Hechos de poesía
Los poetas son seres frágiles.
Pueden desvanecerse de amor
o de demasiada vida.
Cuentan que un poeta murió
con solo pincharse el dedo
con la espina de una rosa.
Dicen que otro encontró
con una bala
el lugar exacto del corazón.
Hubo alguno que, insomne,
no atinó el tiro al blanco
al despedir su vida de cuarenta años.
Las poetas buscan medios más naturales
o domésticos.
Un frío lago recibió
la desesperación de una mujer
con piedras en los bolsillos.
Otra fue alga marina
y el mar la nombra en cada ola.
Otra respiró la muerte
invisible, incolora, del gas.
La muerte,
la desprestigiada muerte,
recibe con miedo esta fragilidad.
Teme este decir infinito
en el que una palabra, una sola palabra
llena de ecos al mundo.
De Bogares (1998)
Para recordar a Cavafis
No apures el paso.
Detente, lento
en los rincones
perfila el claroscuro de las bodegas
añeja el vino de tu sangre,
deja que la vida te muestre lo imposible.
No apures el camino
quien parte ya regresa
me dijo una voz inmemorial,
viva voz tribal
pegada al vientre de mi madre,
cuando aún era su hambre
cuando aún era su miedo.
No apures la copa,
déjala libar sin prisa
y llegará hasta tí lo sereno.
Imágenes sin sentido
vendrán a buscarte,
no temas
detente,
retrasa la vigilia.
Verás como el shamán tenía razón:
el humo que te despide
será la señal de tu ascenso.
De Bogares (1998)
Oficio de Rosas
En Oriente el destino de las niñas
fue la muerte o la orilla del olvido.
Alguna vez sólo fuiste
muñeca sin voz
descarga de la carne
hechura para el parto,
los quejidos, la sangre
en silencio.
En ocasiones tomaste la revancha
con furia, con odio
te hiciste besar los pies,
tus perlas se disolvieron en vinagre
y no hubo banquete que te comprara,
salvo el amor.
Tu precio demolió imperios y fronteras.
Alguna vez, por amor, mataste a tus hijos,
por amor, también, entregaste tus senos al aspid certero.
Has ganado el voto
las faldas cortas, el látigo
y el lavaplatos, y la aspiradora y el microondas
allí donde arden tus uñas
allí donde quemas la memoria de tus labios.
Tu impotencia todavía describe la suma de una piel
ávida, poblada de nuevas orografías.
Con todo, sigues siendo la niña buena
ansiosa del buen marido y de la casa buena
las pequeñas seguridades
pagadas a plazo y con aplazos.
Pero persiste en tí esa cualidad de la rosa
sola en su ritual de pétalos desnudos.
Esa fragilidad que te recoge cada noche.
De Bogares (1998)
Mudanzas
Hoy
no abrió el desierto sus ventanas.
La arena vino a buscarte
después de muchas mudanzas.
Temió que la olvidaras
como el mar,
hace milenios,
cuando recogió su ancha capa de espumas
y la dejó desnuda
entre caracoles blancos
encendidos por los celos del sol
quebradizos en el temblor de los cujizales.
Los cardones se incendiaron por dentro
y hasta la noche dejó de enfriar las piedras.
Vuelve tus ojos
la arena peregrina te busca ahora
trae sus mejores ráfagas
quiere que le devuelvas la duración
de tu mirada
mensura única
de su voz
que es el desierto.
De Bogares (1998)
Carne y ceniza
Si me entierras
baña con cal mi tumba.
El osario déjalo a las palomas.
No me vistas,
píntame de rojo las uñas
y ponme desnuda en la tierra.
Enciende dos velas
una por tí,
otra por mi soledad.
Coloca dos monedas en mis ojos
haz de mi corazón un cuenco con miel
y no olvides la taza para Caronte
ni los pétalos tiernos
que habrán de decirle a la tierra
de mis huesos fértiles
envueltos en olores vanos.
Sal y ceniza de carne insatisfecha.
De Bogares (1998)
LOS EXPULSADOS
I
Los astrónomos
callaron de tanto
decir
la marca
implacable
de nuestro destino.
¿Cómo te atreves, vate?
¿Quién puede echarnos?
¿Cómo decir adiós a nuestras casas?
Imposible
pensar
en otra tierra
en otra arena
en otro cielo
distintos
de esta
casa de todos
que ahora nos expulsa.
II
La ciudad
fue
brillo
por nosotros.
¿Quién olvida nuestras manos
en la argamasa
de estos muros?
¿Quién ignora
la salud
de nuestras pócimas?
Nadie escuchó
las señales.
Nadie vio
los anuncios.
Ineluctables
fueron
los designios:
el fallo
el dedo acusando
la mirada que culpa
la tea encendida
el fuego
que devoró
nuestros pasos.
III
Tanto quisimos quedarnos
que abjuramos.
Aceptamos todo
todo lo aceptamos
la burla
el escupitajo
el asco
el dedo como un estigma.
Dóciles
hicimos nuestras
señales ajenas.
Pero
la lengua
terca
en la noche
volvía
invencible
como la memoria
de la sangre.
IV
Cuántos recuerdos
atesorados
para que en este día
olvidemos
y
aprisa
muy aprisa
salvemos
esta piel
acusada
de ser
ella misma.
V
En vano
le dimos
a esta tierra
un nombre
en nuestra lengua.
Inútil
la belleza
perfumada
de nuestras fuentes
De La Jaula de la Sibila (2002)
Moraima
Guanipa.
(Caracas, 1961). Poeta, ensayista, periodista cultural, profesora universitaria.
Egresada en Comunicación Social con Maestría en Literatura
Venezolana, es docente de la Universidad Central de Venezuela. Ha publicado
los poemarios Bogares (1998, Mención del Premio de Poesía
60 años de la Contraloría General de la República),
La jaula de la sibila (2002) y las plaquettes Ser de agua
(1997) y Voces de Sequía (1999). Es autora del texto
del libro Imágenes de la Universidad Central de Venezuela
(1997), así como el libro Hechura de silencio. Una
aproximación al Ars Poética de Rafael Cadenas (2002),
Premio Dejewara del Centro Nacional del Libro 2003. Periodista especializada
en información cultural, ha trabajado en los diarios El Universal,
El Globo y El Impulso, y es colaboradora en distintas
publicaciones culturales del país.
fotografía:
a finales de los noventa.