Epífitas
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María Antonieta Flores |
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Poesía de la ausencia, busca encontrarse en el ocultamiento, en el abandono, en la distancia que impone el recato. Y, "siempre alejándose y siempre llegando", busca el olvido como única vía para el hallazgo. Así, bajo los impulsos imperativos de un decir que se expresa desde la ajenitud y la soledad, surge la voz poética de Pedro Francisco Lizardo (1920-2001). Voz nunca vinculada a grupos o movimientos literarios, su obra se hace en solitario. La poesía puede ser un movimiento hacia un algo inalcanzable, un tránsito que persigue al poema como manifestación de "la íntima unidad", la unidad esencial. Es concepción antigua sobre la palabra poética como revelación. Si desde esa perspectiva, la poesía es recobrar, ¿no requiere que primero acaezca el olvido? Blanchot en El diálogo inconcluso (Caracas: Monte Ávila,1974, 490) bien lo señala: "El olvido es la vigilancia misma de la memoria, la potencia tutelar mediante la que se preserva lo oculto de las cosas y mediante la cual los hombres mortales, como los dioses inmortales, preservados de lo que son, reposan en lo oculto de sí mismos." Por esta razón el ocultamiento y el reposo que marcó el quehacer poético de Pedro Francisco Lizardo, como el de tantos poetas, es la acción viva de la poesía que obliga, exige olvido y ocultamiento, para brotar, renacer y ser. Como no es asunto que acaezca en el intelecto, sino en la totalidad de lo humano, se refleja en la vida y en la relación que el poeta establece con su palabra. Por esto, el misterio se presiente vivo en muchos de sus poemas, desde ese territorio humilde del descampado y de lo mínimo. Es milagro encontrar el universo suspendido en la palabra, en ese incendio verbal, aunque provenga de sus crepúsculos rotos. El tono intimista se abre a lo cósmico. Cópula entre lo intimista y lo trascendente, su palabra solemne y grave, se descubre en lo sencillo porque "La voz profunda de los sueños perdidos, ha retoñado fraterna y augural" . Sólo en el olvido es posible volver a recordar al cosmos repristinado y hacerlo brote prometedor en la palabra poética. Sólo en el olvido, puede retornar lo íntimo en toda su precariedad e intensidad. No ha buscado el poeta ese escondrijo silencioso por azar, está predestinado en la vivencia de lo poético, en la visión poética del mundo, un inmenso espacio para el descenso íntimo y doloroso. Quedarán después los poemas, los libros, el silencio y el siempre volver a resurgir en el lector. El discurso lírico de Pedro Francisco Lizardo como desplazamiento del ser y dinamismo, traza un recorrido que revela diversas atmósferas. El ímpetu optimista y celebratorio de la vida no evade el amor ni la conciencia de sufrimiento y fracaso que signa al hombre. Las elegías constituyen un ámbito particular de su expresión poética (“La viva elegía” –escrita en 1943 y dedicada al padre-, “Segunda elegía” y “Tercera elegía”) que ameritan estudio y reflexión aparte. El largo poema “La viva elegía” requiere, aparte de hacerlo dialogar con “Mi padre, el inmigrante” de Vicente Gerbasi para una perspectiva más integrada de la mirada poética nacional, ser incorporado al canon de los poemas significativos de la poesía venezolana del siglo XX. Trabajo, éste, para académicos. Pero regresando a la visión global de su obra, hay que reconocer que la voz de este poeta se afianza en el mundo de lo simbólico donde el hombre y el paisaje se universalizan al adentrarse en ese territorio de lo trascendente, pues es "Voz del silencio perdido que se busca a sí mismo", tal como lo escribió en su primer poemario, donde expresa una preocupación social que no lo abandonará pero que no será primordial en su escritura, pues el torrente poético lo conduce a otros territorios: los de la interioridad, interioridad que se abre a lo trascendente. En su voz se distinguen las influencias de Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Tagore, Pablo