Final provisorio
Ya yo fui Eugenio Montejo,
poeta sin río con un nombre sin equis,
atormentado transeúnte
en esta ciudad llena de autos.
El silencio de las cosas azules
que se desprenden en esferas nítidas
tomó el lugar de mis palabras.
Ya dibujé todas las nubes de mi espejo
en un mapa de muerte y deseo,
tuve dos, tres amores,
amé la noche de sus cuerpos,
oscureciéndome en cada mujer
detrás del sueño inalcanzable de sus astros.
Ya yo fui Eugenio Montejo,
el falso mago de bosques invisibles
que convertía en vocales verdes
la densa luz de mis árboles amigos.
Volveré a serlo un día, alguna vez, quién sabe…
Ahora deambulo contemplando las piedras
que se amontonan en altos edificios
zambullido en su atónito paisaje.
¡Qué más da! Los muros nos tapian el mundo
y el viento corre ya tan lejos
que cada palabra en esta hora
es sólo un roto papagayo
esperando un milagro final para elevarse.
De Trópico absoluto, 1982
Manoa
No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.
Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
Y el hervor del silencio en los pantanos,
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.
Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.
Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.
A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.
De Trópico absoluto, 1982
Poeta expósito
Me dejaron solo a la puerta del mundo,
poeta expósito cantándome a mí mismo,
un día de otoño, hace ya mucho tiempo.
De un golpe seco me arrancaron a la nada,
tronchado de raíz,
con dos ojos abiertos y un grito,
el hondo grito de quien soñó ser pájaro
y no trajo las alas para el vuelo.
Me fui rodeando del misterio terrestre
donde aún no sé si vivo o sueño,
si al fin la muerte vendrá en un torbellino
que me arroje mañana ante otra puerta.
No adivino mi origen, mi futuro,
aunque por sangre soy fiel a las palabras
y puedo jurar que cuando escribo
proviene como yo de algo muy lejos.
Poeta expósito, errando a la intemperie,
mi único padre es el deseo
y mi madre la angustia del huérfano en la tierra.
De Trópico absoluto, 1982
Práctica del mundo
Escribe claro, Dios no tiene anteojos.
No traduzcas tu música profunda
a números y claves,
las palabras nacen por el tacto.
El mar que ves corre delante de sus olas,
¿para qué has de alcanzarlo?
Escúchalo en el coro de las palmas.
Lo que es visible en la flor, en la mujer,
reposa en lo invisible,
lo que gira en los astros quiere detenerse.
Prefiere tu silencio y déjate rodar,
la teoría de la piedra es la más práctica.
Relata el sueño de tu vida
con las lentas vocales de las nubes
que van y vienen dibujando el mundo
sin añadir ni una línea más de sombra
a su misterio natural.
De Trópico absoluto, 1982
Un rayo
La vejez de la carne es la peor máscara
que los dioses nos tejen.
Con invisible estambre y rueca fría,
con su nocturna aguja irrefutable,
sin percatarnos, casi de puntillas,
voz y cuerpo nos cambian.
Sólo el azar de algún milagro –si
lo otorgan-
puede que alguna vez, fuera del tiempo,
en la región donde la rosa es más efímera,
un joven cuerpo de mujer se tienda
y nos abrace,
como abraza el amor,
mucho más hondo que la muerte…
Entonces, tras la máscara,
nuestra marchita carne se reaviva
y vuelve un rayo a iluminarnos
que dura apenas lo que dura un rayo.
De Papiros amorosos, 2003
Anillo
Un solo amor puede salvarlo todo,
lo que se fue, lo que ha partido y ya no vuelve,
los naufragios que emergen del olvido
y nos persiguen al fondo de algún sueño,
las pérdidas que en cada sombra nos acechan
con dados negros, esquivos a la suerte,
la llama que hizo noche en nuestras manos,
la angustia, el sufrimiento, los sollozos,
los oscuros Titanics de la sangre,
lo que nació para no ser y fue un instante
y el grito azul que era disfraz de la quimera…
Todo el furor, el polvo y la derrota
con un amor, un solo amor, pronto se salvan:
un solo amor puede salvarlo todo.
De Papiros amorosos, 2003
Visible e invisible
(In memoriam T.T.)
No ha muerto. Cambió de ruta el tiempo
que pasaba a su lado.
El permanece donde lo vimos siempre
en lentas charlas al hilo de esas horas
que ya se han vuelto espacio.
Tal vez seamos nosotros los ausentes,
los que quedamos de este lado del eclipse
aislados por la nieve del camino.
Nadie estará seguro aquí de nada,
salvo del enigma.
No ha muerto. Sus pasos sólo se han corrido
de lo visible a lo invisible.
Jamás quiso mudar. Fue el tiempo
quien de repente va por otro cauce
y la nieve caída desde entonces
entre los ojos y el paisaje.
Pero allí donde sueña,
en esa orilla que ya no tiene río,
sabe que en otro sol volveremos a vernos
bajo el sereno silencio de los árboles.
Ya de eso hemos hablado.
De Adiós al siglo XX, 1997
Eugenio Montejo.(Caracas
1938-Valencia, Venezuela, 2008). Poeta y ensayista. Diplomático,
abogado. Ha publicado los poemarios Élegos (1967), Muerte
y memoria (1972), Algunas palabras (1976), Terredad
(1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo
(1986), Adiós al siglo XX (1997), Partitura de la
cigarra (1999), Papiros amorosos (2002), Fábula
del escriba (2006), Terredad de todo (2007) aparte de
varias antologías de su obra poética. En ensayo, La
ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983). Bajo
heterónimos, El cuaderno de Blas Coll (1981), Guitarra
del horizonte (1992), El hacha de seda (1996), Chamario
(2003). Premio Nacional de Literatura 1998, Premio Internacional
de Poesía y Ensayo Octavio Paz 2004, Doctorado Honoris Causa
otorgado por la Universidad de los Andes (Mérida, Venezuela,
2007).
En los números 3-4, 10 y
13 de el cautivo, se puede encontrar material sobre
Eugenio Montejo.