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Gonzalo Márquez Cristo |
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RESTITUCIONES Pretendo que todo lo perdido se convierta en poema. Las heridas como los huracanes tienen nombre. Y aunque ignoro por qué a mi alrededor nacen los abismos, desde el origen fui mancillado por la felicidad, por su cima inclemente. Las invasoras restas del recuerdo. La pugna de la raíz. La antigüedad del silencio... No pongo flores en el cementerio del sueño, pero continúo a pesar de todas las arenas movedizas del espíritu. La culpa que no te deja partir es el amor. Y ahora la niebla, la lluvia, la ausencia... El desequilibrio llamado belleza, la terrible orfandad de lo sagrado, la rosa ígnea que me guía en la desesperación... Sé que el camino terminará por encontrarme. Como todo lo que se hace visible para morir.
DESCENSO A LA LUZ La noche es mi regreso. Transito el museo de la ausencia. Todo sufrimiento es inútil para quien no persigue la poesía, para quien no alimenta con sus ojos a las águilas. Ejercito la sed. Amo tan sólo a quienes no pude salvar. Ya no existe una oscuridad que guíe nuestros sueños ni los fantasmas del deseo inconcluso; sólo el abyecto intercambio que ha remplazado al rito. Ya no busco, pierdo... Y ni siquiera encuentro lugar en el asombro. No puedo olvidar más. Ni pretendo saber las tres respuestas ocultas por la muerte. Aquí nadie carece del odio necesario para recobrar el paraíso, ni confiesa su ruda caída en el día. Debo ser sombra o grito. Retorno o nacimiento. Cada origen decretará la abolición del yo. Es entonces cuando la respiración será verde. Y aunque todo se lo deba al dolor... Avanzo: caigo. Elijo los caminos que no tienen final. Las voces que incendian las tinieblas. El poema. Tú lo sabes, cuerpo estremecido: No es en el tiempo donde he puesto mis palabras.
ESCAPE DE LAS SOMBRAS Antaño los muertos regresaban. Hoy vivimos en un mundo de espectros que a nadie atemorizan esperando una tormenta que lave nuestros sueños. Los más precarios ídolos controlan el terror. Aunque pájaros de piedra me buscan no soy de los que cierran los ojos para sobrevivir. La luna escribe la noche. ¿Desde cuándo escucho la estrepitosa caída de un glaciar dentro de mí? Vino la guerra y permaneció entre nosotros. Conocimos su imaginería atroz y se hizo necesario perdonar al tiempo, a su furor compartido... Cultivamos la luz del grito, la flor de la ironía. El escape de los signos. No voy a hablar de quienes eligieron el peligro de la indiferencia o del silencio. Tampoco quiero que el dolor pueda salvarme. Portando la palabra será imposible recobrar el paraíso, lo sabemos, pero buscamos el olvido de la escritura. Hay quienes persiguen un destierro en dios, un asilo en los ocasos. El fuego descendente, el granizar de la ausencia. Pero a mí sólo me han signado las estancias del horror. La voz del viento. El patético vuelo circular. La historia del sollozo... Y no es posible renunciar cuando el primer pensamiento tuvo la forma de un venablo. Ninguna confesión es inocente. Sabemos que la oscuridad nos hará libres. Que el porvenir es un crimen. Que tendremos que guiarnos con las nubes. Que hasta aquí hemos traído a nuestros ojos inermes... Sabemos cómo oficiar lo invisible y que el rocío conoce el drama de la aurora. Vigilo todo lo que muere. Decido ser. Encomiendo al poeta la protección del instante.
LAS PALABRAS PERDIDAS Alguien descifra la escritura de la lluvia y sin embargo no puede escapar. Un alud de imágenes nos extravía la palabra; acudimos al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, pero sabemos que nece-sitamos de la guerra para ser inocentes. Todo lo ha ofrendado la ceniza. Desde que desterramos a la noche desa-parecieron las más profundas alianzas y nuestros perseguidores pueden encontrarnos. Una herida siempre recuerda la vida, todo nacimiento procede de su túnel. Un árbol arde en nuestros ojos de agua. La verdad –es decir lo prohibido–, impone su reino de terror... y hemos decidido habitarlo con las manos entrelazadas. Creímos que la poesía nos enseñaría a morir... Persistimos... Con frecuencia hacemos la extraña sonrisa del miedo. Si huimos, la soledad convertirá a alguien en víctima. Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada invisible. A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento. Y cuando todos duermen escribimos... Pero un poema es el fósil de un sueño, el cadáver de un dios... ¿Aún podremos salvarnos?
OFICIO DE OLVIDO Una mujer se besa en el espejo, se oculta con su alma, el agua es su soledad. Un niño escondido en un armario intenta morir. Las lágrimas de un hombre caen en su taza de café. Una adolescente con el índice detiene la manecilla del reloj y se estremece. En el viento hay un mensaje que no comprenderemos. Tu sombra se rebela. Nos preparamos para huir de todo lo que amamos. Quien no parta será olvidado. El viento dialoga con el fuego. Espero mi voz. Viajar también es lo contrario a la muerte. Mientras la semilla engañe al pájaro no estaremos perdidos. Nos amaremos en otros rostros. Nadie se oculta en la memoria. ¿Vendrá alguien a enterrar nuestros nombres?
Gonzalo Márquez Cristo.
(Bogotá, 1963). Ha publicado dos ediciones del poemario Apocalipsis
de la rosa (1988, 1990), la novela Ritual de títeres (1992, ganadora
de Beca Colcultura en 1990), El Tempestario y otros relatos (1998), La
palabra liberada (2001, 2005, 2007), Liberación del origen (antología,
2003), Oscuro Nacimiento (2005, Primera Mención concurso nacional
José Manuel Arango). Obtuvo en 2007, el Premio Internacional de
Ensayo Maurice Blanchot con su trabajo “La pregunta del origen”.
Varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés, francés,
árabe, italiano, portugués, braille. Uno de los fundadores
de la revista cultural Común Presencia (reconocida con Beca Colcultura
a mejor publicación cultural del país, 1992), de la cual
es su director. Creador y coordinador de la colección internacional
de literatura Los Conjurados. También, fundador y asesor editorial
del semanario virtual Con-Fabulación.
fotografía: Carlos Duque. Cortesía del autor. |