Mi aroma de lumbre

(selección de poemas)

Elizabeth Schön

 

Se escribe con la limpidez de la hierba,
con el movimiento del tallo,
y el desprendimiento de la hoja
cayendo hacia la tierra.
Se escribe como si la corriente
siguiera siempre allí,
junto a las riberas
y las copas
y las reses libres,
que se internan
y llegan al punto
del que constantemente se está partiendo.
Se escribe con el estruendo diario
del agua desmoronándose
sobre los peñascos,
y el perfil nítido
del rayo atravesando los ramajes.
Se escribe para que el vocablo
no permanezca desterrado,
desarraigado de los mil ejes
que atan al río íntimo,
particular,
mientras alguien
recupera su derecho,
y en otro la oscuridad lo desvincula,
le rompe la clara cercanía de la brisa
hacia el amor más cierto.


...

Se escribe con ribetes de sol,
reminiscencias errabundas,
presencias de entrañas,
soplos de desiertos,
restos de dinosaurios.
Se escribe con la embestida
de las cosechas de los hombres,
ciudades,
campos,
y con la luz y la sombra
yendo de una orilla
hacia otra orilla.


....


Una palabra es el grano,
la mazorca,
la espadaña,
el alero,
el amor desde donde se mira
lo inmenso, y se percibe
como si yo, la palabra,
la reflejada en el zumo,
la oblicua,
por sobre el cero,
más allá de la corteza
y el confín anterior,
fuera un cuerpo más
entre los cuerpos de los espacios,
y la que a veces, está apartada,
alejada de la voz,
por la ausencia
de los lechos que profundizan,
de las arenas serenamente esplendentes,
o porque la timidez
impidió prolongar
el largo cauce hacia el sol.

....

Mas pocos conocen
que precisamente soy yo,
la palabra,
la que une los perfiles,
los presentimientos;
la que conduce al centro
de lo impronunciable,
de lo fijo en el cúmulo
que llevará hacia la red única.

....

Y quizás también sea yo,
junto con cordilleras,
montañas, océanos, caseríos, siembras,
la que permanece cerca de los manantiales
para que la carga de las aguas pase,
se deslice, no se detenga,
y puedan enlazarse los rayos frescos,
violentos,
convulsos, acariciantes,
del siglo en los siglos, para los siglos.

....

Estoy en cada visión,
en cada pupila,
en cada latido,
y estoy en el celaje
presta a alcanzar el otro extremo,
y a partir en la otra nube,
y arribar al otro límite
donde tierra y mar se unen
en una apretada raya
que circula conmigo por los aires,
montes,
alturas,
como si ella y yo
fuésemos una sola y misma cosa.


*


Pienso en el día
en que los hombres de los edificios,
de los cometas,
de la lógica
y la cibernética,
me sientan,
más aún,
me tomen en piedra lisa,
sin centro,
sin interioridad,
que no gira,
no irrumpe y no es capaz
de acercarse al rojo e inducirlo,
y darle la mano a lo lejano
y azuzar la hoguera, el mentón,
y ensartar lo estable del paraje
con la savia de innata movilidad.
Pero,
¡qué sorpresa recibirían los hombres
si conocieran cuántas faces
y cuántos trajes poseo!

....

Mi equipaje lo componen
miles de baúles,
con arpas,
pinzas,
ilusiones,
y un puñal para los matorrales
enmarañados, impenetrables.


*


En los mercados me atengo
a las mil vestimentas
y fases que me arrogo:
la del río,
del tallo,
de la arija,
del cabestro, el rastrillo,
y la fragancia de la raíz.
En ese conglomerado no me agito,
no me muevo,
con la sequedad y la argucia
con las que me sienten
ciertos comensales
al brindar con la copa y saludar.


*

Si me percibo bosque intrincado,
ampuloso,
quizás sea porque
me desprendieron del espacio despejado,
libre del alma
y se alimentan de mi prodigalidad,
como de un hilo sólo útil de anudar,
torcer,
deformar,
y provocar arcos,
como el de hacer un gusano,
un becerro,
que no es gusano,
becerro,
rosa ni agua destilando.

*


Lo desnudo me lo ajusto
si sé que se me mira
y se me escoge con la
precisa exactitud de un telescopio
del que nada se puede evadir.

