1931-2008 |
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Delirio de los jueves
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Adriano González León |
Entonces comienza el extravío. Uno piensa que ha salido a caer. Las aves y los amigos no saben qué pequeño misterio nos ayuda. Sin embargo podemos adivinar las hojas lejanas que invaden el cerro. Allá iremos. Pájaros sin camino. Solamente pájaros. Y nos sabemos enredados en la neblina lejana. Mientras los funcionarios-poetas se reúnen, los antiguos fantasmas del doctor Knoche miran entre las lomas y muestran sus rostros embalsamados por las vertientes. Un círculo de colores desteñidos los acompaña. En medio de sus vendajes, ríen desde hace más de cien años y han estado corriendo su burla. Siempre tuve deseos de meterme entre los matorrales y las serpientes. Estas tienen un nombre que aterra y vuela. Por lucir rayas, las llaman tigras-mariposas. Excelsa imaginación que conjuga la voracidad con la elegancia angélica. Dicen que su veneno es corrosivo como el infierno pero también voraz como los cielos. Es preferible pensar que se arrastran tranquilamente con su pedazo de nube. Alguna vez caen las lluvias y se agazapan en las piedras para evitar el asalto de los gavilanes. Sin embargo el cerro es mudo, impreciso, lejano. Alexander von Humboldt dijo que en los días limpios y luminosos podía verse desde allí el majestuoso río Orinoco...No olviden que Alexander von Humboldt también era poeta. ¿Quien podía no serlo ante aquella elocuencia de las nubes? ¿Quién no podría transformarse con aquellas llanuras desparramadas hacia el frente y ese inmenso mar tendido a las espaldas con toda su eternidad a cuestas? La ventana que mira a lo lejos (siempre las ventanas miran aunque uno cierre los ojos) es una eterna proyección de deseos y fabrica todas las fantasmagorías que se le ocurren. Poseer una ventana siempre resulta un encantamiento. Nos libera de la miseria ciudadana, esta locura que todos los días siempre es un escándalo de motores, abundantes discursos televisivos cargados de estupidez y repeticiones, ignara insolencia acumuladora durante ocho años...Cuando uno está solo y corre los cristales, el cerro es una promesa de resplandores y de adivinaciones. Adviertan entonces el ejercicio celeste. Las apariciones
pueden surgir, en forma alada y esa bandada de pájaros insolentes
significa una posible resurrección.
publicado en su columna "Duende y Espejo" en El Nacional (Caracas), 24 de mayo de 2007, p. Nación/13
El cerro a que se refiere es El Ávila, montaña
que domina el paisaje y el imaginario caraqueño. El Dr. Knoche
vivió en El Ávila, dícese de él que era
taxidermista para unos; para otros, embalsamador. En torno a Knoche,
devenido en leyenda urbana, se constelan una serie de fantasías
vinculadas al romanticismo, a lo gótico y a lo nocturno.
(n.e.)
Adriano González León. (Valera, Edo. Trujillo, 1931- Caracas, 2008). Obra publicada: Las hogueras más altas (1959), Asfalto-infierno (1962), Hombre que daba sed (1967), País Portátil (1968, Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral 1968), Damas (1979, 2007), De ramas y secretos (1980,1999), Linaje de árboles (1988), Del rayo y de la lluvia (1991), El libro de las escrituras (1992), Viejo (1995), Hueso de mis huesos (1997), Todos los cuentos más uno (1998), Viento blanco (2001), Cosas sueltas y secretas (2007). Premio Municipal de Literatura 1957 y Premio Nacional de Literatura 1980. Poeta invitado al XV Festival Internacional de Poesía de Bogotá (2007). Una pequeña selección de Huesos de mis huesos puede ubicarse en el cautivo n. 15 (septiembre 2005). |