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Ida Gramcko |
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En torno al problema de que no debemos cultivar jardines soñadores pues ello es infantil, según asienta un libro reciente psicológico, me permito enfocar el hecho de la madurez como un estado pleno en el que la identidad no juega malas partidas. En el libro "La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico" de A. Aberastury y M. Knobel se dice que "para Erikson, el problema clave de la identidad consiste en la capacidad del yo de mantener la mismidad y la continuidad frente a un destino cambiante" y se añade: "Las identidades transitorias son las adoptadas durante un cierto período, como por ejemplo el lapso de machismo en el varón o la precoz seducción histeroide en la niña"; se trata de identidades ocasionales que no constituyen la auténtica mismidad. Lo que trae a colación el problema poético pues, maduros o in-maduros emocionalmente, los creadores de la voz continuamente asumen identidades transitorias ya que, como en el caso de un gran creador francés, la persona se vuelve barco, capitán, puerto y naufragio, y en toda la poesía sucede el extraño fenómeno de que el autor se despersonaliza para convertirse en sucesivos entes. Es la manera que tiene, creo yo, de conjugarse al universo, transformándose en flor, río o estrella, y no es que la identidad asumida sea falsa sino que es mental y no física. Nunca vi que el océano, en lo inmediato, se convirtiese en catedral o que las alondras fuesen luminosas, pero Neruda expresa del océano: "catedral enterrada a golpes en la estrella" y Darío "una alondra de luz por la mañana". El océano, por obra de la capacidad conjugadora de Neruda, se ha vuelto catedral y se deposita en un astro, y por la de Darío un ruiseñor se torna alondra y alondra de luz. Es una capacidad unitaria que concierne al poeta, la de unir lo paradojal o lo contradictorio en una síntesis. En el libro señalado, se anuncia lo siguiente: “En la adolescencia hay una confusión de roles, ya que al no poder mantener la dependencia infantil y al no poder asumir la independencia adulta, el sujeto sufre un fracaso de personificación”, lo que no ocurre en lo poético. Pues el poeta irrumpe entero en su persona o personalidad en la forma en que logra el poema. Lo importante no es el contenido sino el “cómo” se plasma ese contenido. Sin que viésemos la firma, reconoceríamos en cualquier parte la obra de Neruda, Juan Ramón Jiménez o Vallejo. De ahí que también se sostenga que la poesía no es un volcamiento de emociones subjetivas o de aconteceres objetivos sino una dimensión en que lo particular se universaliza y flor es surgimiento interior y lágrima es lluvia o fuente. La poesía traspasa lo anecdótico del sujeto y se vuelve hacia preocupaciones universales o colectivas. La poesía de Rainer María Rilke está volcada sobre los interrogantes de muerte y vida y la de Neruda, en el “Canto General” busca, sin perder aliento metafísico, unirse a los conflictos de lo colectivo. Refiriéndose al proceso de la adolescencia, el libro citado indica: “el individuo siente que están ocurriendo procesos de cambio, en los cuales él no puede participar en forma activa, y el grupo viene a solucionar entonces gran parte de sus conflictos” … “Pero su propia personalidad suele quedar fuera de todo el proceso que está ocurriendo, especialmente en las esferas del pensamiento”. Cuando el poeta penetra en el problema de lo circundante de los leñadores y de los esclavos que erigían pirámides, no está narrando un problema social sino conjugándose mentalmente a un sufrimiento unánime, no quedándose en mero avatar subjetivo.
Ida Gramcko. ¨(1993, Agosto 05). Identidad (Cero a la derecha). El Globo. p. 17.
fotografía: anillo de Ida Gramcko, 2006
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