Crónica |
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Arturo Almandoz |
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A las hermanas Pardo,
dondequiera que estén.
A pesar de que aquellas satinadas reproducciones resultaban onerosas para el ajustado presupuesto familiar que siempre tuvimos, recuerdo que mis hermanos regresaban de Soberbia con algunas imágenes indispensables para sus monografías de fin de curso. Envueltas en sobres de papel cebolla, en el reverso de las postales estaban estampados nombres que, aunque todavía cargados de bachillerada lejanía para mi condición de estudiante de primaria, comenzaba yo a ver en las enciclopedias de Salvat Junior y Mente Sagaz, que papá me llevaba a casa en fascículos semanales, para que los coleccionara. Quizás para una exposición sobre el rococó o sobre las fiestas galantes, trajo alguno de mis hermanos El columpio de Fragonard y el Gilles de Watteau, que por años conservé como marcadores de los respectivos tomos de aquellas enciclopedias, una vez que mamá me llevaba a encuadernarlas en la Agencia Musical, al lado de Santa Capilla. De otra de esas visitas a Soberbia trajo otro de mis hermanos, para un trabajo sobre la perspectiva y el escorzo, detalles de la Batalla de San Romano, de Uccello, así como un Cristo de Mantegna; fueron el primer contacto visual que tuve con los frescos y las sanguinas de maestros del Quattrocento que no conocía, antes de que los viera en mi curso de historia del arte en el Tirso de Molina, a comienzos de los setenta, cuando ya la librería había sido mudada del elegante local de Puente Anauco.
Descubrí entonces que, además de las postales de arte, ya para entonces envejecidas en las gavetas de los secreteres, se desplegaba en los estantes una soberbia librería de segunda mano, como detenida en ese parisién tiempo de la segunda posguerra, cuando las señoritas Pardo, sobrinas de Isaac J., habían llegado a Venezuela. Así como ellas seguían hablando con altivez, sin importarles el céntrico bullicio de la capital tropical, aquel francés en el que parecía resonar la puissance imperial de Ferry y Poincaré, antes de las invasiones alemanas que humillaran a Pétain, en los estantes se desplegaban, sin ningún afán de actualización, las vetustas traducciones de clásicos griegos y latinos, versiones originales de Shakespeare y Goethe, las guías de viaje de Baedecker, o los facsímiles de El Cojo Ilustrado. Del ansioso impulso de compra que siguió a aquellas visitas iniciales, conservo todavía algunos ejemplares que son para mí incunables, como la traducción que, en 1879, hiciera Gómez Hermosilla de la Ilíada en tres tomos. Además de las de arte, entre las postales había otros motivos muy sugerentes, como las de viajes y ciudades, que me llamaban la atención sobremanera en aquellos años en que recién había concluido mi grado de Urbanista y preparaba mis primeros cursos de historia de la ciudad. A la luz de la lectura de Mumford, se tornaron más seductoras aquellas imágenes sepia de antiguas ciudades egipcias como Menfis y Tebas, que parecían retocadas fotos de los descubrimientos de Carter. Sabiendo por helenistas como Finley de la importancia que Creta tuvo como epicentro de la revolución urbana en el Egeo neolítico, detalles de los frescos del palacio de Cnossos, tal como aparecieran ante Sir Arthur Evans, estuvieron entre las primeras imágenes áulicas que pude ofrecer a mis estudiantes. Y no me faltó para este propósito la puerta de los Leones en Micenas, así como las ciudadelas que Schliemann fue excavando en Troya, en el apogeo de la arqueología imperialista que aquella colección de Soberbia recreaba como un gráfico tesoro micénico, al menos para un profesor en sus pinitos como yo. Durante mi estadía en Londres, a mediados de los noventa, la libresca seducción de Soberbia fue eclipsada por la British Library, cuya rotunda sala de lectura, anexa al Museo Británico, fue por años el hábitat de mis tardes inglesas. Pero el encanto de la librería era recobrado en mis visitas a Caracas, cuando pude ubicar que las señoras Pardo se habían mudado a la planta baja de un edificio residencial en La Florida. Ya olvidadas las postales, allí acudía en busca de fuentes primarias venezolanistas para mi investigación doctoral sobre el urbanismo europeo en la Caracas de entre siglos. Más que los libros técnicos que en otras bibliotecas conseguía, fue en el sótano de Soberbia donde finalmente pude hallar varias ediciones originales de costumbristas y novelistas que en la Biblioteca Nacional no estaban a veces disponibles, desde Sales Pérez y Bolet Peraza hasta Pío Gil y José Abel Montilla. Además de las crónicas de viajeros del guzmanato, como Dalton y Davis, así como de los consabidos tomos de El Cojo Ilustrado, recuerdo el hallazgo de las biografías del Benemérito que escribieran Lapeyre y Rourke, entre otras raras fuentes que me permitieron recrear el europeizado ambiente de la Caracas de la Bella Época y los Años Locos.
Pero con todo y el auge que Soberbia parecía
tener entre una clientela más joven y esnobista, como la que visitaba
las ferias del Ateneo o los locales de Las Mercedes, ya el fin de la librería
estaba cerca. Además de la “fuerte competencia” que
Enriqueta y Ana María me refirieron varias veces, creo que la estocada
final vino con la emergencia de la Internet y de Google, con su ilimitado
acceso a las imágenes virtuales, como las que usan ahora mis estudiantes
para sus propias exposiciones en clase. Cuando supe que el local había
sido ya clausurado circa 2004, las ya difusas imágenes de las hermanas
Pardo en el local de La Florida, frente a los escritorios de la entrada,
cobraron los tonos sepias y desvaídos que tenían las postales
de ciudades arqueológicas que por años compré en
la Soberbia de La Candelaria.
Arturo Almandoz, PhD, Post-doc. Profesor Titular, departamento de Planificación Urbana, Universidad Simón Bolívar (USB). Además de 38 artículos en revistas especializadas y 14 contribuciones en obras colectivas, es autor de 8 libros que han obtenido premios de la USB y el Municipal de Literatura (1998, 2004) en diferentes menciones investigativas, así como nacionales e internacionales. Destacan Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997; 2006), Premio de Teoría y Crítica, IX Bienal Nacional de Arquitectura, 1998; La ciudad en el imaginario venezolano, I (2002) y II (2004), premio compartido de Teoría y Crítica de Arquitectura y Urbanismo, XIV Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito, 2004. Editor de Planning Latin America’s Capital Cities, 1850-1950 (2002), Most Innovative Book Award 2004 sobre urbanismo español y latinoamericano, International Planning History Society (IPHS). El profesor Almandoz ha sido ponente o conferencista en más de 80 eventos nacionales e internacionales, habiendo publicado más de 50 colaboraciones divulgativas en prensa y revistas especializadas. Nivel 4 del Programa de Promoción del Investigador (PPI) desde 2007.
ilustración: Thebas. de la colección de postales del autor. |