Epífitas

 

Presencia de Elizabeth Schön

 

 

María Antonieta Flores

 

 

Elizabeth Schön (1921-2007) cerró su ciclo vital pero su voz queda en el eterno presente de la poesía. Su palabra es testimonio de voluntad, entrega amorosa, fe en lo humano y aspiración de trascendencia.

En su palabra jamás se revela el desarraigo, pues su identidad y su pertenencia a un ámbito concreto, se manifiesta en el color y la textura de las imágenes y en la presencia de una preocupación social que transita su poesía. Con un lenguaje poético particular y ajeno a las tendencias que predominan en nuestra poesía, a e ella le interesa insertarse, pertenecer a ese ámbito que es su país o su ciudad o su casa.

El espacio físico y los significados que encierra y ofrece, son señales de lo invisible y por ello, su poesía no se despoja totalmente de ellos.

Ha sido y es la voz de esta poeta, un intento de escuchar y penetrar otras voces y otros padeceres, para reelaborarlos en un discurso que se desprende de la multiplicidad que le da origen, pues tiende a la búsqueda de la unidad. Esto exige al lector una mirada atenta y ajena a las clasificaciones que limitan la riqueza del poema. La de ella es una voz que padece la injusticia y el sufrimiento colectivos, y en su voz están el país, el pueblo (región de la infancia) y la casa, espacios que guarecen la interioridad y le permiten desarrollarse, expandirse. Son éstos espacios vitales que, sin perder su sentido original, adquieren nuevos.

Despojada y sencilla, su palabra expresa cierto candor y, al mismo tiempo, una exigencia ética que impregna lo cotidiano y las mínimas cosas que conforman el mundo, para proyectarse al ámbito de lo esencial e inexpresable. La capacidad transformativa de su mirada la obliga a escapar del contorno de lo individual, ya que la aspiración de universalidad y el deseo de fusionarse con el Ser y el Cosmos conduce a esa inexpresabilidad de lo esencial.

Si un primer estrato se puede pensar que se está ante una poesía filosófica y abstracta, en otras capas emerge la materialidad, el humano sufrimiento, la intimidad. Se puede citar como ejemplo de este registro de pieles de cebolla, el caso de Ropaje de ceniza, poemario que surge ante el estremecido horror de los sucesos del 27 de febrero, aunque de seguro no es el único motivo que lo origina. De este referente no se percibe huella en el texto, debido a que ha sido expresado con una visión que borra lo concreto como contingencia y lo utiliza como vía para alcanzar un más allá inalcanzable.

Es esta una capacidad de transformación y descarnalización de la experiencia que está guiada por el deseo de fusión con el Absoluto, con el deseo de ese espacio -muy percibible en la vivencia poética- donde los opuestos conviven y se complementan, espacio donde las oposiciones armonizan, se serenan sin conflictos y sin negarse, y por el deseo del vínculo.

En los últimos años, su poesía y su mirada se adentran más en el territorio de lo trascendente, las imágenes de lo material remiten más a lo invisible. La viviencia poética y humana la introduce a un mundo, que siempre la ha acompañado, pero que ahora puede verbalizar como poema: el mundo de las visiones y apariciones.

Se está ante una larga y dilatada escritura, una continuidad, un discurso que se ha prolongado en el tiempo y el espacio, con sus variaciones y mudanzas, pero preso de una coherencia que sobrepasa la voluntad de la autora, como ocurre siempre con la poesía, razón que se impone al sujeto que la esgrime, la padece y la celebra. Allí está la voluntad poética: en la docilidad ante la palabra para dejar que ella vaya haciéndose y se muestre por intermedio de la poeta que es Elizabeth Schön.

 


fotografía 1: Elizabeth Schön en el patio de su casa. 1994

fotografía 2: Elizabeth Schön y María Antonieta Flores. 1994..

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