Crónica |
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Arturo Almandoz |
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A Maruja y Virginia Almandoz Ramos,
Con su formación de normalistas y docentes, ellas lucharon por conseguir un lugar en el mundo, como lo refiriera Picón Salas al recordar el laborioso surgimiento de la clase media venezolana a finales del gomecismo. Ya en el ciclo democrático que diera a luz el Instituto Pedagógico de Caracas, especializaron y diversificaron su formación universitaria en arte y literatura, en historia y geografía, en inglés e idiomas modernos; optaron incluso por áridas ciencias como matemática, química y física, o por campos tan abstrusos como la filosofía, tradicionalmente reservado a sesudos doctores como Arcaya y Vallenilla. Y como para completar un cosmopolitismo que ya habían adquirido sin salir de aquella Venezuela todavía modesta y pacata de los cuarenta, en las aulas del Pedagógico, como también en las nuevas facultades de la Central y otras universidades, se cruzaron con los jóvenes profesionales que venían del fascismo y del nazismo rampantes en aquella Europa que las jóvenes profesoras de liceo veneraban por su formación humanística.
Años más tarde, ya con la experiencia y el reconocimiento profesional, vinieron las promociones a cargos directivos en la unidad educativa Gran Colombia, en los liceos Fermín Toro y Carlos Soublette, entre otros planteles modernos de aquel país que, todo él, parecía un laboratorio de modernidad dictatorial. Era el tiempo de los lentes picudos y los peinados abombados, de las faldas acampanadas que se abrían desde los corpiños de avispa: entre pabellones de Villanueva y relieves de Narváez, con diseños de Cipriano Domínguez y murales de Armando Barrios, las profesoras estrenaban bibliotecas repletas y flamantes laboratorios de idiomas, química o biología, donde sus voces predicaban a diario las lecciones humanísticas o científicas ante la inquieta muchachada en uniforme. Como celebración totalitaria de un régimen que no afectaba empero a los planteles, aquellos rutilantes y disciplinados años sólo parecían ensombrecerse con la forzada asistencia a las Semanas de la Patria que, al menos mis tías, encontraban chauvinistas y rocambolescas.
Los cursos de mejoramiento profesional, sin excluir becas para estudiar en portentosas ciudades de los Estados Unidos, les hicieron ampliar referencias y mejorar el nivel socio-económico, al tiempo que les permitieron migrar allende el centro caraqueño. Sin olvidar las austeras lecciones de los años provincianos y de estudio, pudieron entonces las profesoras mudarse a cómodos apartamentos o incluso quintas de las urbanizaciones del este, de La Florida a Sebucán, más cerca de nuevos institutos experimentales como el Santiago de León o El Peñón, adonde atendieran el llamado de veteranas como Luisa Elena Vegas o Belén Sanjuán. En esos institutos continuaron las profesoras y profesores su acendrado magisterio, después de que se hubieron jubilado a finales de los setenta.
Sin haber accedido a la fortuna antes del Viernes Negro, ya para finales de los ochenta parte de esa clase media que las profesoras habían liderado y engrosado con la instrucción de profesionales, comenzaba a depauperarse y migrar a los sectores informales; vendría la tristeza de ver a los otrora alumnos convertidos en mercachifles o subempleados, mientras otros medraban como nuevo-ricos o corruptos ministriles. Peor aún, en el ocaso de sus vidas tuvieron que presenciar la persecución política en el país rojo y polarizado, de la que fueron víctima muchos de aquellos que las profesoras habían ayudado a formar; esa persecución que, sobre todo después del paro petrolero de 2003, no permitió que los profesionales de oposición encontraran trabajo en su propio país. Era como una regresión al ostracismo gomecista que ellas creían definitivamente erradicado de la Venezuela moderna; era una aciaga sorpresa que les había deparado la historia del país, un revés anacrónico que, hasta la muerte, ellas sufrieron como madres, mujeres y parientes, pero sobre todo como profesoras. Porque esa formación y especialización que ellas habían impartido a lo largo de sus vidas era el mecanismo que debería conducir al desarrollo de cualquier sociedad moderna; esa fue la prédica que las profesoras habían escuchado de los críticos del gomecismo desde su llegada a Caracas en los treinta, propalada después en las aulas del Pedagógico, así como en los discursos de Gallegos y Andrés Eloy. Y ahora, al final de sus vidas y al inicio de un nuevo siglo, el nepotismo y la prebenda aparecían de nuevo en la Venezuela roja, encubiertos bajo una sedicente revolución cuya educación proselitista era liderada por Vasconcelos bisoños y serviles.
Caracas, marzo 2008
Arturo Almandoz, PhD, Post-doc. Profesor Titular, departamento de Planificación Urbana, Universidad Simón Bolívar (USB). Además de 38 artículos en revistas especializadas y 14 contribuciones en obras colectivas, es autor de 8 libros que han obtenido premios de la USB y el Municipal de Literatura (1998, 2004) en diferentes menciones investigativas, así como nacionales e internacionales. Destacan Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997; 2006), Premio de Teoría y Crítica, IX Bienal Nacional de Arquitectura, 1998; La ciudad en el imaginario venezolano, I (2002) y II (2004), premio compartido de Teoría y Crítica de Arquitectura y Urbanismo, XIV Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito, 2004. Editor de Planning Latin America’s Capital Cities, 1850-1950 (2002), Most Innovative Book Award 2004 sobre urbanismo español y latinoamericano, International Planning History Society (IPHS). El profesor Almandoz ha sido ponente o conferencista en más de 80 eventos nacionales e internacionales, habiendo publicado más de 50 colaboraciones divulgativas en prensa y revistas especializadas. Nivel 4 del Programa de Promoción del Investigador (PPI) desde 2007.
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