XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá

 

Bogotá 2008: viaje a través de un poema

Jorge Gustavo Portella

 

Lo primero que me sorprendió al llegar a Bogotá fue la extensión de su territorio, lo geométrico, lo sembrado. Cierto parecido con Ciudad de México. Los llamativos campos de galpones que eran depósitos para todo lo que necesitaba la ciudad y que ocupan gradualmente el espacio de los sembradíos. Una ciudad que crece continuamente a causa de nuestra pobreza tan americana, a causa de la violencia ejercida por los grupos armados. Así la primera idea: el cambio; y la segunda llegaría al día siguiente, cuando al inaugurar el Festival de Poesía de Bogotá en un lentísimo pero muy agradable “Tren de la poesía” con destino en Zipaquirá para conocer la impresionante Catedral de Sal ubicada en un pequeño municipio que seguramente desaparecerá en el organismo de una Bogotá que no va a parar de crecer. Leer poemas en el tren, alguna breve entrevista para televisión en sus pasillos. Unos aguardientes y la fascinación de ver lugares nuevos, que parecen habernos esperado desde siempre.

Que la tierra era plana
y no la confundían suburbios
o complejos industriales
que la gente era plana en América
y se desnudaba
a medio camino entre el ridículo y la turbación

Pero a pesar de la belleza de algunos sitios de la ciudad, la pobreza, el frío del desamparo y el olvido aparecen cada cierto tiempo a la vista. La mismísima estación con sus cadáveres férreos guardaba un estado de abandono muy propio de nosotros, los americanos. Lo cual siempre me hace dudar de la labor de todo aquel que en este mundo escribe, aunque me reconforto con la idea de saber que es en el lenguaje donde se puede realizar el cambio de las estructuras sociales, donde debe iniciarse.

pero los villanos aprendieron a temer su humo de llegar
con algo nuevo
sólo la gente dulce les extraña
pero no pasa nada
quizás un verde silencio
pero la gente pisa su antiguo celacanto
como pasan por la poesía
creyendo que detrás de todo no hubo nada
agujas de reloj andenes escaleras
un oficio de mínimo sueldo

El hotel, situado en el centro de Bogotá, estaba muy bien atendido, es de agradecerse el carácter del colombiano, tan cercano y amable, algo que se extraña en Caracas. Hoteles, aeropuertos, estaciones de tren o metro, son espacios temporales propicios para la soledad, así que no suelo viajar solo, mi pareja siempre será quien coopere y me apoye en la ardua tarea de hacer visible aquello que en los últimos diez años intento edificar. Quien me acompañe en los pasillos de hotel donde quizás se pasee la sombra de algún minotauro.

la que limpia llega
seca
triste
como un canto antiguo
de despedidas

Entre lecturas y la hermosa confrontación de los poetas –sobre todo los mexicanos a quienes estaba dedicado el Festival– conocí a Lizalde, el mismo que presidió el jurado del Premio Octavio Paz entregado a nuestro infinito Montejo, que hablaba muy bien de mí y mi Compendio… tanto en su programa de radio en México como a todos los participantes del Festival; Morábito tan sencillo y afable y su dulce mujer, el indescifrable Efraín Bartolomé y su simpática mujer; algún uruguayo; un pintor y escritor colombiano de quien me llevaría alguna obra; y hasta un venezolano: Ernesto Román –que tenemos un pequeño país con inmensas barreras, con nichos-. Leer en bibliotecas, centros culturales, en la Casa de Poesía Silva, en librerías y en el Chorro de Quevedo –donde se dice se fundó Bogotá-. Hablar de influencias y decoros, de Octavio Paz y nuestra tradición, que hay gente que cree que sólo se enfrenta a sus fantasmas cuando escribe, y se olvida de Homero, Borges, Sánchez Peláez y de todo espíritu colectivo. Pero apenas al salir: cruzarse en la calle con un adolescente borracho, que roben a un poeta, que cierren un colegio; y uno de nuevo se pregunta tantas cosas acerca de nuestro pasado y cómo pudimos haber sido mejores.

