Roma: la ciudad desnuda de Jorge Eduardo Eielson

 

Rossana Miranda

 

Especial. Roma, Italia.


Cuando el sol agoniza, Roma cambia de color. El ocre de los restos del imperio se tiñe de rosa y lo moderno se mezcla con lo antiguo. En la capital italiana la heterogeneidad es una temperatura permanente. El poeta peruano Jorge Eduardo Eielson lo ha expresado a través de sus versos, pero también en una conversación con su amiga y traductora Martha Canfield, publicada junto al poemario Habitación en Roma ( Editorial Ponte Sisto, 2007), en la que sostiene que la ciudad que prevalece en su mente es la de los extremos. “Cuando llegué a Roma lo que más me emocionó fue lo extraordinario del contraste de la ciudad clásica, antigua, de la que quedan importantes visiones, y la ciudad moderna. Las dos viven y palpitan al mismo ritmo... Como la suma de todo el esplendor y toda la locura de Occidente, pero también de toda la humanidad”, aseguró el poeta. La ciudad se le presentaba como un poema sin tiempo, en ruinas, pero respirando, viva, humana. La fascinación fue total e inmediata.

Muy probablemente, esa complejidad de Roma lo ayudó a establecer la naturaleza múltiple de su espíritu creador. Eielson nació en Lima en 1924, pero Europa fue fundamental en su desarrollo artístico. Desde siempre evidenció una sensibilidad especial por la pintura, la escritura y la música. A los 21 años fue galardonado con el premio nacional de poesía de Perú por Reinos (1944) y en 1949 ganó una beca de estudios que le permitió viajar a París, donde entra en contacto directo con diferentes movimientos y colectivos de vanguardia.

Luego de vivir en Ginebra, gracias a otro financiamiento de la Unesco, Eielson llega a Roma. La aventura poética es experimental y se nutre de la efervescente relación con la ciudad. También son años sísmicos en términos sentimentales, conoce en Roma al que será su compañero de vida hasta el último respiro, su única familia, el artista sardo Michele Mulas.

En Habitación en Roma, Eielson materializa los lugares físicos reales, pasea de la mano con el lector, juega con los verbos y lo hace cómplice de la musicalidad del verso. Pero el verdadero sentido no se toca, está en otra dimensión. Como en “Poema para leer de pie en el autobús entre puerta Flaminia y el Tritone”:


puedo escribir
así
de ti
contigo
sin ti
tal vez
silbando
como quien no
quiere nada
nada nada nada nada nada nada
o llorando
o comiendo
o bebiendo
o muerto de hambre
resfriado
estornudando
gritando
criatura
que no canto
no pido
no deseo
sino un poco
de alegría
muñeco de las causas
imposibles
monstruo que el rayo ha convertido
en una sonrisa
puedo escribir así.


El poeta peruano de nacimiento, y romano de adopción, hizo una profunda reflexión del “vestirse” desde la perspectiva sociológica. Y jugaba con una analogía entre la ropa y la página escrita. Un pantalón, una camisa, un par de zapatos, son para Eielson una categoría social, un soporte en el cual el individuo inscribía su vida, su estatus, pero que no define al individuo en sí mismo. Por ello pueden ser cambiados y descartados. En la poesía escrita, decía, la distancia entre el texto y el soporte es incluso mayor. Eielson sostiene que “la poesía es lo que está más allá del soporte. Y esto nos lleva a concebir la poesía más allá del lenguaje”. No se trata de la adaptación de una corriente de pensamiento sociolingüística. Simplemente Eielson sobrepasa la palabra escrita. Como en el poema dedicado a la glamorosa y cinematográficamente famosa “Via Veneto”:


me pregunto
si verdaderamente
tengo manos
si realmente poseo
una cabeza y dos pies
y no tan sólo guantes
y zapatos y sombrero
y por qué me siento
tan puro
más puro todavía
y más próximo a la muerte
cuando me quito los guantes
el sombrero y los zapatos
como si me quitara las manos
la cabeza y los pies.


La ciudad que inspira a Eielson, y se hace presente en diversas maneras en todos los versos de Habitación en Roma, no es la urbe caótica de la actualidad. Sin embargo, en la cotidiana angustia de sus ritmos y situaciones, en el transitar de calles, plazas, puentes, fuentes, templos y estatuas que describe, como en el desordenado collage de imágenes de una instalación artística hecha de palabras, se reconoce la Roma de hoy. Una urbe que coquetea con la superficialidad y que impulsa al poeta y lector a cuestionarse y cuestionar el espacio. Sin reservas.



“Albergo del sole I”
dime
¿tú no temes a la muerte
cuando te lavas los dientes
cuando sonríes
es posible que no llores
cuando respiras
no te duele el corazón
cuando amanece?
¿en dónde está tu cuerpo
cuando comes
hacia dónde vuela todo
cuando duermes
dejando en una silla
tan sólo una camisa
un pantalón encendido
y un callejón de ceniza
de la cocina a la nada?



Roma es rosada en las tardes. Los turistas peregrinan a sus hoteles y la ciudad nocturna empieza su entrada triunfal. Un diputado encuentra un par de “damas de compañía” en Via Veneto y el hecho se convierte en un show nacional. Un grupo de jóvenes manifestantes tiñen de rojo la Fontana de Trevi porque no se invierte dinero en el cuidado de los espacios públicos y la ciudad entra en arrogante competencia con Venecia y Milán. Eielson conoció esta Roma de inicios de siglo. Murió una tarde del año pasado en la isla de Cerdeña, pero nunca se lamentó de la transformación. Sabía que Roma es así, que en la profundidad de ese aparente cinismo guarda con celo su eternidad.

 

Rossana Miranda. (Caracas, 1982). Licenciada en Comunicación Social (Universidad Central de Venezuela, UCV, 2005). Ha publicado “Trilogía de la juventud urbana”, narrativa, (Fundarte, 2004) y “Hugo Chávez. Il caudillo pop”, ensayo-biografía, (Marsilio, 2007). Es responsable de la sección Internacional de la revista mensual Formiche (www.formiche.net) y frecuenta un master en Sociología de la Comunicación en la Universidad La Sapienza de Roma. Colabora con revistas y periódicos venezolanos e italianos.



fotografía e imagen de portada: cortesía de la autora

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