Epífitas |
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María
Antonieta Flores
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De Monte Avila guardo preciosas piedras en mi biblioteca, libros que se me han hecho imprescindibles, compañeros constantes, presencias no complacientes, duras y exigentes, por lo tanto fieles joyas que han sido así y sobretodo, amables y gentiles quereres que han penetrado, transformando. Pienso en El ocultismo y la creación poética de Azcuy, El bosque de la noche de Djuna Barnes, El diálogo inconcluso de Blanchot. No son sólo ellos, hay muchos más. Ellos son parte de la exigencia y educación que me ha ido ofreciendo la palabra, también del amor que me ha brindado. Forraje para mis pasiones. Ahora, junto a esos libros he colocado éste de Claudio Magris: Ítaca y más allá (Caracas: Monte Avila, 1998) con traducción de Márgara Russotto, quien en su nota introductoria nos anuncia que es "un ejercicio crítico desintelectualizado, lleno de delicada ironía y humana compasión". Quizás por esto, la palabra de Magris acompaña con la sinceridad de lo genuino y se impone erudita y sabia desde la intensidad del observador que conoce la travesía, pues es también la voz de un narrador que conoce la distancia que exige la mirada crítica. Golpeada por "El poeta y su servidor", fascinada por "Los despojos del poeta", conmovida por "Las celebraciones imposibles" y "El malestar de Mefistófeles", he ido visitando poco a poco y saboreando lentamente todo lo que encierra Ítaca y más allá. La belleza que deja sin palabras. La obligación de regresar, aunque Ítaca sea una bruma inalcanzable. Es éste el espacio que construyen estos ensayos breves cuyo tenor trasciende su destino inicial, la prensa, pues no son notas apresuradas, sino el impulso sostenido y largo de una interioridad comprometida con una búsqueda existencial, ética y estética. Su intención comunicativa se despliega más allá del libro o del autor comentado, por ello es posible aproximarse a ese sentido general de la existencia al cual aspira. Textos magistrales, son éstos. Y, si se entiende la lectura como el espejo de la escritura, se encontrará aquí una lección de profundidad, de sensibilidad inteligente, de estilo sabio. Por consiguiente, la mirada y la palabra de Claudio Magris (Trieste,1939) ofrecen un discurso indispensable para el panorama literario actual. Aún cuando no se tenga certeza de sus intenciones escriturales, aún cuando muchas de sus notas gravitan en torno a su especialidad académica, sus ensayos testimonian un compromiso con la palabra y con la vida, una manera o modo ejemplar que evoca un linaje espiritual que cada vez es más escaso. Por esto, su voz se nos hace necesaria y más en una época de pequeñez y medianía intelectual y sensible, de banalidad conceptual y de plagio, de artículos cuyo fin es la satisfacción del ego o el puntaje académico, de predominio de intereses bastardos. También, su voz es una respuesta y un estímulo ante la carencia de ensayistas que en su palabra expresen sentido de trascendencia: que hagan del oficio de ensayar un riesgo de vida, un signo de entrega a la palabra. En Ítaca y más allá, los textos parecen estar agrupados casualmente, pero ni responden a un criterio cronológico ni al capricho. Aunque no tienen un orden evidente, hay una organización que responde a sus temas mayores. Para comprender esto, basta con leer la nota final donde el autor indica que
Así ha desarrollado una lectura del mundo intencional y secreta, la cual ofrece en el acto escritural, unidad y sentido desde la multiplicidad y fragmentariedad que implica esa escritura diaria y presta a perderse en los atropellos de mundo de hoy. ¿Cómo se rescata y se preserva a sí mismo y a su palabra? Decía Claudio Magris en conversación con María Ramírez Ribes, allá en 1995, que "la escritura como testimonio de la realidad tiene sentido todavía aunque se haga con un profundo sentimiento de la propia debilidad". Es esta conciencia lo que dota de veracidad a su mirada. Y, la creencia de que "la palabra no está vacía", tal como lo confesaba en la citada entrevista, se constituye en una tarea que obliga a una constante aspiración de sentido. Comentar la riqueza de significaciones que ha sabido tejer para fundar un sentido vivencial y trascendente en sus ensayos, exigiría mucho más espacio y la invitación a la relectura. El ensayo que da título al libro se elabora en torno al Enrique de Ofterdingen de Novalis, punto de partida para establecer un aspecto esencial de la modernidad: "el proceso dialéctico del yo que se encuentra con el otro para superarlo e integrarlo en sí mismo", hecho que confronta con la actual perspectiva de "una multiplicidad verdaderamente centrífuga de sujetos libres y desligados, salvajamente autónomos de cualquier jerarquía y destinados a destruirse recíprocamente en la contraposición de sus energías, libres de represión pero también de significado." Ante esta realidad, el gran poeta alemán es "artífice de una totalidad humana y poética de la cual sólo podemos tener nostalgia, puesto que ya no nos pertenece". El viaje sin destino del hombre actual es, en el fondo, la certeza que marca su escritura, por ello finaliza con "La gran odisea del espíritu de Novalis está lejos de nosotros; está dolorosamente lejos. Kafka, quien también se sabía viajero de una odisea sin Ítaca, era infeliz por ello, y probablemente le hubiera gustado reencontrarse en la flor azul, como Enrique de Ofterdingen, poder dormir en la cama de Bloom, y ser acogido finalmente en el Castillo". La concepción que tiene sobre el ensayo moderno, le permite penetrar en los terrenos de lo filosófico y lo humanístico desde la literatura, elaborar un trayecto de esencialidades fragmentadas, que al final revelan la gran unidad del hombre. Esto es posible desde su concepción del ensayo moderno, ese "discurso oblicuo e indirecto el cual, para nombrar lo esencial, toma como pretexto e irrisión cualquier otra cosa, porque a la verdadera vida sólo se le puede referir y no representar directamente." Piezas ejemplares son los ensayos sobre Borges y Lukács. No hace concesiones en sus señalamientos, lo adverso es finamente hilado, sin agravios, algo que se debiera aprender en este medio donde las totalidades y las posiciones extremas, predominan; al igual que la visceralidad y el gusto como criterio de verdad. El idealismo que tiñe su concepción de lo humano, lo obliga a trascender el sentido del autor y la obra comentada para hacerlos partícipes de una acción edificadora de un mundo más amplio, más inmenso, ya que todo significa más allá de lo concreto y lo palpable. Quizás su Ítaca esté inalcanzable, pero su viaje lo cumple a través de una palabra magistral, generosa, ofreciéndonos un libro abierto, ancho, inagotable. Del trabajo efímero, de ese ejercicio diario, ha sabido el narrador y ensayista, edificar su travesía. Trayectoria hecha desde la certeza de que "la vida es insoportable". Esta constatación propicia el surgimiento del "ojo desencantado de quien no participa" para fundar una contradicción, seguramente irresoluble, pues la escritura -solidaridad inevitable con el otro- lo ayuda y nos ayuda a sostener esa insoportabilidad, esa "odisea sin Ítaca". Entonces, se recuerda esa confesión que se destila en uno de los textos: "Quien se encuentra en la orilla de la vida escribe algo para aludir a otra cosa, a la vida que destella fugitiva e incapturable; rodea y circunda con palabras irónicas y desgarradoras esa ausencia que es su destino y confía sus palabras a una botella,". Abramos, pues, esa botella y dejemos que las palabras de Claudio Magris nos unten de vida, de ausencias plenas y de carencias.
fotografía: Julián Martín. EFE
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