que a tanta democracia le faltan votos
y le sobran trenes
por eso les van eliminando
hasta que queden suficientes
para poder manejarlos

Es necesario nombrar y agradecer a Rafael Del Castillo, Federico Díaz Granados y el grupo de jóvenes que les apoyaban en la organización del evento, a las instituciones. Pero a pesar de ellos y de que uno hace contactos, cierra algún libro, esquiva alguna celebración para finalizar una novela y a media noche –con la hermosa mujer a su costado– se sigue haciendo las terribles preguntas, ¿sirve de algo tanta poesía?, ¿un poema evita una muerte, frena una bala?, ¿la poesía puede detener una ciudad? O somos sólo sujetos que nos resistimos tercamente a desaparecer –como cualquier otro– entre tanta modernidad, tanta violencia.

se pierde la memoria
los derrumbes
y los niños que mueren prematuros
son un signo
en el ansioso espacio de las autopistas.


Caracas, junio 2008

Envío:

(agonía de los trenes de América Latina)

Que la tierra era plana
y no la confundían suburbios
o complejos industriales
que la gente era plana en América
y se desnudaba
a medio camino entre el ridículo y la turbación

pero los villanos aprendieron a temer su humo de llegar
con algo nuevo
sólo la gente dulce les extraña
pero no pasa nada
quizás un verde silencio
pero la gente pisa su antiguo celacanto
como pasan por la poesía
creyendo que detrás de todo no hubo nada
agujas de reloj andenes escaleras
un oficio de mínimo sueldo

la que limpia llega
seca
triste
como un canto antiguo
de despedidas
en un lugar donde el amor se parece a los trenes
inicia su jornada cambiando la ropa de cama
donde destaca alguna mancha
del temor de las noches
y aquella soledad que gira lentamente su cabeza
limpia con un olor que es casi suyo
y al salir intenta una mueca
poco más

se desconoce porqué yacen los tractores
ignoras las faenas del campo
las mujeres que lavan en los ríos
y se repiten al subir al avión
“elegir nuestros amos no nos hace menos”
que a tanta democracia le faltan votos
y le sobran trenes
por eso les van eliminando
hasta que queden suficientes
para poder manejarlos

suenan turbulentas las campanas del teléfono

y la gente se seca en viejas estaciones
donde ruge el silencio con sus feroces dientes
que aguardan tras la tibia sonrisa

se pierde la memoria
los derrumbes
y los niños que mueren prematuros
son un signo
en el ansioso espacio de las autopistas.

 

 

Jorge Gustavo Portella. (Lima, Perú 1973). Radicado en Venezuela desde la inancia. Licenciado en Ciencias Sociales y Especialista en Publicidad egresado de la UCAB, donde actualmente cursa la maestría en Historia de Las Américas. Tiene publicados: Sin intención de oficio, (2000), Ciudad sur (2002), Resquicios (2002), En tercera persona (2005), Sin hábitos de pertenencia (2005), No repitas mi nombre (2005), Compendio de Historia Natural (2006 y Sevilla, 2007), En tercera persona (2006). Ganó el III Premio Letra Erecta de Novela erótica 2005, con La Diosa es un pretexto (Alfadil, 2005), A corto plazo. Antología.(Miami, 2007) Fue finalista en el Concurso de Novela Teresa de la Parra, (Alcaldía Mayor, 2002); ganó el Premio Nacional de Poesía “Centenario del Maestro Prieto” (2002) con el poemario ciudad sur; ganó el Premio Nacional de Poesía Tomás Alfaro Calatrava del Conac (1999) con el poemario cruel; recibió el Primer premio en el Segundo Concurso Interuniversitario de Poesía de “Vox Novula” (Julio 1999) con el poemario cómplice del cual había sido finalista en su primera edición (Julio 1998) con el poemario íntimo.

 

fotografías: cortesía del autor. Home: Día de la inauguración en la Catedral de Sal. En esta página: el poeta, extremo derecho, leyendo. En el centro de la mesa, Federico Díaz-Granados.

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