L Libertad de expresión

Periodismo, medios y agenda pública

Moraima Guanipa

 

La presencia de los medios, sus productos y géneros coloca a la información en un espacio privilegiado de las dinámicas socioculturales que día a día alimentan nuestro presente. A pesar de las razonadas críticas que se le ha formulado la mediación de los MCS, es innegable que la información es un proceso que, vinculado al consumo informativo de mensajes periodísticos vía medios de comunicación, está asociado a la transmisión y preservación de la cultura misma y es factor determinante en la construcción de los valores para la democracia. De allí que sea el periodismo, como práctica social vinculada al manejo y difusión informativa, un aspecto clave en el ejercicio del derecho a la información.

No obstante, cabe indicar lo señalado por Jesús María Aguirre cuando sostiene que resulta clave distinguir entre el derecho a la información y la comunicación en el marco de la libertad de expresión para ciudadanos y periodistas, puesto que tienen pertinencias distintas: “Aquel [el de los ciudadanos] es un derecho de todos en cuanto ciudadanos que gozan de derechos políticos y sociales, y éste [el de los periodistas] está determinado a la calificación de determinados ciudadanos para rendir un servicio de carácter público a través de medios institucionalizados y bajo condiciones socialmente legitimadas” (Aguirre, 2003:60).

El derecho a la información de los ciudadanos y el de los periodistas se alimentan mutuamente y su cruce resulta esencial para la buena salud de la democracia. Coloca a la función periodística en una perspectiva crucial en cuanto a sus alcances y responsabilidades en el seno de la sociedad contemporánea, pues como señala el catedrático español José Luis Martínez Albertos:

Para que haya verdaderamente información es necesaria una doble libertad de los promotores de la opinión y la libertad de los receptores. Si falla cualquiera de estas dos libertades no estamos ante el fenómeno social de la información, sino que estamos en presencia de un fenómeno distinto, aunque parecido, llamado propaganda o relaciones públicas, según los casos. Sólo hay información cuando existe un profundo respeto a la libertad de adhesión de los receptores. Y los encargados de respetar esa libertad son tanto el Estado como los grupos sociales propietarios de la prensa, y también los mismos técnicos de a información, es decir los periodistas (Martínez Albertos, 1978:108).

El periodismo es una práctica social que en su desarrollo también sufrió y asimiló las transformaciones tecnológicas propias de la internacionalización de la información y de la expansión casi planetaria de las empresas de medios, convertidos en la actualidad en conglomerados transnacionales. En un contexto de intenso flujo informativo, donde las alzas y bajas en la bolsa de Tokio, por colocar un ejemplo, impactan de manera inmediata y dramática en otros países, esa expresión particular de la información de carácter masivo conocida como periodismo, lejos de diluirse se fortalece y expande.

La función periodística va más allá de la simple búsqueda, procesamiento y difusión de informaciones. Incluso el proceso de selección que convierte a periodistas, editores y dueños de medios en “gatekeepers” (Gomis, 1991), en guardabarreras informativos llamados a escoger determinados hechos noticiables y convertirlos en noticia, se expresa en la puesta en circulación de informaciones que alimentarán la agenda pública, el menú informativo del día a día. Esto supone una creciente responsabilidad pública toda vez que el periodismo “es una práctica investida tanto del poder que da la información como de su capacidad potencial para aportar al ejercicio de la ciudadanía. La noticia periodística comparte con la educación la función de difusión y consolidación de imaginarios, símbolos, valores y tradiciones” (Martini, 2000: 25).

Al darle difusión a unos hechos y desechar otros en atención a criterios relativos –y en ocasiones cuestionados- de noticiabilidad y relevancia social, el periodismo asume la función delegada por la sociedad, por lo que los medios ofrecen una visión del presente social convertido en informaciones que a su vez alimentan la agenda pública, en tanto señalan de qué hablar. Pero este proceso que teóricamente responde al término de “agenda setting”, también cumple una función de consenso, puesto que como ha señalado McCombs, coautor de esta proposición teórica (Leyva Muñoz, 2001), los medios también ayudan a que la sociedad construya acuerdos, en tanto promueven que las personas hablen y se pronuncien sobre los mismos temas. Esta función de búsqueda del consenso, al que alude McCombs, es un aspecto clave para toda democracia.

El periodismo y los medios sirven y orientan la esfera pública, entendida ésta como “la conjunción de influencias recíprocas entre el resto de ámbitos de la sociedad civil (política, economía, asociaciones); un espacio superpuesto a los otros y que les permite entrar en relación, haciendo viable no sólo la circulación entre ellos, sino la interpenetración y la circulación de intereses, valores y normas” (Ortega y Humanes, 2000: 52). De hecho, los medios no sólo son formadores de opinión pública sino que a su vez “son formados por la opinión pública” (Martini, 2000), lo cual implica una interrelación entre medios, ciudadanía, Estado y políticos.

