
con dolor despejado, como grito con himno,
como si las alondras fuesen sólo su arpegio,
pregunto si hay un beso sin labio advenedizo
pues la tierra no admite que lo ascético es tierno.
En plenitud severa o en afónico auxilio,
en tránsito que afronta las mímicas del hueso
ya caídos los oros de opresión y organismo,
hallo al herir del todo lo balsámico externo,
presencias sin panojas, no efusión sino ahínco
y digo en oquedades de piel y de universo,
realidad descarnada, no espectral artificio,
si el llanto evoluciona, no es posible el espectro.
Eso es como una rosa de nada en el idilio
o sentir sin contacto que una forma atravieso.
Tesoro pobre acaso pero erguido en lo extinto
indaga si es posible cuerpo amado sin cuerpo.
Treno. Valencia: Ateneo de Valencia,
2003. Cuadernos Cabriales. n. 54.
Ilustración: Luis Noguera.
Treno. Valencia: Ateneo de Valencia, 2003. Cuadernos
Cabriales. n. 54. p. 42
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