Crónica

 

Profesoras de liceo

 

 

Arturo Almandoz

 

 

A Maruja y Virginia Almandoz Ramos,
in memoriam


1. Como mis tías Maruja y Virginia, muchas de ellas habían inmigrado de la provincia a la capital venezolana en la tercera década del siglo XX, cuando la dictadura de Gómez permitió ciertos aires de cambio. Clausuradas ya sus casonas lorquianas en Cumaná o Barcelona, en El Sombrero o Barinas, habían llegado a Caracas con las misias y doñas que presidían sus familias distinguidas, aunque muchas mermadas en posición económica. Bajo la celosa tutela de hermanos y parientes ya establecidos en la capital, algunos de ellos estudiando para doctores, abogados o ingenieros, como correspondía a los varones, las muchachas de aquellas familias que se avecinaron en modestas casas y parroquias del Centro se formaron con ahínco y disciplina en el patronato San José de Tarbes y en los liceos Caracas o Andrés Bello, en el silencioso recato de aquellos años férreos y austeros; sabían que, para ayudar a sus hogares y honrar sus apellidos, ya no bastaba ni quedarse para vestir santos, ni tampoco ser casaderas y conseguir un buen partido.

Con su formación de normalistas y docentes, ellas lucharon por conseguir un lugar en el mundo, como lo refiriera Picón Salas al recordar el laborioso surgimiento de la clase media venezolana a finales del gomecismo. Ya en el ciclo democrático que diera a luz el Instituto Pedagógico de Caracas, especializaron y diversificaron su formación universitaria en arte y literatura, en historia y geografía, en inglés e idiomas modernos; optaron incluso por áridas ciencias como matemática, química y física, o por campos tan abstrusos como la filosofía, tradicionalmente reservado a sesudos doctores como Arcaya y Vallenilla. Y como para completar un cosmopolitismo que ya habían adquirido sin salir de aquella Venezuela todavía modesta y pacata de los cuarenta, en las aulas del Pedagógico, como también en las nuevas facultades de la Central y otras universidades, se cruzaron con los jóvenes profesionales que venían del fascismo y del nazismo rampantes en aquella Europa que las jóvenes profesoras de liceo veneraban por su formación humanística.


2. Más quizás que sus colegas de primaria, cuya formación y emolumento no les permitió en general ganar roles profesionales tan destacados, las profesoras y profesores de educación media pronto se asociaron al progresismo y la secularización de la renovación democrática en la Venezuela post-gomecista. Con sus copetes y postizos a lo Bette Davis y sus camiseros entallados al estilo de Katharine Hepburn, modelando a diario ese estilo funcionarial que retrataría Elisa Lerner en sus mujeres teatrales y cinematográficas, presididas por la Rebeca de Hitchcock, las profesoras de liceo, entre femeninas y austeras, pero sobre todo competentes y muy en consonancia con la profesionalización que lideraban, desde los cuarenta supieron adueñarse de las aulas luminosas de la Experimental Venezuela y de otras escuelas inauguradas por López Contreras y Medina Angarita.

Años más tarde, ya con la experiencia y el reconocimiento profesional, vinieron las promociones a cargos directivos en la unidad educativa Gran Colombia, en los liceos Fermín Toro y Carlos Soublette, entre otros planteles modernos de aquel país que, todo él, parecía un laboratorio de modernidad dictatorial. Era el tiempo de los lentes picudos y los peinados abombados, de las faldas acampanadas que se abrían desde los corpiños de avispa: entre pabellones de Villanueva y relieves de Narváez, con diseños de Cipriano Domínguez y murales de Armando Barrios, las profesoras estrenaban bibliotecas repletas y flamantes laboratorios de idiomas, química o biología, donde sus voces predicaban a diario las lecciones humanísticas o científicas ante la inquieta muchachada en uniforme. Como celebración totalitaria de un régimen que no afectaba empero a los planteles, aquellos rutilantes y disciplinados años sólo parecían ensombrecerse con la forzada asistencia a las Semanas de la Patria que, al menos mis tías, encontraban chauvinistas y rocambolescas.


3. Trajinando entre La Consolación y el María Auxiliadora, entre el América y el Moral y Luces, la alternancia con horas docentes en colegios privados, tanto religiosos como laicos, permitía ingresos adicionales que redundaron en más confort e inusitados lujos para las profesoras y sus familias. Como ocurría con buena parte de la clase media de aquella Venezuela que, según el eminente profesor Rostow, acababa de despegar a comienzos de los sesenta, se alcanzó el poder adquisitivo para comprar una vivienda más moderna y el primer carro, los electrodomésticos y los cuadros, los cuales ya no eran patrimonio exclusivo de las mansiones linajudas donde una que otra vez dieran clases particulares las profesoras. Con aquel fuerte bolívar petrolero, apenas devaluado por Betancourt a 4,30 por dólar, fue entonces posible para las profesoras visitar, como nunca lo hicieran sus padres, aquella Europa empobrecida todavía, de la que tanto hablaban empero en sus clases de arte, historia o literatura. No sólo buscaron durante la travesía primeriza los polémicos ensayos de Beauvoir y Malraux, las ilustradas historias de Pijoan y Gombrich que tanto les ayudarían en sus clases, sino que por supuesto visitaron también, en una suerte de examen de sus propios conocimientos, las galerías y los museos, las piazze y los bulevares, los Botticelli y los Rubens que Uslar Pietri comentara con tanta elocuencia en las emisiones televisadas de Valores humanos. Porque, más que educadores fundadores como Gallegos y Prieto, más que docentes consumados como Picón y Mijares, acaso don Arturo fue el gran mentor audiovisual de aquella legión de profesores y amigos invisibles de la Venezuela en desarrollo.

