Cronistas de costumbres los hay. Los hubo de Indias.
Los apasionados por la reciedumbre de la naturaleza y por la voracidad
de las ciudades, también se pueden contar en centenares. Pero
no se puede hablar de una tendencia hacia la crónica antropológica.
Allí estriba el mérito de los relatos sobre y desde África
que escribió Ryszard Kapuscinski entre 1958 y 1981.
Al lector lo seducirá la forma, los giros que da el periodista
polaco para ir pagando la deuda que tiene con los cultores del cuento
clásico, pero el volumen de crónicas recogido en Ébano
es más que una eficaz construcción narrativa.
El volumen editado por Anagrama es un entramado textual
que hace gala de una actitud militante y comprometida con el Tercer
Mundo, de una fascinación y temor por lo impredecible de la naturaleza
y un interés particular por mimetizarse entre las chabolas y
costumbres africanas.
Es una lectura hipodérmica de ese vasto universo
que no cabe en la palabra África, como advierte el autor en un
breve prólogo. “Este continente es demasiado grande para
describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos
heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por
una convención reduccionista, por comodidad, decimos «África».
En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África
no existe”.
Más allá de la forma
Con toda premeditación K. inicia la narración con un tono
íntimo, de confesión, con una enumeración de circunstancias
que le tocan o le perjudican. Un robo, una enfermedad, un ataque armado.
Todo eso forma parte de una realidad más amplia, de una anécdota
colectiva que es como una red en la que el polaco, una y otra vez, se
deja caer. Tan inmerso resulta que, al contar su llegada a África
y las dificultades por las que pasó para establecerse, en la
crónica “Mi callejón 1967”, insistirá
en decir que aquel predio de Lagos al que decidió mudarse es
“mi barrio”, “mi callejón”. Y terminará
por asimilar que el robo en África no es señal de delincuencia,
sino de aceptación.
África plural
En Ébano la polifonía se manifiesta en los modos
de configuración de las estrategias argumentativas y en función
del espíritu moralizante de los textos. Cuando el autor, con
ese gesto inédito de sentir en la piel y hacerse uno más
de la tribu, apoya veladamente alguna moción o la advierte desfavorable,
o simplemente no la califica, está marcando puntos de vista y
promoviendo un debate entre todas las voces a las que da cabida. Kapuscisnki
no puede evitar, por ejemplo, sentir cierta aprehensión por algunos
colegas suyos que, destacados en el continente negro, presumen de haber
vivido allí sin haber pisado jamás una aldea o haber sufrido
una emboscada en medio de un combate tribal.
La crónica antropológica
Basta observar cómo caracteriza al africano: tozudo, gentil,
reservado, vulnerable pero con una capacidad de lucha que tiene una
carga valorativa distinta a la occidental, para que los propósitos
de relator antropológico de Kapuscinski queden al descubierto.
Para que sus lecturas de filosofía lo lleven a una descripción
sociológica. Sobran los ejemplos.
El director del diario polaco Gazeta, deja claro que “tradición”
es una palabra que le sienta bien a aquel continente, independientemente
de los experimentos neocolonialistas o de las súper ciudades
acentuadamente occidentales del sur y el norte del continente. Y que
la tradición, pero la de la visión europea del Tercer
Mundo, es la que quiere desmontar. ¿De qué manera? Nada
más y nada menos que tomándole el pulso en tiempo real,
y en privación compartida, a la realidad africana, en recio combate
contra cierta segregación inicial por los habitantes de África
y la hostilidad del medio ambiente. Por ello, esta gesta antropológica
y recio combate, merece la lectura.
De los archivos de el cautivo. Esta reseña
fue publicada originalmente en el n. 5, número que no está
on line, razón por la cual se vuelve a publicar.