El hijo
Te miré desde adentro.
Desde la mínima partícula
del corazón
y su corriente roja,
y en un largo sollozo
proyecté con mi cuerpo
tu camino.
De este dolor no se habla nunca,
pero yo te lo digo,
raíz pequeña y dulce,
para que no lo hieras:
tan cerca están sus voces de la muerte.
En la pauta de luz de cada nacimiento
el tácito convenio con la vida
junta en su copa el esplendor y el llanto.
Así, viajeros que de iguales,
jamás se tocan en el gran destino.
Tu levadura oculta me camina,
y, a pesar de su canto,
me va sembrando espinas.
Yo sé que el mundo será tuyo
y que has de recorrerlo sin mi mano.
El corto espacio de la inmensa tregua,
es la ternura maternal,
y es la pavura
de ver crecer la ausencia,
insospechada ruta de adioses y regresos
cuando el alma se muda de experiencia.
De la dulzura pasa a la amargura,
de la blandura a la rudeza ciega,
y del anhelo vago
de hacer más amplia la cintura,
sólo queda la voz transfigurada
y un puesto mudo en nuestra mesa dura.
Del libro Los ríos han crecido
(1955).
Los hombres penumbrosos
A los indígenas de Tierradentro (Cauca)
Son distancia y sollozo,
vienen de ariscas sierras
y ríos tumultosos, jóvenes ríos
remeros de la estrella
o de algún brazo de mar.
Están allí
detrás de las palabras
desnudando sus ojos
para inquirir la luz
o enterrar los crepúsculos.
Están allí
masticando neblinas,
espantando silencios,
desangrándose el alma
entre el crujir de las raíces
en tierras de despojo.
Por los desfiladeros,
en la sequedad de las montañas,
callando la miseria
con temor a la muerte,
con temor al tormento
van tejiendo los siglos
van tejiendo la espera
entre las duras sombras.
Como la hormiga parda en la fila de trabajo
rasgan amaneceres y desgranan sudores
que la tierra devuelve en algún tallo verde
en una que otra espiga que a veces vuela lejos.
Es la comunidad de las ausencias
de techos ambulantes arrullados apenas
por palomas salvajes.
Y cuando el indio sueña y el corazón golpea
la nota de una flauta hace vibrar el monte.
No hay cuna para el indio.
De las hirsutas lomas baja el recién nacido
en el pañal más duro;
la madre es un olvido y esto es lo que conturba
como un camino oscuro.
Desmedrada corriente
de nuestras propias venas
por años trabajada
por años perseguida,
fatigada semilla en la parcela rota
mas también sobre el tiempo
esperanzado fuego, muralla levantada,
aliento sostenido, piedra fortalecida!
Del libro El mundo es una calle larga (1976).
Las madres de Bojayá
I
Se muere la palabra
y el aire pesa
con su voz de plomo.
El llanto roba el agua,
la tierra se queja.
Se resbalan las noches
y se espantan las sombras.
El mismo cielo que oye crecer
el humo bajo las piedras.
Nadie se reconoce
la tiniebla embrutecida ahoga
y se marca con las manos ardiendo.
No hay caminos ni señales
se equivocó el paisaje
y las aves de rapiña
limpian el suelo rojo.
II
¿Dónde termina la razón
y dónde empieza
el filo del tormento?
Todo gira en contrario
porque se ha vuelto loco
el campanario
y el perro prisionero
en el patio cercado.
III
Al otro lado del mundo
alguien canta, sueña
y se devuelve a conversar
con los astros,
que serenos miran
cómo el mar se desborda
en los días insepultos
con el color del sol.
Que no se hable de la muerte
ni siquiera del fuego.
Que miren solamente
el rostro de las madres
más allá de la pena
y más allá del llanto.
Del libro La tierra oscura (2003).
Matilde Espinosa. (Colombia,
1917). Ha publicado los poemarios Los ríos han crecido
(1955), Por todos los silencios (1958), Afuera, las estrellas
(1961), Pasa el viento (1970), El mundo es una calle larga
(1976), La poesía de Matilde Espinosa (1980), Memoria
del viento (1987), Estación desconocida (1990), Los
héroes perdidos (1994), Señales en la sombra
(1996), La sombra en el espejo (1996), La sombra en el muro
(1997), La ciudad entra en la noche (2001), La tierra oscura
(2003).
Los poemas han sido tomados de Señales en la
sombra (Antología poética). Homenaje a la poeta. XIV
Festival Internacional de Poesía de Bogotá /Instituto Caro
y Cuervo, 2006.
fotografía: en la casa de la poeta. Bogotá,
2006.
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