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Edda
Armas
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Errar no viene siendo el sentido del errante. Errar es de humanos: una provocación. Tanto o menos que el divagar del pensamiento, la atención o la imaginación, o el andar de una parte a otra, picoteando el néctar de lo desconocido, bajo los signos de la estrella errante. Errancia es no tener ancla. Llevar el varillaje arriba, la carpa dispuesta, las alas desplegadas para subir al más ligero viento. Retornar a la infancia en lo recurrente de un mar que podías divisar desde la ventana y ver la nocturnidad moverse en las olas, con bordes plateados por la mordedura de la luna. El que dispone su vida con desplazamientos constantes está ganado a cruzar los océanos con tanta frecuencia que llega a tener dos habitaciones dispuestas a recibirle, una en cada orilla del mundo. Errantes, en la travesía de la vida, hurgan la barriga del camello que es la creación. La escritura es otra manera de desplazarse, de no hallarle lugar al quieto. Como tampoco lo encuentra el que mira por las rendijas, todas las esquinas del mundo; en un mundo sin paz, en un mundo con guerras. Fe de errantes es darle residencia a la voz. Preguntarse por el movimiento, quien sabe si como otra forma de inconformidad, bienvenida. Es una mirada colectiva al terruño, al lar, al padre, a la madre, al cielo común y al símbolo que es la casa. Es salirle al paso e interrogar al nómada contemporáneo. Al alma que lleva una rosa-sinensis prendida en el cabello, aquí o allá, llamándole cayena o hibiscus, o quien sabe cómo, en Siria, China, Jerusalén, España, Tahití, o en un país tropical. Es hacer memoria, ahincarla. Retomar con otros ojos la tierra baldía que sólo es ganada por quien la habita con el corazón de los padres y consigo la lleva. Es reconocer el lugar que se hace propio por elección ya que, en realidad, no somos de ninguna parte y a la vez sí lo somos. El sitio donde naces te da raíz pero no te amarra; puede ser el mismo o no, donde finalmente armes tu penúltima residencia en la tierra. Desplazados, erráticos o peregrinos, por una causa o por otra. Es marca de estos tiempos. Turismo o exilio. Éxodo. Voluntario o forzado. Viajes planificados o imprevistos, por trabajo, estudios, investigación, salud y/o placer. Los tours, congresos o encuentros internacionales. Buscar a los ancestros en el árbol genealógico para entender el mestizaje que nos signa. Rastrear un familiar desplazado por Internet. Ovejas negras que se apartan del rebaño para beber el agua del otro pozo. La ponzoña del alacrán que lleva a cada quien a poseer un lugar. Un lugar que podemos llegar, incluso, a amar con desmesura. La puesta de sol sobre el Mar Egeo, que no te abandona, te lleva a suponer que tu alma viene de lejos. Cada puesta de sol bautiza, una y otra vez, la fe. La bautiza con lenguas del fuego que hace posible la vida: con la luz que entibia o mata por exceso. Brújula en medio del caos: El Sol Invictus, dios solar, dios de toda la creación. Fe de errantes no es una antología. Se trata, más bien, de un arca de Noé del nuevo milenio. 17 poetas de Israel, México, España, Colombia, Cuba, Puerto Rico, Brasil, Canadá, Egipto y Venezuela, con epicentros comunes: la errancia, el lar, la tribu, la pertenencia, tierra y memoria. Soles compartidos como biblias del peregrino, sus arts poéticas; causal que nos ha hecho encontrar en el muelle de partida. Los aquí compilados, nos hemos topado, por un poema, en un viaje, un encuentro internacional, un recital en la ciudad que habitamos, un libro que nos envían o cierta intuición que nos hace elegirlo en una librería, en Madrid o Barcelona, en Caracas, Tel-Aviv, Bogotá, el DF mexicano o Guadalajara, en una feria del libro en cualquier ciudad o por hallazgo azaroso en la red del ciberespacio. Nos acompañan en la travesía poética siete traductores, invitados a versionar al español los poemas que originalmente fueron escritos en portugués, hebreo y catalán. Cada poeta participa con cinco poemas, de los que religiosamente al menos uno es inédito, y en muchos casos, escrito expresamente para este proyecto. Así también el prólogo y el epílogo, por los poetas Jacqueline Goldberg y Antonio Deltoro, respectivamente. El pórtico, que abre el cuerpo de poemas, es de la pluma del poeta y errante mayor Fabio Morábito, en calidad de invitado-homenajeado. Los grabados incorporados al libro, de los artistas Juan Manuel de la Rosa (México) y Lihie Talmor (Venezuela-Israel), mantienen una relación alusiva y metafórica al tema del mismo. Ambos grabadores y artistas conceptuales apuntalan la imagen memoriosa “en su búsqueda de espacios de encuentro dentro de las diferencias, la aproximación a la dualidad entre la distancia y la cercanía, y esa tensa oposición que surge entre lo abarcable y lo inalcanzable, cuando imagen y texto ofrecen la visión capaz de vincular efectivamente cada uno de los poemas y los grabados en una unidad estética y trascendente”, como ciertamente lo apunta Talmor. Este libro es un viaje que se nutre de la amistad creativa. Desde la idea original hasta la forma final, lo hemos navegado con Lihie Talmor, y a decir verdad, en ella reconocemos a la pionera. Fue Lihie quien levantó la primera piedra y la calzó en nuestras manos, invitándonos a armar el rompecabezas de un mapa que apenas estaba pespunteado, con los nombres de los venezolanos Reynaldo Pérez Só, Sonia Chocrón y el mío. Más de dos años nos tomó ir alistando poetas, extendiendo redes, decantando la selección de voces y poemas, afilando la idea del libro que sería. Tarea rigurosa, amorosa más que técnica, que tanto a Lihie como a mí –en rol de capitanas del arca– nos hizo ejercer distintas formas de comunicación, sorteando las vicisitudes de la diferencia horaria, que multiplicaron los tejidos de cercanías: intercambio compulsivo de correos electrónicos, llamadas a larga distancia, cartas ordinarias o certificadas por correo postal o servicios de encomiendas internacionales, de aquí para allá, entre nosotras y con los 23 creadores presentes en este libro, que ahora se hace posible para el lector gracias a la sociedad ganada con Otero Ediciones. Las compiladoras agradecemos la confianza de todos los autores que se apuntaron en esta travesía, convencidas de que cierto azar facilitó el encuentro para que juntos navegáramos, con el flujo y reflujo del sol rojo que recuerda el poeta Ramos Sucre al hablarnos del país lívido, bajo el signo del mismo sueño, con el sentido y contrasentido del viaje de la creación. Única bandera que a los errantes nos abraza, como extensa cobija epitelial.
*(con apuntes tomados en un avión, y muchas conversaciones con Lihie Talmor)
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