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Alberto Hernández |
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I
Una lectura, una carrera en línea curva sobre el poema. Se trata de un intento, el mismo de salir airoso del follaje, de los animales que tanto abundan en el ramaje de mi ventana, por donde el mundo entra a pedazos y estaciona sus pecados y viajes sobre la página 30 de Rasgos comunes (Monte Ávila Editores, Colección Altazor, Caracas, 1975), donde "Trayectoria" retorna, luego que el polvo hiciera su labor por largos meses en el anaquel de los poetas sobrios, los sombríos, los luminosos, los borrachos, los viejos (labrados en Aire sobre aire), los a diario resucitados, los amados, los que no tienen lugar donde dejar el olvido. El poema respira sin ayuda. Es un diafragma, un músculo
que ataja el ojo y lo vacía, Juan Sánchez Peláez
se deja ir, con una respiración agitada: "Cuando os veo
vacas verticales y sagradas, os veo vacas / próvidas, os veo
de cerca saltonas en las veredas, hembras / para el macho con aquellas
ubres, dando tumbos vuestro / blanco licor, fuente de Adán en
nuestros paraísos, // cuando os veo y la luna llora también
como un camino / abierto de frente a vuestros ojos, // cuando con excesos
de vida os derramáis, cuando estáis / oblicuas, rectas,
agachadas, bien dispuestas, // bellas a boca de jarro que inquieren
a nuestro alrededor // no las nubes de Kioto // no los techos de París
// ni sólo viajes // velas o el mar oceánico // y que
nos padecen y divagan por nosotros // y así nosotros por ellas
en tanto que amantes // jirones de tierra en la duración". ¿Qué hacen esas vacas en medio de un poema? Sagradas, verticales, próvidas. Juan Sánchez Peláez las ve, no las inventa, no las crea. Son vacas verdaderas, verdaderamente surrealistas, nacionales, por lo que tienen de ubres y huidizas, orejanas. Las vacas de Juan son las vacas de sus ojos, las de sus ojos de búho, como decía Gerbasi. Pero nada, también son astros que giran alrededor de la mirada de quien las descubre con las telas llenas de licor, borrachas desde abajo. Por eso los ojos de las vacas de Sánchez Peláez son oblicuas, rectas y agachadas. Y como así son ellas, aunque tenga semovientes de ese tipo en su patio o en un poema, que no el poema mismo, curvo, sorpresivo, imaginario, mareante por lo que tiene de continuo el golpe del mar contra la costa de sus palabras. Como lo escribe Juan Gustavo Cobo Borda, "entre
el derroche y la privación; entre el fulgor de ciertas imágenes
y el carácter indigente de su labor, logra que la realidad se
oculte y se revele a la vez". Luz y sombra, atarrillamiento de
algún animal de costumbre bajo un árbol desnudo.
Así es esta lectura, un poco vaca, un poco desparpajo. Surrealista
por rebelde, por estar contra el totalitarismo de la estupidez, contra
la dictadura del cinismo más barato. Que lo digan las vacas,
que son tan amigas de ser verdaderas, aunque sean sólo una imagen
de texto, reflejo de mirada en un verso. En sus "Signos primarios", segunda parte de Rasgos comunes, Juan Sánchez abre la posibilidad de descubrirse en la soledad de la casa. "Entre tu imagen y el horizonte, águila en el hombro de ningún centinela, ella se deja estar". Cierto, detrás está el mundo, el que ha dejado el poeta con su muerte o, mejor, con su silenciosa retirada "Indócil en ocasiones a tu amor...". Más adelante, entre el polvo del tránsito eterno, el poeta suelta: "De nadie es mi sombra. Tuyo y de nadie es el camino / abierto. // De nadie es mi luz: se encorva en mis bolsillos como una / sombra más, la nada es común del girasol". Como leo bajo la lluvia y mi árbol personal cae cimbrado sobre la ventana, tengo al poeta preso en la nostalgia, en la causa de su lejanía. Lo leo en voz alta para la sordera del mundo: "Nadie me ve estos ojos, los desesperados ojos como cosas / escritas en sueño. Nadie me ve sentado en una silla de oro / tocando el universo simplemente con la marea que roza / labio a labio mientras afino mi flauta con la ley de los / pájaros". Uno de ellos se acerca, estride mi mañana, la
rompe, me quita la mañana, se desquita para acercarse a Juan
Liscano: "Tienes nombre propio si excavas dentro de ti y rechazas
/ el miedo a morir y aceptas el verbo que / conduce al silencio...".
Alberto Hernández (Calabozo, Guárico, 1952). Poeta, narrador, periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay, realizó estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar, en Literatura Latinoamericana. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Se desempeña como secretario de redacción del diario El Periodiquito (Maracay, estado Aragua). Ha publicado los poemarios: La mofa del musgo (1980), Amazonía (1981), Última instancia (1985), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Nortes (1991), Intentos y el exilio (1996), Bestias de superficie (1998), Poética del desatino (2001), En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (2001), Tierra de la que soy (2002), Nortes/ Norths (2002), El poema de la ciudad (2003). Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés y al árabe. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio Juan Beroes por toda su obra literaria. Ha representado a su país en diferentes eventos literariosen California, Estados Unidos; Pamplona, Colombia; México.
fotografía: http://jsanchezpelaez.blogspot.com/ |