La frontera

 

Blanca Strepponi

 

I


Cuando la enfermera entra al cuarto encuentra a la mujer leyendo el periódico. Ya puede quitarse la ropa, le dice. Luego se pone esto con la abertura hacia atrás.

Ella toma la bata de papel azul y obedece en silencio. La enfermera tiene una mirada dulce y cansada. Acuéstese, por favor, y abra las piernas. disculpe si le duele un poco, pero es que las máquinas de rasurar ya no son como antes, murmura. Ya está listo. El gorro se lo coloca cuando venga a buscarla.

Está bien, contesta la mujer acostada.

Luego entran las amigas; todavía falta una hora. Conversan nerviosamente, casi de cualquier cosa. Comentan la foto que los periódicos de la mañana han publicado: Abimael Guzmán encerrado en una jaula, el mismo que ante los animales sacrificados por su gente dijera: “Salvo el poder, todo es ilusión”.
La puerta se abre, entra la enfermera y un camillero. el hombre le coloca el gorro, la ayuda a tenderse en la alta camilla, sube los laterales metálicos que suenan como cerrojos de una jaula y la cubre con las crujientes sábanas de papel. Trabaja con destreza. Luego empuja la camilla hacia el ascensor y le dice que no levante la cabeza. Pero ello se esfuerza por estirar el cuello porque el miedo la ahoga. Desde su incómoda posición observa las sonrisas forzadas de sus amigas que permanecen a su lado hasta que llega el ascensor. Cuando las deja atrás, tiene la certeza de haber cruzado una frontera.

A medida que atraviesan las numerosas puertas, el frío se hace más intenso. Bajo las potentes luces del techo alcanza a leer un cartel que ordena circular por la derecha en el área del quirófano.

al fin la dejan sola en un cuarto muy pequeño, junto a instrumentos incomprensibles; pero enseguida aparece un enfermero que se sienta a su lado despreocupadamente. Es muy joven, en su hermoso rostro aún los ojos no se han vuelto indiferentes. Hablan de música, a ambos les gusta el rock. Ella lo mira con mucha atención mientras conversan, tiene una nariz muy bella. Trata de no hablar demasiado pues teme decir algo fuera de lugar y entonces él podría desaparecer tan misteriosamente como había llegado. Es un ángel, piensa, y cree que yo no lo sé.

Desde afuera alguien hace una seña. El se pone de pie y empuja la camilla. ¿Vas a estar adentro?, le pregunta la mujer. Sólo al principio, responde él.

El quirófano es diminuto y el frío casi intolerable. Una enfermera que no había visto antes comienza a acomodar los brillantes instrumentos que producen al chocar un sonido hiriente. En la pared una hilera de botellas de vidrio marrón con etiquetas adheridas a mano exhiben una caligrafía anticuada.

El joven le sujeta los brazos a una extensiones laterales y así su cuerpo dibuja una cruz. Luego conecta el brazo izquierdo a una máquina que mide la tensión. De inmediato siente la dolorosa presión sobre la piel pero comprende que sería absurdo quejarse. Sobre su corazón adhieren las conexiones de otra máquina. Unas viejas correas de cuero penden de las estructuras metálicas donde colocarán sus piernas después que duerma.

Como prolongaciones de su propio cuerpo, las máquinas comienzan a funcionar y parecen llenarlo todo con su ruido monótono e irritante. Una extraña sensación de vergüenza la invade: el sonido más íntimo, el de su sangre, está ahora expuesto.

¿Te gusta dormir?, le pregunta sin mirarla el anestesista mientras prepara una jeringa. Me gusta soñar, le responde. Entonces él mira en sus ojos y sonríe: pero ahora sólo vas a dormir.

II

Sólo durmió. Ya de regreso en el cuarto advierte en su cuerpo las huellas del sufrimiento: una pequeña herida en la boca, un rasguño en el brazo, manchas en los muslos, dolor en la garganta.

Lentamente se acerca a la ventana y la abre. Contempla una visión íntima de la ciudad: un grupo de casas con cuartos improvisados en los techos, un hombre semidesnudo que fuma acodado en un precario balcón, una mujer que peina sus cabellos sin mirarse en el espejo.

Respira con placer el aire de la noche.

Dios mío, murmura, he vuelto para soñar.

 

Blanca Strepponi. (Buenos Aires, 1952). Escritora venezolana autora de varios libros, entre ellos: Birmanos (teatro), Diario de John Roberton (poesía), El jardín del verdugo (poesía), Las Vacas (poesía), El médico chino (cuentos). Tiene inéditos: Balada de la revelación (poesía) y El ángel (teatro). Coguionista de los films Mecánicas Celestes y Piel. Miembro del Consejo Editorial del Fondo Editorial Pequeña Venecia con 98 títulos de poesía publicados desde 1989 hasta el presente y gerente editorial de Los Libros de El Nacional desde su creación hasta 2006. Actualmente dirige la Editorial Mangeta. Ha merecido los siguientes reconocimientos: Premio Bienal Ramos Sucre de Dramaturgia, Premio de Poesía Casa de la Cultura de Maracay y Premio de Narrativa Alfredo Armas Alfonzo. Su escritura construye un discurso donde conviven diversos géneros en función de la intención comunicativa y estética.

"La frontera" es uno de los relatos que conforma El médico chino (Caracas: Monte Ávila, 1999), libro que obtuvo el.Premio de Narrativa Alfredo Armas Alfonzo.

Poemas suyos aparecen en el cautivo n.16 (octubre 2005).

 

 

 

fotografía: cortesía de la autora

 

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