Vacío: halcón, cráneo que el alma
rechaza con premura. Puño gigante que sacude el corazón.
Arca de tósigos. Haza desierta. Pala que se hunde en el alma
y destruye el aleteo de un pato y la figura de un duende. Campo estéril,
para la muerte. Al pozo de la nada, a la inmovilidad de los esqueletos.
Espectro que no vacila. Fetiche maligno. No más tus dijes en
la imaginación, no más tus rodillas en la hora plena;
el alma es un pez inconquistable.
De La gruta venidera, 1953.
Reverbera la actitud tendida desde el comienzo.
Resalta la paciencia comprendida en la extensión.
Resuenan los contrastes
y se esparce el crecimiento
y se diluye la exaltación.
Ya se desecha lo ampuloso
Y se amplía lo simple.
Los ejes han cambiado.
Ha despertado lo intocable.
Ahora anda lo congénito
entrañando sabidurías que irrumpen
cargadas de alborozo y libertad.
Están siendo abandonadas las constantes antiguas
para que se vuelque
el lado abierto de lo nunca amado antes.
De En el allá disparado desde ningún comienzo,
1962.
Soy insistente y le dije: -Si las espinas necesitan tanto del agua,
¿por
qué no se aquietan cuando llueve?
-¿Te has olvidado que algunas nacen en las cortezas, en los tallos
de
ciertas plantas y árboles que, para ver el espacio, el sol, tienen
que
atravesar las marañas inmensas de las selvas?
Al día siguiente le repliqué: -¿Quiere decir que
las espinas son necesarias?
El abuelo me acarició la frente: -A veces es difícil convencer
con las
palabras -dijo- por lo tanto, si te tropiezas con ellas, es mejor que
te
le acerques y no les temas; mira donde nacen, observa su corteza, lo
agudo
de su punta, lo ancho y largo del tallo, el ramaje que las sostiene
y
así sabrás, por ti misma, si son necesarias o si brotan
para retener la
sencilla savia de sus raíces. Cogí un erizo y le arranqué
todas las
espinas. Una pulpa, fresca y brillante, apareció en su concavidad
y ya
sólo miré el diamante que la corriente arroja hacia la
orilla.
(fragmento)
De El abuelo, la cesta y el mar, 1969
Mi aroma de lumbre,
armario,
grifo,
buril,
hace imposible
que los rayos no dejen de encontrarme.
Los caminos no concluyen,
están en el primer paso con el que se va.
De Mi aroma de lumbre, 1971
En la montaña,
en el campo,
y la ladera,
quizás los seres
me sientan tal como soy:
una redondez fácil de andar,
de empujar,
de hundirse,
y llegar al corazón
y abrirle lo que guarda.
El corazón de los humanos
es bastante extraño:
de agua y fango rojo,
como de restos de muchas heridas.
De Mi aroma de lumbre, 1971
¡Con qué suavidad cubre la hierba, la raíz, el retoño!
¡En qué sueños permanecemos cuando junto a ella
olvidamos el cuerpo y
nos sentimos sus semejantes!
Pero el cuerpo es una otra clase persistente, y retornamos a él
para
encontrarnos con alguna fragancia llegando bien sea por el amor, la
soledad, el sufrimiento o la muerte.
De El antiguo labrador, 1983.
La habilidad de la hoja tiene su comienzo en lo compacto de la raíz.
El amor se agiliza si la astucia quiere igualársele.
La astucia extrae lo mucho que hay en el amor.
El amor, semejante al pez, se deja herir hasta sangrar.
El amor a través de la sangre comprende y comienza
nuevamente como si
aaaaaaaantes no hubiese sido pez y menos sentido la herida dentro,
en
aaaaaaaguijarro fácilmente transformándose.
De Concavidad de horizontes,
1986
La debilidad
No tiene cuevas ni jaulas donde conservar víctimas.
Se acopla diestramente a toda brecha, ondulación,
cavidad.
Desconoce las crestas, las cimas y si se yergue y observa
cómo
aaaaaaaentonces le espantan el enjambre ruidoso de los éxitos,
aaaaaaael bramido hosco de los fracasos.
Callada, temblorosa, no posee distintas vestiduras;
con la que
aaaaaaacarga le basta para reconocer la
angustia, la alegría, la
aaaaaaaquietud, aun el golpe peor que pueda
otro ocasionar.
Convive con los ramajes que se degüellan entre
sí. Contempla
aaaaaaaal extenderse la serpiente y envenenar.
Incapaz de retener el grano más leve de sal,
de harina, sabe
aaaaaaade la dulzura y no necesita del
bullicio, del elogio y menos
aaaaaaadel aturdimiento. Si quisiéramos
encontrarla, busquémosla
aaaaaaaen la inmovilidad del que padece,
en la risa del que sólo
aaaaaaaconoce de atardeceres, hierbas y
memorias.
Queriendo huir no huye. Su encrespado olfato le impide
correr,
aaaaaaaalejarse, quedándose dentro
del alma en cristalina orfandad a
aaaaaaala que estremece el viento y donde
deja la tormenta sus
aaaaaaapequeños oros celestiales.
Siente el peso de las aguas, de las montañas.
Percibe el escalofrío
aaaaaaadel miedo. Nota la errancia de lo
incierto. Tiene frente a sí
aaaaaaala seducción más abarcante
pero comprende y sigue siendo con su
aaaaaaaarenal de espumas entre la brisa
y el incesante aullido de los
aaaaaaalobos hambrientos.
Con indecisa agilidad aguarda y no es fruto ni peldaño
lo que espera.
aaaaaaavive obteniendo sólo su propia
fragilidad de acompañante
aaaaaaasuavemente traspasable, sin expandidas
cortes.
