Han pasado 25 años desde que un jurado calificador le
negara, en primera instancia, la aprobación del último
año de la licenciatura en Artes Plásticas con especialidad
en escultura, que otorga la Universidad de Costa Rica, a Leda Astorga,
aduciendo que un modelador no es un escultor y que en la escultura
no se puede usar el humor ni el color. Ignoraban esos profesores-jurados
de la seriedad (todos eran hombres) la digna sensualidad del barro
y la aguerrida resistencia de la escultora. Olvidaban, además,
que la escultura clásica griega, la precolombina y la imaginería
barroca, entre otras, eran policromas. Asumían esos académicos
aquello de que el sabio sonríe con frecuencia pero ríe
raramente.
Para suerte nuestra, del arte costarricense y latinoamericano, Leda
Astorga “esculpió” su itinerario con una tenacidad,
una lucidez, un desenfado y una responsabilidad, pocas veces vistas
en el medio. Batallando contra la incomprensión de la academia,
que siempre se ha apegado a cánones rígidos, y contra
la censura velada y abierta de la mojigatería provinciana,
con la pasión propia de los espíritus más libres
y creadores, la artista impuso su particular visión humana
y su singular propuesta estética. Además, no se dejó
atrapar por la lencería de supermercado ni por las lentejuelas
de la farándula, tampoco por la moda conceptual de instalarse
en los mecanismos de una posmodernidad, oficial y oficiante, que dice
muy poco porque teme al discurso del porvenir.
De allí que la propuesta de Leda sea una ruptura desacralizadora.
A partir básicamente del modelado (me gusta que se “vean
las huellas de las manos” dice la escultora), los materiales
duros de construcción como el hormigón sólido
o vaciado en hueco, la resina polyester, la marmolina, el ferrocemento
y hasta el cartón sobre estructura metálica, al contrario
de su uso en edificaciones frías y amontonadas, alzan el vuelo
tratando de decirnos que se pueden lograr atmósferas y ambientes
más cálidos y agradables. Esos materiales se ennoblecen,
se “humanizan”, con el óleo o el acrílico,
adquiriendo una textura más de piel y un movimiento plástico
que nos conducen a un realismo extraordinariamente acogedor.
La irreverencia, el humor fino y ponderado, el toque cómico-satírico,
la verificación de lo grotesco, el sorprendente guiño
erótico, las atmósferas íntimas y tiernas; en
fin la cotidianeidad doméstica y pública captada por
intuición pero resuelta en una síntesis de amplios volúmenes,
ricas texturas, gestos lúdicos y vistosos colores, son las
características fundamentales del trabajo artístico
de Leda Astorga. Las mismas conducen hacia la crítica institucional
religiosa, pasando por nuestras debilidades originadas en la supuesta
superioridad del hombre ante la naturaleza, hasta el placer del ocio,
el hedonismo como símbolo de la opulencia o la satisfacción
social. Todo dentro de una perspectiva humorística y muy femenina
-cuando se trata de mujeres, que es la mayor de las veces-, en el
sentido de saberse observada y de alguna manera deseada, o desde un
saberse internamente plácida o colmada. Esa perspectiva rompe
con el ideal de belleza grecolatino-anglosajón (patriarcal)
al que muchos aspiran -la mujer modelo y el hombre atlético-
porque sus formas son obesas, aunque conservan la belleza interna
expresada en una plenitud de excesos.
Pero el aporte fundamental de Leda Astorga es la risa, ese reírnos
de nosotros mismos sin perder la expectativa de mejorarnos. Porque,
tal como lo expresara Charles Baudelaire, lo cómico sólo
puede ser absoluto en relación con la humanidad caída.
Lo cómico ordinario, o lo cómico significativo puede
llevarnos, según Baudelaire, a lo cómico absoluto, es
decir a lo grotesco. Lo cómico significativo es un lenguaje
más claro, más fácil de comprender, y sobre todo
más fácil de analizar, al mostrarnos su contenido en
forma dual: el arte y la vida moral asentados en lo social.
Lo cómico absoluto (lo grotesco) se acerca más a la
naturaleza y se presenta como una forma que requiere ser captada por
la intuición artística. Su verificación más
rotunda es una risa ambigua, casi una mueca espontánea pero
contenida, el vértigo de la hipérbole. Y si entendemos
que la risa es satánica, luego es profundamente humana, pues
ya tenemos un marco apropiado para entender esa levedad ácida,
a veces espesa, del humor crítico de Leda, quien, al igual
que el poeta maldito francés, ha comprendido que el elemento
angélico y el elemento diabólico funcionan paralelamente.
Así, su propuesta se convierte en una actitud, en una respuesta.
Por eso Leda Astorga nos guiña desde la picaresca más
"tica" (costarricense) sin por ello dejar de lado la placidez
condensada con el humor y la crítica social. O nos “golpea”
suavemente para ponernos en alerta, sin perder el efecto propiciatorio
de la ternura y el placer, en una época violenta y excluyente
cuyas normas principales son las leyes del mercado y la cultura de
masas con toda su parafernalia; elementos capitales con los que se
pretende homogenizar a toda la humanidad.
No hay duda, la apuesta estética de Leda Astorga es una contrapropuesta
en el arte contemporáneo latinoamericano.
Adriano Corrales Arias. (Costa Rica,
1958). Ha publicado en poesía: Tranvía negro
(1995), La suerte del andariego (1999), Profesión
u oficio (2002), Caza del poeta (2004). También
ha publicado las novelas Los ojos del antifaz (1999) y Balalaika
en clave de son (2005), así como el libro de relatos El
jabalí de la media luna (2006). Ha realizado varias antologías
de la poesía contemporánea costarricense y una sobre
el cuento masculino costarricense del siglo XX. Igualmente ha sido
antologado nacional e internacionalmente. Es profesor e investigador
del Instituto Tecnológico de Costa Rica, Centro Académico
de San José, donde dirige los proyectos literarios Miércoles
de Poesía y Encuentro de Escritores Centroamericanos.
En 2006 fue poeta invitado al Festival de Granada (Nicaragua) y al
XIV Festival Internacional de Poesía de Bogotá.
fotografía: cortesía del autor.