Prólogo de Paños menores (fragmento)

 

Llovió toda su infancia

Sergio Mondragón

 

Libro que se articula sobre las "menudencias" de la vida del poeta y de su familia, como él las vio para luego recortarlas, seleccionarlas y fijarlas en el daguerrotipo del deseo, la imaginación y la escritura, Paños menores encuentra su filiación lingüística y visual, su modernidad prosódica en Macedonio Fernández y Oliverio Girondo; el modelo de su temple literario en su iniciador al nadaísmo ("el movimiento más negativamente luminoso en la época más oscura del planeta"), Gonzalo Arango; y el tono de la conversación que sostiene con su lector, en el poeta y teólogo de la liberación Ernesto Cardenal; aunque también, desde luego, en la habilidad para contar e inventar de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, obra cuyos reflejos iluminan aquí y allá diversas estancias y hechos de Paños menores. Aunque quizá fuera más justo decir que es Colombia la que íntegramente rezuma y respira en ambas obras. Como en Macondo, en este libro llueve copiosamente, llueve durante toda la infancia de Arbeláez. Así lo dice en heptasílabo, mientras descorre para nosotros la cortina de su vida: Llovió toda mi infancia. Pero en la página anterior, en una especie de epígrafe que podría ser suscrito por cualquier latinoamericano, se pregunta: ¿De parte de cuál de mis antepasados me pondré contra cuáles? Y habla en sentido amplio, desde la conciencia que equilibra culturalmente los diversos orígenes con nuestras realidades internas y externas: ¿...con los antepasados que entraron a sangre y fuego en América conquistando y arrasando o con los que se defendieron con los dientes de esta invasión de bárbaros? Verdadera declaración de principios que es el llamado de atención de un poeta que pone el dedo en la llaga de un asunto increíblemente actuante en el presente, no por ancestral menos moderno, no por tradicional menos contemporáneo, no por ignorado o negado menos real: ese deseo irracional de ser otros y no éstos que somos, y la incomprensión de lo que nuestro mestizaje significa hoy en este tercer mundo de pobreza, explotación, éxodo y discriminación.

A partir de esta develación de la herida el poeta canta y cuenta un cuento rajado por la ironía, lo que hace sonreír y arranca de este mundo el lenguaje y el sentido para inscribirlos en el nivel profundo de la ensoñación y el deseo, es decir, en aquel estrato donde moran el amor filial, el humor, la querencia de la tierra, la humanidad de unas vidas cotidianas con olor a gente, a calle, a cuarto, a palabras y acciones cruzadas, emprendidas juntos, los mismos hechos de siempre pero sin enajenación porque los ha transfigurado el amor, la lealtad y la imaginación poética. Un cuento brotado de la diaria realidad, sí, pero sobre todo de la desgarradura de la conciencia de saber que "este mundo no rueda hacia la felicidad", al mismo tiempo que saberse alguien apto para el oficio de poeta, por más que el personaje que escribe se oculte a veces tras una indolencia que a la postre resulta ser un recurso literario (nací para la indiferencia, para el ocioso sol, para los sueños. Sólo las piernas del amor, sólo las copas de la risa), un pretendido cansancio que es a cada paso desmentido por el contento de su existencia y la eficacia de su escritura, a la que alude de este modo: ...el poema rezuma de mis heridas. Parvos eran mis años cuando recibí entre las cejas esta flecha encendida, para con estos atributos "describir" el mundo en que nace y, antes, el de sus padres, siempre con irreverencia y afectividad y afirmando valores como el amor a la familia, la gracia, la mirada poética: Abuela peinaba una trenza blanca que le daba hasta el lejano nacimiento de la nalga / no tenía un solo diente en todo su cuerpo / y gustaba comernos a sus nietos los duraznos de las mejillas con sus encías. O este otro versículo, modelo envidiable de construcción de una vida reconciliada con los otros: Todas las gentes que conozco —comenzando por aquellas con quienes vivo— no tienen sino amor para darme. El discurrir conversacional le sirve una vez más para afirmar los poderes que el poeta empuña con toda su fe y su fuerza frente al mundo: la noche, el día, el viento, el cobijo de la intemperie: no hay agua más dulce que la bebida del sombrero / ni sueño más despierto que debajo de un árbol en la tormenta... Y a su padre sastre, ya fallecido, este epitafio emanado del "Kaddish" arquetípico: Tú me diste las primeras puntadas de mi amor por la poesía / brindo por ti con un dedal de vino.

Paños menores es la invitación a la vida, a la sonrisa de gratitud, al abrazo fraterno, a la carcajada de liberación que Arbeláez nos extiende. Una autobiografía de la herencia, el amor a la familia, la poesía vivida como una fisiología, inspiración respirada a la manera de Marcel Proust: Lo más grande que recuerdo de mi infancia es la mesa de sastrería / de mi padre que ocupaba tres cuartos del comedor... / entre rollos de paño que tenían un olor que aún perdura en las fosas de mi memoria...

Y como esta "nada" es para siempre, porque nada es para siempre, veamos mientras tanto ondear con placer estos Paños menores en los que el poeta ha volcado todo su dilema existencial, que es el mismo que desde hace ya más de un siglo ha vulnerado a la poesía moderna: el acercamiento al borrarse del sentido, a la pérdida de significación, entidades que Jotamario diestramente bordea auxiliado con los instrumentos de la ironía:

¿Cómo encontrar palabras que digan algo que no es algo?

 

Este es la sección final del prólogo titulado "Paños menores, o la ropa limpia se asolea en los tendederos a la vista de todos", subtitulada "Llovió toda su infancia" (Paños menores. Jotamario Arbeláez. México: Alforja/ Difocur/ Conaculta / Fonca. pp. 11-13).

 

Sergio Mondragón. (México, 1935). Poeta. Fue editor de El corno emplumado, mítica revista mexicana. Autor de poemarios como: Yo soy el otro (1964), El aprendiz de brujo y otros poemas (1986), Poemas encendidos (1999), Poesía reunida. 1965-2005. (2006)

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