*


Si me llevan
y me impulsan a lo nuevo,
permanezco quieta, calma,
esperando.
Desde ese instante me parece
que me están anestesiando,
cortándome la piel,
colocándome pinzas,
cosiéndome suturas,
para luego dormir y despertar
como si por primera vez
acudiera a la voz.


*


En la cárcel estoy
con el prisionero,
el de la rapiña
que no cesa de hundir
sus puntas desgarrantes,
porque él sólo se nutrió
de trabas cortantes,
filosas,
punzantes.
Cree en mí como en una estopa
buena para borrar la mancha
o rajar la tabla,
la lata,
el arma.
También me acata,
mas sólo de vez en cuando,
como siendo un garabato
al que con apenas echarle greda,
barro,
o tinte,
desaparece instantáneamente.
Y lo penoso es que
a veces, no me busca,
no me siente como algo
suyo,
propio,
que nunca lo abandonará.
No me escucha
ni asimila mi pulsación,
mi profunda aguja.
En esos momentos le soy casi
como ese resplandor del sol
que jamás llega
al centro más hondo de la tierra.
En los hospicios
permanecen los que casi no me recuerdan,
los que llevan consigo
hoscas neblinas,
precipicios solitarios de aristas,
rudezas indomables de fieras y peces.
Creen que el mundo se marchó,
dejándoles sólo manadas escombrosas,
virulentos ataques de lava tapizando.
Y más aún,
se imagina el mundo retirándose
con el mar y las nubes
y los árboles y las aguas
hacia otros lados más nubes, aguas,
hacia otras latitudes
más mares, árboles ... ¡amor!
Pero lo asombroso es que ellos piensan
yo también me alejé
como dando a entender
que de muy poco se sirve en una Tierra
en donde se atiende como si todos
careciésemos de cuerpo,
cabeza,
pie,
voz,
y un corazón que contiene
en su esfera de círculo amorosamente
combatiente, la faz, la mirada,
el pálpito ajenos,
junto con los propios,
la hora, el segundo, el año ...
En el aire soy aire,
aire de mar,
felpa, brizna,
que marcha hacia allá,
hacia acá,
hasta que entra
en la blancura de la vértebra
y sale de nuevo
trayendo consigo el crisantemo
que nunca se contempló
en las puertas de los pasos.

....

Y en la plaza soy
lo que requiere de mí
el que grita,
conversa,
exige,
calumnia,
como también lo encorvado
en el escalón resquebrajado
y en los pinos apuntando
hacia el macizo ausente.

....

En la herida,
callo...
Una herida es lo que
separa dos márgenes
por las que jamás
se desbordó agua alguna.


*


Gozo,
disfruto,
si sobre un banco,
cualquiera coloca su mano,
como si en ese momento
lo hiciera por primera vez,
y sintiera que si dice: ¡sol!
no hallará otro a quien indicar
ni a quien dirigirse.

....

Cada cosa me contiene libremente,
plenamente,
como un aire que siempre dentro,
se escapa sólo cuando la corriente
brota, llegando a la ría más amplia.
Así soy.
Y así soy de suave,
dócil,
precisa,
presta.
Así soy de blanco,
azul,
llena de mí misma,
y es como afirmar:
esencia de lo que tú y él,
y el otro y otros y todos los de la tierra,
y el mar,
y el mamut,
me han nombrado,
me nombran entre sorpresas,
desvanecimientos,
destierros,
y esas estepas íntimas, nuestras,
encalladas en el horcón blanquecino
de la primera y única mansión.


*

Prefiero que la golondrina siga,
pueden creer que sólo contengo ese rostro,
y el del lago.
Pero esto ocurre sólo
si me colocan sus alas,
sus tríos,
por ausencias de otros,
o de lo que jamás se ha visto ni oído.
En esos segundos alados,
respiro el ascenso del desvelo.
Paladeo la golondrina.
La vivo y la abandono.
Sé que la construye el aluvión
de una mirada que retiene
en la piedra de su cofre,
las arenas sobre las que
silbó el navío
y se enterró la primera avalancha.

