Epífitas |
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María Antonieta Flores
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Ana Enriqueta Terán es la poeta homenajeada en el IV Festival Mundial de la Poesía de Caracas 2007, ocasión que permite traer de nuevo a la luz un texto publicado a propósito del homenaje que le rindió en 1998 la desaparecida Semana Internacional de la Poesía de Caracas. Cuenta Ovidio la vicisitud que transformó a la ninfa Clitia en girasol, y "aunque sujeta a la tierra por sus raíces, gira hacia su querido Sol y aún después de su metamorfosis conserva su amor". Y cuentan algunos enterados que esta flor, llamada también heliotropo —aunque seguramente sean distintas— es símbolo de la fidelidad. El heliotropismo, ese movimiento, esa inclinación que sigue al sol en su recorrido desde el orto hasta su ocaso, para dejar a la redonda flor caída y abandonada durante la noche, es un acto que en la interioridad se transforma en la expresión de la relación con el otro y con lo otro.
Experiencia reverencial y mística es el poema; también, exigencia, prueba. La confesión que se precipita en su escritura permite afirmar la intensidad pasional y padeciente de un alma y un cuerpo doblegados ante la fuerza de lo poético y erguidos desde ese mismo vencimiento. Así, la poeta ha sabido "usar del girasol la delicada reverencia" para lograr en su palabra "El girasol personal milagrosamente enhiesto". Fidelidad a lo obscuro y al misterio, no ha habido otra posibilidad. Por esto el girasol, imagen y símbolo, se hace presencia constante en su escritura para sostener la debilidad abierta ante tanto torrente y trascendencia: Firmar lo que se escribe es cosa
fuerte.
De tal modo, imagen, forma y temas se han mantenido constantes en sus variaciones. El erotismo del comienzo, uno de sus más significativos rasgos líricos, no desaparece sino que se transmuta. Lo materno no anula esa corriente del eros, sino que se integra en un solo decir. La pasión desbordada encuentra continente en el poema, cuenco es la forma clásica y cuenco la sintaxis ayuntada y hermética. Y siempre la soledad. Saberse así, poeta y sola. De la rosa —ese símbolo de la cultura occidental, que deja su firme impronta en sus versos— al girasol, planta de origen americano, hay una travesía escritural que delata la experiencia abisal de lo poético, pues más allá de las resonancias que en su psiquis individual ha producido la amarilla flor, están las que provienen del inconsciente colectivo. Símbolo solar en la cultura incaica, se ha constituido, según Manfred Lurker, en un símbolo moderno que data de la segunda mitad de este siglo. El girasol "pasa a ser el emblema (la más de las veces secular) de la vida, la resurrección y la salud" (Bies, citado por Lurker). Voz con conciencia transpersonal, se sabe concedida a una experiencia que la sobrepasa y a la cual se entrega y sigue con "delicada reverencia" pues, tal como escribió:
Pues, Ana Enriqueta Terán en ese viaje iniciático que es la vivencia poética, anda por pasadizos donde sólo guía la intuición del poema y desde ese lugar de penumbras, escribe: "Yo me presiento más y más oscura". Y los años son testimonio, largo ha sido el tiempo para sostener el poema y reconocer: "no desconozco la apetencia oscura". Esta presencia paradojal del nocturno girasol en la poesía de Ana Enriqueta Terán la define y es la señal de una escritura asumida y vivenciada desde la receptividad de lo femenino, desde la docilidad del iniciado que se sabe guiado por una presencia desconocida y sacra. Palabra nocturna, iluminada por la revelación de lo poético, se dice así:
fotografía: http://www.notitarde.com/portadas/ediciones/aniver/aniver2005/Grande/ANA%20TERAN%207.jpg
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