Si se atiende al proceso de conformación de la llamada opinión pública, un término conceptualmente escurridizo que va más allá de los climas de opinión en ambientes electorales o de diatriba política, para constituir el corazón del ejercicio democrático del diálogo y el consenso entre los ciudadanos, se pueden anotar los elementos que de acuerdo con Rául Rivadeneira Prada la caracterizan:

a) La opinión pública es comunicación producida por el procesamiento de información que se introduce en un clima de opinión.
b) El objeto [tema] de que trata es siempre de interés grupal.
c) Necesita acceso libre a la información.
d) Tiende a producir efectos que sean visibles en los niveles de decisión y poder y no sólo en la política.
(Rivadeneira Prada, 1995: 46)

 

El proceso informativo que propician los medios no es tan lineal ni unívoco si se toma en cuenta que los ciudadanos a su vez procesan los mensajes informativos y mediáticos de maneras diversas y en distintos niveles. No obstante, también cabe advertir que los medios, al estar atravesados por la lógica mercantil y trabajar bajo estrategias de creciente espectacularización noticiosa, especialmente en los medios radioeléctricos, han transformado el escenario público “en una esfera en la que lo público se ha apropiado de la notoriedad mediática puesta al servicio de intereses privados” (Humanes y Ortega, 2000: 53).

Lo anterior resulta particularmente inquietante si se toma en cuenta que en sociedades como las latinoamericanas, la agenda pública está permeada por una crisis profunda de liderazgo político, por la pérdida de credibilidad en las instituciones públicas y en los partidos políticos y por la aparición de figuras “apolíticas” y antipartidos que alcanzan notoriedad y asumen un creciente poder incluso en instancias del Estado (Restrepo, 1995).

En medio de este clima de convulsión y cuestionamiento de la vida política y de los modelos democráticos, la función periodística corre el riesgo de derivar hacia versiones estereotipadas de la vida pública, hacia la trivialización informativa y la espectacularización. Algunos teóricos han definido este momento como propio del “infoentretenimiento”, generador de nuevas expectativas para sectores mayoritarios de la población que se caracterizan por “una escasa credibilidad en las instituciones y los partidos políticos, y se enfrentan con graves problemas en la vida cotidiana (desempleo, inseguridad y violencia)” (Martini, 2000:20). Este es un universo mediático marcado por la idea de que la información, en tanto mercancía, debe atender a las estrategias propias de la industria del entretenimiento y en dicha lógica se insertan tanto medios como periodistas y actores políticos.

No en vano, autores como Javier Dario Restrepo (1995) apelan a la urgencia de un recentramiento del periodismo como servicio público, para evitar que la actividad política degenere en mercadotecnia electoral y se le restituya al debate político la dignidad que éste debería tener en las sociedades democráticas. Para ello se requiere un nuevo tipo de relaciones entre políticos y medios de comunicación en las que prevalezca el interés público y no el poder de los medios ni los de sectores vinculados con el poder político o económico. Porque bien lo decía Antonio Pasquali: “Lo que está amenazado no son los partidos políticos sino la democracia misma. Hay que darle prioridad a la educación (enseñar a pensar)” (Pasquali, 1995: 83), puesto que según este autor, no se trata de salvar los partidos sino la dignidad política del convivir.

Para medios y periodistas, el reto es la pluralidad, recuperar la credibilidad y la independencia al servicio del interés público. Para los políticos, sería gobernar bien, una aspiración cara y lejana que garantiza la alianza entre políticos y ciudadanos (Muraro, 1997)

Por su parte, Edgar Morin apuesta a un equilibrio, una ecología entre información, medios y democracia. Con ello se garantizaría el respeto a la diversidad de ideas y el pluralismo para el ejercicio del derecho de las minorías a su propia existencia y expresión. Escribe este autor francés: “así como hay que proteger la diversidad de las especies para salvar la biosfera, hay que proteger la de las ideas y opiniones, y también la diversidad de las fuentes de información y de los medios de información (prensa y demás medios de comunicación) para salvar la vida democrática” (Morin, 2001:108).

 

El texto aquí presentado es un fragmento del texto de Guanipa que forma parte del libro Libertad de expresión. Una discusión sobre sus principios, límites e implicaciones de Andrés Cañizales, Carlos Correa, Moraima Guanipa, Yubi Cisnero. (Caracas, Los Libros de El Nacional, 2007)

 

Moraima Guanipa. (Caracas, 1961). Poeta, ensayista, periodista cultural, profesora universitaria. Egresada en Comunicación Social con Maestría en Literatura Venezolana, es docente de la Universidad Central de Venezuela. Ha publicado los poemarios Bogares (1998, Mención del Premio de Poesía 60 años de la Contraloría General de la República), La jaula de la sibila (2002) y las plaquettes Ser de agua (1997) y Voces de Sequía (1999). Es autora del texto del libro Imágenes de la Universidad Central de Venezuela (1997), así como el libro Hechura de silencio. Una aproximación al Ars Poética de Rafael Cadenas (2002), Premio Dejewara del Centro Nacional del Libro 2003. Periodista especializada en información cultural, ha trabajado en los diarios El Universal, El Globo y El Impulso, y es colaboradora en distintas publicaciones culturales del país.




fotografía: cortesía de la autora

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