Neruda y otras, influencias que sin predominar alguna en particular, se han integrado a su discurso. Fiel a la tradición hispana sin evadir lo universal que predomina en todo auténtico decir poético, se inserta en el panorama de la poesía venezolana como una voz solitaria, más ignorada que reconocida por los estudiosos y críticos, hecho más pertinente a la teoría de la recepción que a la calidad y valor de su discurso lírico. Como expresión de una vivencia poética universal y particular, a la vez, su palabra está transitado por diversas corrientes. Romanticismo, barroco y surrealismo coexisten con una expresión despojada que se sostiene discretamente en el equilibrio de lo clásico. También, su lírica se sustenta en el intimismo y el crepuscularismo, que además de ser un estado del alma, se manifiesta como movimiento artístico y poético en 1911: "técnicamente, el crepuscularismo se acerca al intimismo por su aceptación de palabras del lenguaje cotidiano, su desdén de las grandes formas y su odio al retoricismo." (Cirlot dixit) Pero, lo íntimo no se cierra a lo transformativo
y misterioso de la vivencia poética. En Pedro Francisco Lizardo
se produce desde el imaginario de lo nocturno, sin excluir lo diurno,
la luz, porque su poesía manifiesta la conjunción de los
opuestos: lo paradojal que habita el mito y lo poético, saberes
que son marginales del tiempo y el espacio. Este hecho da cuenta de
un proceso de integración en el ámbito escritural. Sin
embargo, la nocturnidad es el teritorio que lo vincula con lo cósmico
y su ritmo. La naturaleza y el cosmos son el territorio de lo primordial cuya profundidad alcanza a develar el sustrato matriarcal del inconsciente colectivo: toda su palabra va "hacia el encuentro maternal del agua". El origen. Es este el viaje, el tránsito. Hacia allá va la palabra. Y, he aquí la voz de un poeta que anda y desanda los rumbos del tiempo persiguiendo lo inalcanzable. El deseo lo arrastra. Y, si el saber y la cultura que actúan como substancia poética en Pedro Francisco Lizardo se vinculan con la tradición, es inevitable la presencia de lo hermético y lo esotérico en relación al neoplatonismo, que surge como tendencia oculta en su poesía. En el mismo orden, la dinámica relación del afuera y el adentro abre el espacio a las imágenes surrealistas y oníricas que conviven con las provenientes del mundo del saber tradicional y alquímico: Hay un ciprés airado, una baraja henchida,
Disolución de fronteras y clasificaciones. Coexiste el hermetismo, la magia del lenguaje, el poema en prosa, lo fragmentario, lo surreal y lo onírico, frente a la fusión discursiva, el despojamiento, la mirada hacia las formas y temas de la tradición, la búsqueda del origen. Esto es así, no sólo porque su oficio que es vida o viceversa, lo ha llevado a transitar ambos momentos ideológicos y artísticos, sino también porque la ambigüedad de lo poético vivida con intensidad cotidiana, propicia la significación múltiple propia del discurso lírico. La hermosa perfección del poema, singular desde su ocultamiento y olvido, muestra una escritura impetuosa, erótica, pasional, nocturna y misteriosa que se moviliza e impulsa hacia un tú femenino, una escritura que penetra en el mundo del imaginario nocturno sin dejar de encontrar la luminosidad y los símbolos tradicionales de la cultura occidental que coexisten en el inconsciente colectivo: Lo materno simbolizado en la tierra y el agua, la rosa como flor símbolo y emblema de la cultura occidental y una visión cósmica, abarcante, del mundo donde la íntima inmensidad que habita al poeta, conjuntan el adentro y el afuera, lo interno y lo externo para el siempre fundacional acto de la palabra poética, a partir de la exaltación, idealización y magnificación del otro, de lo otro, ese que está afuera: un tú que es ella -como ya lo escribí- que puede ser lo femenino como manifestación arquetipal, la mujer como presencia corpórea y, a la vez, o solamente, la noche y la palabra. Nota: |