Epífitas |
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María
Antonieta Flores
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El sujeto como presencia se va constituyendo desde la ausencia y el vacío. Y, como flaqueza y debilidad que insiste, se levanta y se aferra a su nada, a aquello que se le ofrece como carencia. Es ésta una condición fundamental sobre la que se construye la obra poética de Rafael Cadenas (Venezuela, 1933). De esta posición existencial y vivencial, emigra su palabra para vincularse con el otro y para vincularnos con su desamparo y con el nuestro. Sin confesarse víctima ni lamento, distingue su condición desde la dignidad del vencido, antigua majestad que concierne a ese linaje establecido en sus primeros poemarios y que transformada en mirada, gravita en toda su obra. La poética de "exactitudes aterradoras", contraria a la falsedad, el engaño o al artificio, que propone desde su ajenitud y extranjería, sólo puede constituirse desde el lugar de lo innombrable y lo preverbal, aquello que define al individuo como ser sensible, poseedor de una interioridad desgarrada. Así, en pos de esa exactitud, su palabra traza un rumbo deconstructivo: el yo se desintegra, pierde su aparente unidad, se muestra suma de fragmentos adoloridos. La mitología del hombre como ser arrojado a un lugar desconocido en el que pena y sobrevive, es el espacio donde el yo sólo se puede reconocer tachado, anulado y vacío: "Una ausencia te funda. // Una ausencia te recoge." El deseo surge en esa ausencia y el otro es la confirmación de su quebranto. Escritura y poema son una andadura por el borde de ese vacío, que llama y que duele. Ese sostenerse en el borde, sólo lo logra el poeta gracias a ese trabajo de imposible vaciamiento que al no poderse concretar en plenitud, lo coloca bordeando el abismo. Si una lectura de su obra, podría dar cuenta en la superficie de una ausencia del eros y del otro, ello es debido a la coherencia de una escritura donde todo está contenido, condensado, sostenido en el espacio de lo no dicho, lugar para la exactitud anhelada. Su escritura no es posible sin ese otro que se inscribe en lo erótico y en el deseo. Desde ese sitio que el poema deja presentir y que no entrega totalmente, la erótica cadeneana surge deslumbrante desde ese lugar ausente que también define al yo. Si Amante (1983) sorprendió a algunos, fue porque no leyeron o no se les entregaron los signos que precedían a ese momento escritural. Dolorosamente estoico, imperturbable y sereno, deja que sea la desgarradura la que hable: "Misión / del amante: / arder / fuera de camino." Para el occidental, el vacío que proponen las doctrinas orientales será siempre un ideal mayor que para los del Este, pues en nuestra constitución psíquica y espiritual, en nuestra herencia, el deseo es un imperativo que ha construido a nuestra civilización. La poesía de Cadenas, encierra así una tragicidad individual y colectiva: la del hombre del siglo XX, cuyo deseo de despojarse del deseo (y es intencional la repetición), lo enfrenta a la imposibilidad. Religión, filosofía, psicología profunda, espiritualismos y pseudoespiritualismos, han buscado las vías. Pero ni la fe ni la conciencia ni la razón han dado la respuesta, tampoco la apertura a lo irracional. Se está ante una condición irresoluble y desde esta certeza, Cadenas ha propuesto su estética y poética: "Acostúmbrate / al ayuno que eres." Guillermo Sucre en La máscara, la transparencia (México: FCE, 1985) resalta este carácter deconstructivista del sujeto que plantea la poesía cadeneana, pero como ya se señaló es también una propuesta estética donde el yo se mantiene sin rehuir el vacío, sabiéndose despojado, sin atributos, pero irrenunciable de sí mismo. El último reducto, la voz: "Las mudas de piel me tornan inexistentes(sic). / Sólo soy una voz, una voz que también cambia. / Nuez de los adentros, irreconocibles para mí mismo." El poema 10 de Intemperie (1977) se elabora a partir de la debilidad física e interior de un yo expuesto a la inclemencia cotidiana, viviendo repetidamente su muerte y su resurrección desde la voluntad que emerge de la conciencia no sólo del fracaso, como lo señaló López-Pedraza, sino de la que surge del saberse en incompletitud y abandono. El tema de este poema es la definición del yo, definición que se construye desde el fustigamiento. La tensión lírica va creciendo desde lo concreto de lo corporal hacia el territorio de lo terrible y de la debilidad físico-psíquica: "Soy un cuerpo", "Soy una cuerda que se abraza a la última proximidad, "Soy flaqueza máxima" para culminar con "Soy el sordo, el exabrupto, el golpe en la mejilla, el veneno de la suavidad, el manto del loco, el que hostiga el fervor, el sórdido tubo, la ciénaga sin fulgor, la horma de nuestra ignorancia, el que se hace, se deshace, se hace." La palabra desciende a los terrenos oscuros de la interioridad, donde la negación evidencia con más fuerza a ese yo que se define y reconoce desde la pérdida y lo inexistente. Pero, la definición del yo, su detenerse en el sí mismo (self) no es un acto de regodeo egolátrico sino la manifestación de una herida narcisista ante la pérdida y el abandono: "Ya el delirio no me solicita." Así comienza el poema y, más adelante, reitera: "Lo inefable no me quiere". Ante esta consciencia, la palabra –arma del yo- guerrea: "Vibrante querer, vibrante delito, vibrante desamor. Ducho en disensión, en rotura, en desvivir, persisto." Persistencia en profunda individualidad, vislumbra un significativo sesgo social presente en toda la obra de Cadenas, al ubicar el yo en una coordenada contraria a los valores y parámetros del contexto socio-cultural: desde la negación y el vencimiento, se mantiene en pie, erguido. Es ésta una poesía rebelde, una poesía terca, que desde la caída se magnifica y cuyo trazo deja el deslumbramiento, la insistencia de vivir en ese saberse ausente, inexistente. La fidelidad a una estética del decir exacto y despojado, junto al apresamiento verbal de lo más áspero y duro de lo humano, da permanencia y trascendencia a la poesía de Rafael Cadenas, voz mandala cuyo centro siempre será indefinible, y donde la atemporalidad mítica como sustento de la historia cotidiana y endeble, es nombrada con voz escarbada hasta un silencio óseo, distancia de una mirada signada por la extranjería.
Publicado en el Papel Literario de El Nacional, Caracas, el 29 de Agosto de 1999 a propósito de ser Cadenas el poeta homenajeado en la VIII Semana Internacional de la Poesía (cuya última edición fue en 2005) organizada por la Casa J. A. Pérez Bonalde. (versión revisada)
fotografía:en Caracas, 2004 |