Los cursos de mejoramiento profesional, sin excluir becas para estudiar en portentosas ciudades de los Estados Unidos, les hicieron ampliar referencias y mejorar el nivel socio-económico, al tiempo que les permitieron migrar allende el centro caraqueño. Sin olvidar las austeras lecciones de los años provincianos y de estudio, pudieron entonces las profesoras mudarse a cómodos apartamentos o incluso quintas de las urbanizaciones del este, de La Florida a Sebucán, más cerca de nuevos institutos experimentales como el Santiago de León o El Peñón, adonde atendieran el llamado de veteranas como Luisa Elena Vegas o Belén Sanjuán. En esos institutos continuaron las profesoras y profesores su acendrado magisterio, después de que se hubieron jubilado a finales de los setenta.


4. El retiro temprano fue acaso reacción ante la penetración de la subversión y el deterioro en aquellos pulcros y entrañables liceos de los cuarenta y cincuenta; era como un trasunto de la Venezuela que, en vez de alcanzar la madurez económica, según los pronósticos de los especialistas del desarrollo, parecía ahora extraviada entre el consumismo y la corrupción. Se anunciaba la debacle en los valores a través de una generación de profesionales que las profesoras habían ayudado a formar; porque algunos de aquellos muchachos y muchachas de otrora parecían haberse mareado con el exceso de güisqui, carros y dinero de la Venezuela saudita. Y como epítome de aquel malestar nacional que confundía la riqueza con el desarrollo y progreso fundamentales, mis tías siempre terminaban lamentando el deterioro y vandalismo que asolaban aquellos formidables liceos de marras, incrustados en un Centro que acechaba ahora sucio e inseguro, infestado de buhoneros y fritangas.

Sin haber accedido a la fortuna antes del Viernes Negro, ya para finales de los ochenta parte de esa clase media que las profesoras habían liderado y engrosado con la instrucción de profesionales, comenzaba a depauperarse y migrar a los sectores informales; vendría la tristeza de ver a los otrora alumnos convertidos en mercachifles o subempleados, mientras otros medraban como nuevo-ricos o corruptos ministriles. Peor aún, en el ocaso de sus vidas tuvieron que presenciar la persecución política en el país rojo y polarizado, de la que fueron víctima muchos de aquellos que las profesoras habían ayudado a formar; esa persecución que, sobre todo después del paro petrolero de 2003, no permitió que los profesionales de oposición encontraran trabajo en su propio país. Era como una regresión al ostracismo gomecista que ellas creían definitivamente erradicado de la Venezuela moderna; era una aciaga sorpresa que les había deparado la historia del país, un revés anacrónico que, hasta la muerte, ellas sufrieron como madres, mujeres y parientes, pero sobre todo como profesoras.

Porque esa formación y especialización que ellas habían impartido a lo largo de sus vidas era el mecanismo que debería conducir al desarrollo de cualquier sociedad moderna; esa fue la prédica que las profesoras habían escuchado de los críticos del gomecismo desde su llegada a Caracas en los treinta, propalada después en las aulas del Pedagógico, así como en los discursos de Gallegos y Andrés Eloy. Y ahora, al final de sus vidas y al inicio de un nuevo siglo, el nepotismo y la prebenda aparecían de nuevo en la Venezuela roja, encubiertos bajo una sedicente revolución cuya educación proselitista era liderada por Vasconcelos bisoños y serviles.

 

Caracas, marzo 2008



Arturo Almandoz, PhD, Post-doc. Profesor Titular, departamento de Planificación Urbana, Universidad Simón Bolívar (USB). Además de 38 artículos en revistas especializadas y 14 contribuciones en obras colectivas, es autor de 8 libros que han obtenido premios de la USB y el Municipal de Literatura (1998, 2004) en diferentes menciones investigativas, así como nacionales e internacionales. Destacan Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997; 2006), Premio de Teoría y Crítica, IX Bienal Nacional de Arquitectura, 1998; La ciudad en el imaginario venezolano, I (2002) y II (2004), premio compartido de Teoría y Crítica de Arquitectura y Urbanismo, XIV Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito, 2004. Editor de Planning Latin America’s Capital Cities, 1850-1950 (2002), Most Innovative Book Award 2004 sobre urbanismo español y latinoamericano, International Planning History Society (IPHS). El profesor Almandoz ha sido ponente o conferencista en más de 80 eventos nacionales e internacionales, habiendo publicado más de 50 colaboraciones divulgativas en prensa y revistas especializadas. Nivel 4 del Programa de Promoción del Investigador (PPI) desde 2007.

 

 


fotografía:Tonina de Narváez. El Silencio. Colección del autor
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