Preserva lo desmesurado y acaparador. De allí
que nos permita
aaaaaaaproseguir en la ribera inabarcable
de lo único invariablemente
aaaaaaauno y sin contrarios.
Distinta al temor, a la avaricia, al placer, escucha
los opuestos
aaaaaaaquedándose apenas junto al
vacío de inabarcable profundidad.
Capaz por liviandad, la agreden, le disparan mientras
en quebradiza
aaaaaaasucesión, va distinguiendo
entre la soledad y el dolor, entre
aaaaaaala nobleza y el desprecio, entre
la comprensión y el amor.
Cabo que sin atar, ata.
Soporte del peñasco.
Resistencia solitaria.
De Concavidad de horizontes, 1986.
Sobre la carne endurecida
la mano de tembloroso derrumbe,
como si jamás hubiera acariciado,
como si siempre hubiese permanecido dentro,
muy dentro de la tierra
junto a todo espacio de futura cal,
begoña,
araña.
Así de oculta la herida
cuando no duele más,
así de honda la rasgadura
si se ha anhelado demasiado
para sucumbir
bajo la grumosa negrura de las raíces.
De Ropaje de ceniza, 1993
El mentón
la frente entre los pechos
La palabra como si no existiera
y menos el nombre
ese bosque íntimo
con el que nos distanciamos
para no padecer tantos golpes
no sentir tantos pasos hundidos
en la dentadura oscura
del constante, último telón
elevándose a cada momento de brisa
y azaroso anochecer.
De Campo de resurrección,
1994
Desconoce el punto
el momento en que lo angustioso se nos clava
Ignora la línea
cuando el corazón halla
el arca dulce de los arpegios
esos que se escuchan
si la soledad busca
su templo de campanario anunciando
el aire de los presagios
el agua de los olvidos
lo neblinoso del fin último.
De Aún el que no llega,
1993
Y no apremia
su medida es el claro esparcimiento
y no la prisa del viento
Su poder la infinita intimidad
y no el corte de lo fugaz
perenne
Sin desprenderse en la caída
ni en el comienzo
para amar
aun en el destierro
de lo imposible amado.
De Árbol del oscuro acercamiento, 1994.
Rompe y hallarás
lo que va entre los aires
hacia donde la copa ofrenda
y la mujer se tiende junto al pozo
con la nube dentro
para escuchar el río nuestro
del propio sonido interno:
rastro de la tierra
en el camino del árbol inarrancable
y la abertura del relámpago.
De Árbol del oscuro acercamiento, 1994
En lo invisible
lo entrañable que expone la voz
la palabra.
La escritura es un hilo alto
largo, denso, traslúcido
que horada desde lo oculto
sonoro de la vida
hasta el tiempo de la memoria
donde de vez en cuando algo yace
y cae quizás para la flor
que igual al olvio es inaprensible.
De La flor, el barco, el alma,
1995
Llega el instante de tocar la piedra, el horizonte
y preguntarnos
¿qué es el vacío?
Es cuando escuchamos el escurridizo chasquido de las
espumas
sin más insinuación
que el ritmo del trueno al desaparecer
quedando en el alma
la forma silenciosa de lo entrañable, inseparable
No se miran puntos oblicuos ni lejanos
menos están las elegías privilegiadas de la errancia
En seguida, se abrocha la tarde
y entra la negrura
de oscuro trueque templado
¿Dónde está el vacío?
¿bajo la piel, el trono, el amor?
Regresa de inmediato la innata lisura honda, callada
donde el corazón con sus bordes y fronteras
vislumbra el apoyo intocable
de lo congénito, total
De Ráfagas del establo, 2002.
Un arbusto deja que sus hojas vuelen
quedándose más allá
de donde partieron
Libertad ésta
de aire pleno
y cintura ancha
de oceánico cielo
De Las coronas secretas de los cielos,
2004
El pozo de agua se seca debido a que no sabemos amar…
para quien ama, el amor basta y no puede decir más… el
amor se va a otra parte y es lo correcto… Yo soy vieja y enferma
y sigo al que me posee… yo lo amo, porque él no tiene nada.
De Visiones extraordinarias,
2006
La fuerza que destroza
el arenal de los anhelos
es aquella baba oscura del poder
que se siente única
como para ser comparada con la omnipotencia divina
Ella hambrienta
rinoceronte, bestia
busca devorar a los hombres
aun en su invisible pobreza
olvidando por completo la luz oval
de la armonía de la tierra infinita
del blanco todo
sobre lo total puro
íntegro de cada quien
De Luz oval, 2007
Elizabeth Schön. (Caracas, 1921).
Poeta, dramaturga y ensayista. Ha publicado los poemarios: La gruta
venidera (1953), En el allá disparado desde ningún
comienzo (1962), El abuelo, la cesta y el mar (1965),
La cisterna insondable (1971), Mi aroma de lumbre
(1972), Casi un país (1972), Es oir la vertiente
(1973), Incesante aparecer (1977), Encendido esparcimiento
(1981), Del antiguo labrador (1983), Concavidad de
horizontes (1986), Árbol del oscuro acercamiento
(1992), Ropaje de ceniza (1993), Aún el que no llega
(1993), Campo de resurrección (1994), La flor, el
barco, el alma (1995), La espada (1998), Antología
poética (1998) Del río hondo aquí
(2000), Ráfagas del establo (2002), Las coronas
secretas de los cielos (2004), Visiones extraordinarias
(2006), Luz oval (2007). Obtuvo el Premio Municipal de Poesía
en 1971 y el Premio Nacional de Literatura en 1994.
fotografía:
Wilfredo Carrizales. 2006.