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Adriana
Almada
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Había viajado casi tres días cuando sobrevolamos los volcanes y el mítico lago. Desde el aire, buscaba con los ojos las islas y las islitas, buscaba Solentiname… Trataba de imaginar esas pequeñas comunidades despertando al evangelio, al arte, a la revolución, resistiendo a la rabia de Somoza. Desembarqué en Managua con un ejemplar viejo y maltratado de Nicaragua, tan violentamente dulce… Estos relatos de Cortázar, destinados a despertar solidaridad con el nuevo país que nacía en 1979, me parecieron ficción a poco de aterrizar. Toda la retórica revolucionaria, cargada de imágenes “preñadas de futuro”, quedaba disuelta en el cotidiano de una Managua siempre ausente, nombrada a partir de la falta, definida por las secuelas del terremoto, la guerra civil y la corrupción política.
Sin el Segundo Festival Internacional de Poesía
de Granada creo que jamás hubiera llegado a Nicaragua, país
al que conocía por las crónicas exaltadas de fines de
los 70 y los primeros 80; por Cardenal y Rubén Darío,
a quien la gente común, entre los nicas, llama “nuestro
príncipe”. “No podés faltar a la más
grande puesta en escena de la poesía del mundo en un escenario
de América”, me habían dicho en México, meses
antes, los escritores Francisco de Asís Fernández y Gloria
Gabuardi, presidente y coordinadora del encuentro, respectivamente.
Los poetas –casi un centenar y de variada procedencia- compartimos
las mesas de lectura en los centros académicos y culturales,
pero también en el espacio abierto de plazas y esquinas, en los
atrios de las iglesias y en los pueblos. Justamente, uno de los momentos
más intensos para mí fue la visita a Niquinohomo, cuna
de Sandino. El ómnibus frenó al pie de la gran estatua
del “general de hombres libres”, donde nos esperaban el
alcalde, los concejales, el director de la escuela, los niños,
la gente… Caminamos juntos hasta la iglesia, decorada con encajes
y cintas, donde nos dieron la bienvenida con un repique de campanas.
Leímos en la plaza, en un kiosko. Sentados en círculo,
esperábamos nuestro turno para decir, cada uno, lo que tenía
que decir. Un público diverso de niños, adultos, jóvenes
y mayores, crecía, decrecía y volvía a crecer con
las horas. Niquinohomo no es un lugar turístico. No tiene artesanías
ni arquitectura que ofrecer. Sólo la historia de un hombre que
hizo historia, y su gente. Regresamos conmovidos a Granada, silenciosos,
diez poetas bajo el gris de la llovizna. Granada era noticia. Entre huelgas de médicos y maestros, movilizaciones y pujas políticas, el festival de poesía era tema de tapa en los periódicos nacionales. Con Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Gioconda Belli, Daisy Zamora y Francisco de Asís Fernández en la mesa, la ceremonia de apertura reunió nombres significativos tanto de las letras como de la revolución sandinista. Al costado del escenario, frente al centro cultural llamado “Casa de los Tres Mundos”, se habilitó la Feria del Libro, donde la oferta editorial nicaragüense incluía títulos frescos como “El pergamino de la seducción”, de Gioconda Belli, publicado por el sello Anamá y “El siglo de la poesía en Nicaragua”, antología en tres tomos de Julio Valle-Castillo, que reúne la producción poética nica entre 1880 y 1980. Asimismo, los must de la literatura nacional junto a publicaciones de otros países, entre las cuales cito con admiración “Pícaras, místicas y rebeldes”, monumental antología de la poesía escrita por mujeres en América Latina, desde el siglo XVIII a nuestros días, realizada por las escritoras mexicanas Maricruz Patiño y Leticia Luna. Varias poetas paraguayas están incluidas, entre ellas Josefina Plá, Susy Delgado, Nila López y Amanda Pedrozo. Lo que aquí cuento sucedió hace un par de meses y ya comienzan a desdibujarse escenas, momentos, voces… Hojeando en casa la antología de Valle-Castillo me detengo en José Coronel Urtecho, “a quien más gente haría bien en leer”, según decía Cortázar, y a quien se dedicó el festival, en el centenario de su nacimiento. Arquetipo del vanguardista en los años 30, don José fue amigo de Ernesto Cardenal, con quien publicó en 1949 una antología de la poesía norteamericana. En este sentido vale señalar que mientras los movimientos literarios en América del Sur recibían mayoritariamente influencia francesa, los poetas nicaragüenses se nutrían de la poesía norteamericana, tal el caso de Coronel Urtecho y del mismo Cardenal. Del primero transcribo “Oyendo el canto de las poponé y las ranas”: Poponé, poné, poné / poponé, poné, poné / Poponé, poné / poné… Cantan las poponé / Son las 6 de la tarde. Ya no se ve / Encenderé la luz / Tomaré / mi café. Fumaré / Leeré. Me acostaré / No sé si dormiré o si moriré / No sé si soy o he sido o si seré José / No sé si sé o no sé o si lo que sé lo sé / Poponé, poné / Poné… ¿Para qué? / ¿Para qué qué?”. Hubiera preferido “Discurso sobre Azorín para ser traducido en lengua nahual”, o “Pequeña Oda a Tío Coyote”, o “Retrato de la mujer de tu prójimo” o “Febrero en La Azucena”. Pero son largos y el espacio es corto. Declaración. El Segundo Festival
Internacional de Poesía se desarrolló durante la segunda
semana de febrero. Mucha fiesta compartida y una declaración
final, difundida internacionalmente. En ella los poetas proclamaronn
“la poesía como un espacio de encuentro, diálogo
y paz, desde el cual decimos no a las guerras, a los terrorismos, a
la pobreza, a la opresión, la miseria y el hambre, no a quien
oprime y somete, no a la tortura y a la xenofobia. No a las dictaduras.
Decimos sí a la paz, a la vida, a la solidaridad, a la diversidad,
al libre albedrío y al bienestar de los pueblos, sí a
los derechos humanos y al respeto a los pueblos originarios de América
[…] Resolvemos crear una red poética de comunicación
mediante la cual podamos dialogar e intercambiar nuestras obras y opiniones
[…] Ante la degradación del medioambiente, los poetas nos
comprometemos a defender como bienes comunes de la humanidad nuestras
culturas, la naturaleza, la diversidad de la vida, las faunas y floras
y los diferentes ecosistemas del planeta”. El documento expresa
la adhesión de los firmantes a la iniciativa, presentada ante
la UNESCO, de declarar “patrimonio cultural y natural de la humanidad”
a Granada y su entorno. La ciudad, fundada en 1524 por Francisco Hernández
de Córdoba, se mantiene en su asentamiento primitivo y, a pesar
de haber sido saqueada en varias oportunidades y casi destruida por
el filibustero William Walker en 1856, conserva hasta hoy su valiosa
arquitectura. El festival fue convocado por la Presidencia de la República, la Alcaldía de Granada, el Ministerio de Relaciones Exteriores, instituciones a las que se sumaron otras dependencias del Estado, fundaciones independientes y asociaciones de escritores. La próxima edición rendirá homenaje al poeta Pablo Antonio Cuadra, “divulgador y promotor de vocaciones poéticas en las últimas cinco décadas del siglo XX”, según apunta Valle-Castillo en su antología.
fotografía: Entierro de la indiferencia y el olvido. Cortesía del Festival Internacional de Granada. |