Ya no tengo ángel de la guarda

(selección de poemas)

 

Miguel Ángel Zapata

 

Ya no tengo ángel de la guarda

Ya no tengo ángel de la guarda. Un día inesperado se perdió en la llanura buscando la plenitud y el reposo. A pesar de todo, el movimiento del cielo no cesa todavía. Sigo caminando por el bosque con los ojos abiertos, y a veces siento en el aire una breve eternidad. Pienso que mi ángel de la guarda - por ese inmenso cariño por las islas - está de custodio de las profundidades del mar, que después de todo, es la otra cara del cielo. Sé que no está en el monte Nebo contemplando el tiempo que vendrá. Mi ángel tenía una larga cabellera negra y sus ojos te seguían por todas partes. Cuando iba de paseo en mi bicicleta su cabello era una llamarada de fuego negro que llamaba la atención en todo el vecindario. Nadie la podía ver, excepto mi perro que agachaba la cabeza cuando volaba por encima de los geranios. Ya no tengo ángel de la guarda. Ahora camino solitario por las oscuras calles de los pinos y presiento que alguien todavía me vigila.






 

Mi caballo se ha quedado sin estrellas

Mi caballo se ha quedado sin estrellas. En la noche ya no levanta la cabeza para leer el firmamento ni tampoco corre libremente sin temer el desfiladero. Por primera vez ha sentido el vacío que otorga la tinta a los olvidados, y galopa con el hocico babeante por la enramada. Mi caballo ya no relincha como antes, el amor le ha carcomido la mente y los nervios. Su pelaje vuela con el viento mientras pasta bajo el sol o camina entre la niebla de la ciudad, y espera y espera el regreso del gran fuego para que lentamente lo depure.

 






Mi perro observa

Parece que finalmente llegará la lluvia: mi perro observa atento como van llegando las nubes gordas por detrás de los cerros. Escribo con las patas de mi perro penetrando la arena del árbol más grande del jardín. Cuando la lluvia llega hay una mezcla de alegría y tristeza, algo que no se puede explicar con palabras. De pronto cambia el tono del paisaje, las astillas de la luna se clavan en la ventana que da a la sala, el árbol alumbra el patio sin hojas, y los geranios cambian el color del cielo. El cielo rojo envejece con las nubes y mi perro le saca la lengua a los pájaros muertos.






 

Camino a Logroño

Salgo a la estación del autobús. El cielo extrañamente gris baja con el vaho a la ciudad. La noche anterior me había acostado temprano como nunca, y no creí más en las supersticiones. Desnudo volví a pedir ante la sombra un poco de sosiego para mi alma agotada y perdida. Toda la noche el perro de Goya había estado lamiéndome los brazos, desesperado lloraba por su amo que salía de un pozo vestido de negro. El perro no podía ladrar de la pena, y me miraba con ojos lánguidos y movía ligeramente la cola. Es que el mundo es un pozo, me decía, y estamos aquí para velar por el alma de nuestros amos. Y me repetía: veo en tus ojos que tu alma es como la mía, pero no tienes cola. Claro, le dije, pero en casa tengo un pequeño perro que vuela con un ángel desconocido por el vecindario. Mi ángel decidió abandonarme por un tiempo pero a veces lo veo en los ojos de mi perro.
Y ahora que voy por los campos verdes de Soria, veo decenas de ovejas pastando con algunos perros felices que esperan la lluvia de mayo con esmero. Nunca vi cerdos tan alegres regodeándose bajo el sol. Las vacas cruzaban sin prisa los arroyos, y miraban de reojo a los perros mientras rumiaban de contento. Al perro de Goya le hubiese gustado estar aquí entre este celeste cielo y estas nubes que tocan las colinas. Mientras observo el paisaje pienso en la distancia del tiempo y aquellos que quieren quemar tus sueños. Quería bajarme del autobús y correr por estos campos, y quedarme a escribir las primeras señales. Me esperan en Logroño, pensé: la lluvia y el cielo de Logroño, la vid y las flores de Berceo. Vuelve a llover. Y de repente regresa el olor de los pinos, la neblina que los enciende con los pájaros, y vuelvo a ver el mar que por aquí no viene sino del cielo, con su forma de manifestar su presencia en mi cabeza. Escribo en el cementerio con los mausoleos que alumbran a la rubia que corre bajo el agua. Sus prendas interiores vuelan por el aire de estos valles, golpean la ventana del autobús.
Otra vaca hermosa bebe agua del arroyo: su único pasatiempo es mirar el agua y azotar a los insectos que viven en su enorme lomo. Sus orejas me escuchan hablar solo en el autobús.




Miguel Angel Zapata (Perú, ). Poeta y ensayista. Entre sus libros de poesía más recientes destacan: Los muslos sobre la grama (Buenos Aires, 2005), A Sparrow in the House of Seven Patios (versión bilingüe) (Nueva York, 2005), Cuervos (Puebla-México, 2003), El cielo que me escribe (Lima, 2005-México, 2002), Escribir bajo el polvo (Lima 2000), y Lumbre de la letra (Lima (1997). También ha publicado: El Hacedor y las palabras. Diálogos con Poetas de América Latina (FCE, 2005), La pirámide y el signo. Literatura y Cultura de México, Siglos XX-XXI (Nueva York, 2004), Luces de la memoria. Diálogos con Isaac Goldemberg (Caracas, 2003), Moradas de la voz. Notas sobre la poesía latinoamericana contemporánea (Lima, 2002), Nueva poesía latinoamericana (UNAM, 1999). Es Premio Latino de Literatura 2003 que otorga el Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York, y Premio José María de Hostos de ensayo 2004. Catedrático de literatura latinoamericana en Hofstra University, Long Island, Nueva York, desde donde dirige, Hofstra Hispanic Review- Revista de Literaturas Hispánicas.

fotografía: www.primerfestivalpaisimaginario.blogspot.com

 

Home