Nombrar a Saúl Ibargoyen (Montevideo, 1930)
es colocar sobre la mesa las cartas de la palabra poética incesante,
del exilio, el compromiso y del clamor latinoamericano que amargo,
violento, tierno se encarna en una prolífica obra poética,
narrativa y ensayística, que conviven con la formación,
difusión y generosidad de quien se sabe vinculado a sus pares,
a los que lo preceden y lo siguen. Indiscutiblemente apreciado y conocido
por muchos poetas y lectores, su presencia genera no sólo reconocimiento
sino afecto y respeto ante quien ha hecho vida en la palabra y palabra
en la vida, y que ha brindado la mano a otras voces para abrirle camino.
Entusiasmo y estoicismo lo mantienen en constante actividad literaria.
Que es una puta, suele decir ante los compromisos que lo
reclaman y que no evade. Desde su primera publicación, El
pájaro en el pantano, 1954, escritura y edición
han sido constantes, sin tregua. Quizás porque el batallar
es inevitable y continuo, y en su poesía se manifiesta desde
miradas y tópicos diversos. La mirada crítica y la irreverencia
aunadas a su espíritu lúdico, encuentran sonoridad,
ritmo, parodia en la sustancia vital que sustenta al poema y que transmite
su alegría amarga de vivir.
-La ironía es una de las dominantes del
discurso poético y esto se hizo más evidente a finales
del siglo XX. En tu poesía es frecuente que asome la ironía.
¿Por qué crees que se da esta relación entre
poesía e ironía?
-Creo que es una cuestión más
de personalidad que de época o tendencia literaria. Borges
decía que a veces la época escribe por uno. La ironía
ayuda a descubrir otros recovecos de eso que llamamos realidad, tanto
social y cultural como meramente física. Levanta el tapete
que cubre el lomo sarnoso del asno del cuento, aplica la ley sorpresiva
de los opuestos, ayuda a excitar el imaginario, limpia sordideces
y atenúa tragedias. Pero, sin embargo, no percibo que en mis
versos adquiera una presencia relevante. Agrego que sí en mi
narrativa, tal vez por influencia familiar. Mi madre era una reina
de la ironía fina y a veces algo cruel; mi padre, la seguía
en un tono menor, más prudente.
-Y, si consideras que la ironía no es una
presencia relevante en tu poesía, ¿cuáles otros
elementos sí son relevantes en tu escritura poética?
-No siempre resulta fácil ubicar
esos elementos, que en algún caso pueden derivar de un impulso
más que de una idea poética. Por lo tanto, siendo confuso
el origen uno procura percibir dichos elementos como temas, aunque
no lo sean. Sí, podría decir que hay en mi poesía
sustancias “pesadas”, salidas del inconsciente (angustias,
opresiones, frustraciones, oscuridades, etc., o al menos así
parecen) que se juntan y entreveran con las diversas percepciones
de lo externo. Se origina así una zona de múltiples
batallas que no tienen fin.
-¿Cuándo y cómo se te hizo
evidente que la poesía era un componente esencial y necesario
para tu vida y tu psiquis?
-¿Cuándo? Tal vez en los momentos de juventud veinteañera,
en que pasé como un año en cama con la enfermedad que
fue emblemática en los artistas bohemios: la tuberculosis.
Pasé meses en un estado de apatía mórbida, como
en un ensueño permanente. Figuraciones vagas se deslizaban
en medio de la habitación penumbrosa surcada por melodías
clásicas y populares, de Bach a Gardel. Eso me condujo nuevamente
a la escritura; más allá del acto mismo, iba descubriendo
las resonancias escondidas del Verbo, la necesidad o el fatalismo
de encontrar el nombre oculto, el último nombre de cada ser
vivo, de cada cosa existente, de cada partícula aún
no surgida del vacío. Y también el nombre negro del
abandono, de la injusticia social, de la vieja enemiga llamada muerte.
Y en eso estoy: sucede que el azar es asimismo inevitable
-En los orígenes de tu escritura, la enfermedad, la muerte
y la quietud obligada, te llevaron a la palabra y en tu respuesta
anterior se revela una visión fatalista. ¿Cómo
elaboras en tu poesía esa consciencia del fatalismo?
-No diría fatalista, sino más bien condicionada por
los avatares del azar. Sucede que en ciertas instancias -al igual
que Gilgamesh cuando comprende que él también morirá
como su amigo Enkidu, o como Buda que descubre el dolor y la miseria-
cae en nuestra conciencia la sombra de lo inevitable. Pasan los fastuosos
imperios y las dictaduras a contrapueblo, se derrumban los templos,
se borran los héroes, envejece miss universo, el oro se pudre
en los bancos, nuestra especie lucha sin una finalidad última,
el sistema solar desaparecerá dentro algunos miles de millones
de años y eso será irrelevante para el cosmos, y las
bacterias y las cucarachas tal vez asistan a buena parte del espectáculo…
¿Pero qué hacer con esa conciencia dolorosa de lo irremediable?
Defenderla y desarrollarla con la palabra poética, no con el
silencio. Forma parte de la condición que nuestra especie ha
forjado para no renunciar a sí misma.
En cuanto a la elaboración, pues he recurrido a un lenguaje
fuerte, desnudado sin pudores gramaticales ni metafóricos,
siguiendo a los maestros del surrealismo, que se desenvuelve en una
especie de semi-automatismo. Tan es así que, para reconocer
esto explícitamente, acabo de publicar un libro titulado Poeta
semi-automático.
-¿Crees que todos estos años viviendo
en México han influido en afianzar el fatalismo como un componente
de tu visión de mundo?
-Sí, es así. La realidad mexicana, como la de no pocos
países de América Latina, exhibe una brutal y ofensiva
desigualdad social que golpea el total de mi persona. Más allá
de que uno conozca las motivaciones de la miseria globalizada y de
que en ciertas naciones se realizan esfuerzos reales para derrotarla,
suele ocurrir que uno entre en desánimo. ¿Cuántos
niños morirán a causa de enfermedades curables, o de
hambre, o de carencias de todo tipo mientras contesto estas preguntas?
Pero no hablaría yo de una visión fatalista del mundo,
y si la hay, no es para mí paralizante. El desánimo
que produce tanta desgracia históricamente acumulada es también
sustancia para la poesía.
-Luego de más de cuarenta años siendo y haciéndote
poeta, formando poetas y abriendo camino a otras voces, ¿qué
situación te coloca en falta ante el terreno de la poesía?
-Mi madre solía decirme que nunca estaba satisfecho con nada,
no lo decía en un sentido negativo. Pero mi insatisfacción
o falta con respecto a la poesía radica en que no sé
bien qué es, o sea, que he estado buscando durante décadas
algo que nunca conoceré totalmente, pues cambia a medida que
me acerco o creo acercarme. Percibo el aroma, ya ácido, ya
dulce, ya espeso, ya amargo, ya helado, ya ardiente, de una flor que
jamás alcanzaré a tocar. Pero, ¿no sucede algo
así con el amor? Entonces, aprendemos que poseer es destruir.
Y en esa distancia insalvable entre uno y el objeto del deseo -como
diría el poeta árabe Al-Mahad- está la libertad.
fotografía: Adriana Almada. Granada, Nicaragua
2006.