*

Si no hay voz que me acoja,
el lagarto de los montes,
sea el agresivo, o el amoroso,
no asoma y se pierde,
se borra el vínculo de mi silueta
con el conflicto de alguien
que aspira y ama
lo ancho de mis dimensiones,
lo corpulento de mis miembros,
cuando ellos se esparcen en soporte
de la devoción y la fidelidad
hacia lo veraz de mi persistente envoltura.


*


Subo por la avenida.
Entonces comprendo
lo difícil de discernir
una cosa de otra cosa
y más si se amontonan
y se aglomeran,
como lo hacen las hojas
en las plazas y calles abandonadas.

....

Entro a la habitación.
Allí me ensarto a la mirada inerte,
de una mujer que contempla
como si nunca hubiese recibido aire,
contacto, y desconociera
las curvas de los cerros,
el desprendimiento incesante de los días,
el ágil levantamiento de la mano
hacia lo propio irradiando
en otra pupila, o atardecer imaginario.
Fuera se contempla una lluvia gris,
interminable;
no permite hablar,
ni sujetar la constancia del sol,
y menos deja buscar
otra faz tersa,
volátil,
decidida a volcar su amarillosa piel,
su nave de filo triple,
audaz,
móvil.

....

la habitación tiene la tristeza
porque el fuego ha desaparecido;
pero entra la claridad.
La mujer recupera la voz y
como si la tierra me halara
por la agitación de la voz al pronunciar,
me descubro entrando en la lluvia gris,
de azul y nudo,
con la espina acabada de arrancar.

....

Tengo conmigo todas las casas:
la abierta,
la cerrada,
la que deja ver el sol,
la luna,
el viento,
y hasta aquel recuerdo
de umbría aparición.
Y están la ventana,
la puerta.
Hoy entra la pordiosera
y se acuesta.
Le coloco en la frente
el primer gajo con el que conocí la sombra,
la claridad,
y descubrí en el mar,
la cajita donde guarecerme.
Escucho un ruido
de piedras cayendo unas sobre otras.
Puede ser un viajero
que me lleva consigo.
Carga un asta
y una guía, por confusión
de los límites mezclados en su memoria.

....

Continúa el estrépito del viento
contra los ventanales.
Y yo, que nada pierdo,
y no enfrento la negrura
como lo imposible
ni en negación contraria
a lo exterior y cálido,
aprehendo el soplido de unos
a la espera de otros,
como si todos pudieran saltar
ese inabarcable zanjón
puesto siempre ante el ideal,
el ímpetu,
mas sometidos imperceptiblemente
al golpe y por oposición.


*


Toco a la puerta.
Abre la anciana.
Le pregunto,
mas no sabe responder.
Sólo vive del pañuelo
alrededor del cuello,
del anillo hallado
en el silencio de sus espacios,
y de esa algarabía en la que se confunden
la madrugada con el imperativo de llegar
igual que cualquier,
a la casa,
al lecho.

....

Y toco la ventana.
Nadie abre.
Un hilo de sangre baja
a través de la transparencia
.


 





Elizabeth Schön
. (Caracas, 1921-2007). Poeta, dramaturga y ensayista. Ha publicado los poemarios: La gruta venidera (1953), En el allá disparado desde ningún comienzo (1962), El abuelo, la cesta y el mar (1965), La cisterna insondable (1971), Mi aroma de lumbre (1972), Casi un país (1972), Es oir la vertiente (1973), Incesante aparecer (1977), Encendido esparcimiento (1981), Del antiguo labrador (1983), Concavidad de horizontes (1986), Árbol del oscuro acercamiento (1992), Ropaje de ceniza (1993), Aún el que no llega (1993), Campo de resurrección (1994), La flor, el barco, el alma (1995), Antología poética (1998), Del río hondo aquí (2000), Ráfagas del establo (2002), Las coronas secretas de los cielos (2004), Visiones extraordinarias (2006), Luz oval (2007). En ensayo: Apariciones y La granja bella de la casa (2003). Obtuvo el Premio Municipal de Poesía en 1971 y el Premio Nacional de Literatura en 1994.

Nació el 30 de noviembre. Este año habría cumplido 87 años.

En Números anteriores de el cautivo se pueden ubicar colaboraciones de la poeta.

 



fotografía: Hernández D'Jesus. tomada del programa de la Semana de Caracas, 2003. Casa de la Poesía Pérez Bonalde.

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