Crónica |
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Arturo Almandoz |
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A Margarita Ojeda Ramírez,
Acaso todos esos rasgos – la falta de genealogía, el extrañamiento familiar y el eventual alejamiento - siempre me han incomodado e inquietado, porque creo que no explican la ligazón de las criadas a la familia venezolana del siglo XX. Primeramente porque, como en otras partes del Nuevo Mundo, muchas de las otrora esclavas, desde su manumisión en el siglo XIX, siguieron involucradas por voluntad propia con sus familias adoptivas, de las que con frecuencia llevaran el apellido. De Gone with the wind a las novelas de Amado y Donoso, esa estirpe de criadas entrañables recorre desde las oligárquicas mansiones de plantación hasta las solariegas casonas burguesas, trayendo siempre su sabrosa ristra de memoria campesina y sabiduría popular. Así también las criadas llegadas a la casa venezolana hasta mediados del siglo XX, bien fuera en provincia o en la capital, provinieron de la inmigración rural. A diferencia del trato instrumental y contractual que caracterizaría a las que después conoceríamos como sirvientas y cachifas – venezolanismo que apareció hacia los ochenta, del cual nunca gusté, pero que creo denotaba la extranjería de las que arribaban de las islas caribeñas o los países andinos – aquellas primeras criadas venezolanas se integraron, crecieron y se urbanizaron con las familias receptoras, acompañándolas en su trashumancia a través de pueblos y ciudades, de apartamentos y quintas.
Si aquellas habían sido las criadas de las misias y las doñas de entre siglos, hubo otra generación de muchachas del interior, traídas directamente a las casas y apartamentos urbanos de las doñitas como mamá y mis tías. Llegaron hasta los cincuenta y sesenta con las marchantes que, con intenciones no siempre claras o desinteresadas – como después tampoco tendrían las sedicentes agencias de servicio doméstico - intermediaron con empobrecidas familias campesinas del Táchira y Trujillo, del Guárico y Margarita, casi siempre regiones y estados excluidos de los circuitos productivos de la revolución petrolera. Tenían esas muchachas una genealogía propia, no necesariamente humilde pero sí venida a menos, llegando algunas veces hermanas o primas a viajar juntas, para ser colocadas en casas vecinas o emparentadas. Pero carecían casi todas de los hábitos urbanos, los cuales adquirieron con sus familias de crianza. Con sus nuevos parientes vieron en las nerviosas pantallas blanquinegras el show de Renny al mediodía, seguido de Bonanza, Lassie y otras series norteamericanas por las tardes. Con las doñitas y sus proles, que respectivamente devinieron sus putativas madres y hermanos urbanos, visitaron las muchachas por vez primera los estilizados palacios de cine de la Caracas de los sesenta, desde el art-déco del Radio City al Hollywood a lo Mendelsohn. Una vez replegadas las cortinas de terciopelo y apagadas las luces incrustadas en aquellas sirenas de estuco que bordeaban las plateas, contemplaban boquiabiertas las imperiales falanges de hercúleos centuriones y esclavos que, muy a lo Cecil B. de Mille, parecían salirse de las pantallas. Distraídas por bromas de la muchachada y las desconocidas golosinas de la Savoy, eran tramas que a veces no lograban entender, pero que no dejaban de impresionarlas por los contrastes del tecnicolor o el sonido estéreo recién llegado. Charlton Heston en Los diez mandamientos y Ben-hur, o la Taylor en Cleopatra, eran tan gigantes como las muchachas nunca habían imaginado en los modestos cines de sus pueblos.
Aquellas muchachas del interior son acaso las últimas advocaciones citadinas de la Mamachía de Armas Alfonzo, que sacralizaba la casona del Unare vistiendo con retazos las imágenes en las hornacinas y los altares en Semana Santa, mientras atesoraba en sus petacas y baúles los recuerdos de todos los niños y niñas que criara. Como salidas de También los hombres son ciudades, esas muchachas que han envejecido con nosotros son las que siguieron los pasos de Chama, la criada y ahijada merideña que se niega a abandonar a la familia en su mudanza a la capital, en aquel 1936 pletórico de cambios en Venezuela. No es casual que el personaje de Trejo, probablemente más real que novelado, conociera y pregonara, mejor que los dueños mismos, las historias y anécdotas asociadas a los muebles y los enseres, a los cachivaches y los corotos de cada rincón de la casa; por ennoblecerlos con recuerdos y significados, se niega, con majadera sabiduría, a desprenderse de ellos. Por fortuna, las más de las muchachas y ahijadas del interior siguieron sacralizando el habitar de la familia urbana en los años por venir, como lo hicieran Mamachía y Chama en la provincia venezolana hasta los treinta y cuarenta. Porque todas ellas, como Margarita en nuestra casa, prolongaron el antiguo sentido de la cosa – y no el objeto - que espejea al mundo, como lo advirtiera el segundo Heidegger inspirado en Hölderlin y Rilke; también ellas mantendrían los veneros que permiten distinguir las dimensiones y los tiempos, los parajes y los lugares del habitar. Por ello, en la casa desolada en medio de la Caracas roja, sólo la otrora muchacha sabe ahora qué rincones convienen más a las matas de sol y de sombra, en secreta herencia de la madre putativa; sólo ella ubica el oxidado machete que reclama a veces el jardinero, para podar las ramas de la acacia ya sesentona, como ella misma, como la quinta de la familia que la acogiera a su llegada del interior.
marzo-abril 2008
Arturo Almandoz, PhD, Post-doc. Profesor Titular, departamento de Planificación Urbana, Universidad Simón Bolívar (USB). Además de 38 artículos en revistas especializadas y 14 contribuciones en obras colectivas, es autor de 8 libros que han obtenido premios de la USB y el Municipal de Literatura (1998, 2004) en diferentes menciones investigativas, así como nacionales e internacionales. Destacan Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997; 2006), Premio de Teoría y Crítica, IX Bienal Nacional de Arquitectura, 1998; La ciudad en el imaginario venezolano, I (2002) y II (2004), premio compartido de Teoría y Crítica de Arquitectura y Urbanismo, XIV Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito, 2004. Editor de Planning Latin America’s Capital Cities, 1850-1950 (2002), Most Innovative Book Award 2004 sobre urbanismo español y latinoamericano, International Planning History Society (IPHS). El profesor Almandoz ha sido ponente o conferencista en más de 80 eventos nacionales e internacionales, habiendo publicado más de 50 colaboraciones divulgativas en prensa y revistas especializadas. Nivel 4 del Programa de Promoción del Investigador (PPI) desde 2007.
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